Premio Cervantes

Premio a la ironí­a cervantina de Mendoza

No es fácil que un escritor vivo llegue a ser leí­do en las escuelas de su paí­s. Y, sin embargo, Eduardo Mendoza lo consiguió.

Su primera novela: «La verdad sobre el caso Savolta» (donde narra el panorama de las luchas sindicales de principios del siglo XX, mostrando la realidad social, cultural y económica de la Barcelona de la época) se convirtió de algún modo en el libro precursor del cambio que estaba a punto de dar la sociedad española y, realmente, en la primera novela de la transición democrática. Publicada pocos meses antes de la muerte de Franco, en 1975, la novela inauguraría una nueva mirada y un nuevo relato sobre una España aún congelada bajo la costra de la dictadura. El libro recibió el Premio de la Crítica y catapultó a un joven escritor desconocido al centro de la nueva escena literaria peninsular. 40 años después, ese libro es ya un «clásico» de la literatura contemporánea que se lee en los colegios.

Desde aquella primera obra emblemática Eduardo Mendoza ha publicado 15 novelas más (entre ellas la magnífica «La ciudad de los prodigios»), dos libros de relatos, dos obras de teatro y cuatro ensayos. El jurado del Cervantes le ha otorgado el premio porque «con la publicación en 1975 de «La verdad sobre el caso Savolta», inaugura una nueva etapa de la narrativa española en la que se devolvió al lector el goce por el relato y el interés por la historia que se cuenta, que ha mantenido a lo largo de su brillante carrera como novelista». Eduardo Mendoza, continúa el comunicado, «en la estela de la mejor tradición cervantina, posee una lengua literaria llena de sutilezas e ironía, algo que el gran público y la crítica siempre supieron reconocer, además de su extraordinaria proyección internacional».

Con una prosa sencilla y elegante, alejada de barroquismos, y cercana siempre a la ironía (e incluso al humor) cervantino, Mendoza ha levantado un retrato de su Barcelona natal muy alejado de los intereses y apetencias de la burguesía conservadora y del nacionalismo rancio, que pretende hacerse pasar ahora por posmoderno.

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