No cabe sino celebrar la celeridad con la que Grecia ha logrado un acuerdo de Gobierno tras la victoria de Syriza. Alexis Tsipras rozó la mayoría absoluta; una demora en la formación del Ejecutivo en Atenas hubiera añadido más incertidumbre a la que ya genera de por sí la llegada de la izquierda radical al Gobierno heleno.
Tsipras ha comenzado con pragmatismo. Aunque la alianza postelectoral con la derecha nacionalista de Griegos Independientes ha podido tomar por sorpresa —dentro y fuera de Grecia— a muchos, ambas formaciones comparten el mismo discurso de oposición a las políticas de austeridad y defienden una renegociación de las condiciones económicas en las que el país permanece en el seno de la UE.
Más allá de los discursos victoriosos y con las urnas ya cerradas, el nuevo Gobierno debe actuar con realismo en la búsqueda de acuerdos; una posición de respeto hacia los compromisos contraidos puede facilitar respuestas flexibles en Bruselas, Francfort y Washington. A nadie le conviene en Europa que la etapa que se inicia termine mal. Lo que ahora necesita Grecia es hacer que su economía crezca, y que eso ayude a que la gente deje de sufrir las penalidades de los últimos años. Hay fórmulas que pueden explorarse sin necesidad de crear precedentes que desequilibren a otros países europeos.
En todo caso, el problema que queda al descubierto tras las elecciones y el acuerdo de gobierno en Grecia tiene más perfil político que económico: es el reto del avance de los nacionalismos en Europa como respuesta a una fuerte crisis económica y social a la que no se han dado las soluciones adecuadas. El agresivo discurso contra la UE y sus instituciones por parte de Syriza —y de su aliado coyuntural— no se diferencia demasiado del que desarrolla el Frente Nacional en Francia o Podemos en España. Y el efecto no se ciñe a los radicales, como muestra el mensaje de David Cameron tras conocerse la victoria de Tsipras sobre la inestabilidad que se producirá en Europa y la necesidad de que Reino Unido se atenga a “políticas seguras”.
Europa tiene un desafío crucial representado por el ascenso de los populismos y nacionalismos contrarios al proceso integrador. Para encontrar respuestas a los problemas, el pesimismo y la limitación de horizontes de millones de personas, la clase política y las fuerzas todavía mayoritarias en el tablero europeo necesitan reflexionar seriamente sobre lo ocurrido.