SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Por un nuevo centro de gravedad

La repetición de elecciones en Catalunya es un hecho prácticamente consumado después del veto de la CUP a Artur Mas y la firme decisión de este, reafirmada ayer, de no retirar su candidatura a la presidencia de la Generalitat y mantenerse en primera lí­nea. En la actual fase de degradación del cuadro polí­tico en Catalunya cualquier otra opción que no fuesen las urnas conducirí­a a una situación esperpéntica, ingobernable y agónica, condenada al adelanto electoral dentro de unos meses. En una sociedad en la que tanto se habla de soberaní­a, mejor será que sean los ciudadanos quienes decidan, soberanamente, cuál es la salida al actual cí­rculo vicioso. Cabe la posibilidad de que también sea esa la ví­a de salida para el laberí­ntico mapa español surgido de las elecciones del 20 de diciembre, pero al respecto mejor será no adelantar acontecimientos. Quedan más de dos meses de margen en el Congreso de los Diputados, tiempo que ya ha sido agotado en el Parlament de Catalunya.

La repetición de elecciones en Catalunya es un hecho prácticamente consumado después del veto de la CUP a Artur Mas y la firme decisión de este, reafirmada ayer, de no retirar su candidatura a la presidencia de la Generalitat y mantenerse en primera línea. En la actual fase de degradación del cuadro político en Catalunya cualquier otra opción que no fuesen las urnas conduciría a una situación esperpéntica, ingobernable y agónica, condenada al adelanto electoral dentro de unos meses. En una sociedad en la que tanto se habla de soberanía, mejor será que sean los ciudadanos quienes decidan, soberanamente, cuál es la salida al actual círculo vicioso. Cabe la posibilidad de que también sea esa la vía de salida para el laberíntico mapa español surgido de las elecciones del 20 de diciembre, pero al respecto mejor será no adelantar acontecimientos. Quedan más de dos meses de margen en el Congreso de los Diputados, tiempo que ya ha sido agotado en el Parlament de Catalunya.

¿Por qué se ha llegado a la actual situación? No existe una única respuesta, pero estos días crece la evidencia de que las elecciones del pasado 27 de septiembre no dieron carta blanca al independentismo rupturista. La mayoría de los catalanes no votaron a favor de la secesión, y menos aún a favor de una independencia exprés, mediante proclamas e iniciativas unilaterales del Parlament. Ese no fue el “mandato democrático”, por decirlo con una expresión muchas veces repetida estos últimos tres meses. El partido gubernamental catalán optó por una lectura voluntarista del 27-S y se equivocó. Los votos y escaños de Junts pel Sí y la CUP no eran sumables. No se pueden sumar peras con manzanas, ni siquiera con la etiqueta de la independencia. Los resultados de las dos últimas convocatorias electorales en Catalunya demuestran de manera fehaciente –y con acentos distintos– que hay una mayoría que pide cambios, pero no hay mayoría para rupturas unilaterales con España y con el orden europeo.

Ante el nuevo tiempo que se avecina, la primera obligación de las fuerzas políticas responsables es levantar acta de la realidad. En Catalunya hay un enorme caudal cívico en favor del reformismo en mayúsculas –reformismo en Catalunya, reformismo en España–, en favor del autogobierno, en contra de la laminación de los poderes y competencias de la Generalitat, y en favor de una gestión de la crisis que recupere el nervio económico del país y preste atención a los más débiles. Este es hoy el común denominador catalán. Y esa debe ser la base de partida de toda política sensata y responsable. El clima de protesta es elevado en Catalunya, pero también hay una mayoría que rechaza el aventurismo. Hay que saber leer esa realidad de fondo, puesto que será la piedra de toque de las elecciones que se avecinan.

Hay que reconstruir el centro de gravedad de la política catalana, con la atención puesta la economía, en la agenda política española –en la que se abre una incierta fase de cambios–, y en la evolución de la política europea, de la cual la sociedad catalana nunca debe alejarse. Con la atención puesta en las clases medias, sin cuyo esfuerzo y aportación no hay prosperidad posible. Con la debida atención a los más castigados por la crisis, puesto que no hay sociedad justa sin solidaridad.

La situación invita a un nuevo realismo, que no deberíamos confundir con mero pragmatismo, con tacticismo de cortos vuelos, o con una disimulada conformidad con lo existente. Hay que cambiar cosas, hay que reivindicar, hay que defender todo lo bueno que se ha hecho en los últimos treinta y ocho años –que no es poco–, hay que dar espacio a las nuevas generaciones, y hay que escuchar las voces nuevas, pero no hay que sucumbir al populismo y al pensamiento político mágico.

Hay que reconstruir el centro de gravedad de la política catalana estimulando y protegiendo los factores de crecimiento de la economía, puesto que sin empresas eficaces y rentables, sin profesionales de primer nivel y sin ciudades competitivas no hay base material para el reformismo y la solidaridad. Catalunya tiene enormes posibilidades. Barcelona es hoy la mejor capital de la Europa mediterránea. Los recientes cambios políticos abren interesantes posibilidades para la cooperación de las comunidades del arco mediterráneo, en una perspectiva de modernidad europea. Hay que internacionalizar aún más la economía catalana. Hay que transportar la energía cívica acumulada estos últimos años a un campo de operaciones practicable, evitando la demagogia, la frustración y el desespero. Catalunya debe recuperar la bandera del reformismo en España. Hay que levantar la mirada. Hay que en­cender las luces largas. Hay que examinar los errores cometidos y aprender de ellos. Hay que construir un nuevo centro de gravedad catalán con las clases medias, que en este país siempre han sido mutualistas y ­solidarias.

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