El Parido Laborista entra en el gobierno Netanyahu

¿Por un puñado de shequels?

Cinco ministerios es una oferta tentadora. Y ha girado la veleta. Hace unas semanas aseguró que su formación -el histórico Partido Laborista- pasarí­a por el calvario de la oposición. Pero Ehud Barak, en un vuelco espectacular en el tortuoso proceso de formación de gobierno en Tel Aviv, ha cambiado de opinión. El lí­der laborista ha puesto todo su peso polí­tico en que la dirección de su partido trague con pasar a integrar un gobierno junto a las fuerzas más reaccionarias del arco polí­tico israelí­. Y lo hace a costa del acelerado declive de su partido, que pierde votos elección tras elección, y de las enormes fisuras que se abren en las filas laboristas. El partido referente del centro-izquierda del sionismo está al borde, literalmente, de la escisión. Siete de los trece diputados laboristas han advertido a Barak que no se consideran vinculados por pacto alguno y que votarán en contra de la investidura de Netanyahu.

La bronca en el leno del Comité Central del Partido Laborista –con 1470 miembros con derecho a voto- fue ayer monumental. "No busco un asiento ministerial", manifestó Barak poco antes de la votación, respondido por pitidos y abucheos de sus detractores. "No tenemos otro país. Podéis gritar ‘oposición’ todo lo que queráis, pero la mayoría de los votantes laboristas quieren vernos en el gobierno. La elección no es entre dirigir o no la oposición, sino entre ser la quinta rueda del vagón de la oposición o ser una fuerza central en un Gobierno de derechas e influir en una política apropiada para el Estado de Israel", dijo Barak. “Si se trata de gobernar con el Likud, con Lieberman y con el Shas”, replicó la diputada y periodista Shelly Yajimovich, una de las detractoras de Barak, "no es ninguna vergüenza sentarse en la oposición. Por el contrario, es un gran honor". Pero Barak se salió con la suya, 680 votaron a favor, mientras que 570 lo hicieron en contra. Pero tras la tensa sesión de ayer, no acaba el peligro de resquebrajamiento del Partido que fundó el Estado de Israel, que transformó al país en una potencia nuclear encubierta o que ha dirigido las guerras más decisivas mejor que cualquier halcón del Likud. Siete de sus trece parlamentarios ya han advertido que no están vinculados a los pactos que firme Barak, y que votarán en contra de la investidura del nuevo gobierno. Y a pesar de que el Partido Laborista comparte los preceptos sionistas con partidos como Kadima o Likud, que le han llevado formar parte de gobiernos como el de Sharón, compartir el poder con formaciones tan extremistas como el parafascista Israel Beitenu o los ultraortodoxos es algo demasiado escandaloso para buena parte del electorado laborista. Prueba de ello es su continuo desgaste electoral desde hace más de una década. Sea por honestidad o por la constatación práctica de que el oportunismo pasa factura siempre, una buena parte de la vieja guardia del laborismo considera que es necesaria una temporada en la oposición para que el partido pueda volver algún día a ganarse la confianza de su espacio electoral.Pero Barak es conocido no sólo por su falta de escrúpulos para formar alianzas -y más si en las cinco carteras prometidas está la de Defensa, que él seguirá ocupando con toda probabilidad- sino por sus posiciones políticas convergentes a los postulados más reaccionarios del sionismo. Se trata del responsable del ejército de un gobierno –el de Olmert- que ha desatado dos guerras en tres años: Líbano en 2006 y Gaza en enero. El líder laborista se escuda diciendo que el pacto con Netanyahu implica un compromiso del nuevo ejecutivo para respetar los acuerdos suscritos por Israel con la Autoridad Nacional Palestina, pero pocos le creen. En primer lugar porque Netanyahu se niega a hablar –a pronunciar siquiera- de la sustancia de los acuerdos: la creación de un Estado Palestino, los socios de ultraderecha abominan esa idea y ni siquiera el propio Barak piensa que sea posible al menos en una década. En segundo lugar por los hechos del personaje. ¿Es pensable que Barak vaya a presionar dentro del gobierno Netanyahu para que se desmantelen los asentamientos judíos en Cisjordania cuando él mismo –como responsable de Defensa estos años- era el encargado de hacerlo?. No sólo no ha movido un dedo, sino que ha rechazado cumplir las órdenes del Tribunal Supremo de Israel, que ha declarado ilegales las colonias.Pero analizar este vuelco inesperado sólo en clave de Tel Aviv sería un error. ¿Se he alineado Barak con las fuerzas de clase israelíes –y norteamericanas- dispuestas a boicotear activamente la política de Obama en Oriente Medio?. ¿O por el contrario, se trata de una maniobra brusca para incluir a última hora –y con calzador- dentro del gobierno incendiario del Likud un bloque de “topos” laboristas dispuestos a abandonar el gabinete y crear una crisis de gobernabilidad si Netanyahu cruza ciertas líneas rojas?. Será necesario seguirle la pista. Pero tanto si se trata de una cosa como de la otra, el precio puede ser volar por los aires uno de los pilares de la partitocracia israelí: el Partido Laborista. ¿Qué diría Ben Gurión?

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