Se señala al petróleo y a las riquezas minerales del país como el motivo de esta intervención. Pero no son solo esos, ni tampoco principalmente, los objetivos de EEUU en Venezuela. Washington busca enterrar la revolución antihegemonista que recorre el continente.
“Van a por el petróleo, a por el oro, los diamantes y el coltán”. Entre los sectores que denuncian la grave crisis que vive Venezuela como el producto de una intervención o de un golpe de Estado estadounidense, esa es la explicación predominante.
Esas visiones se apoyan en un hecho incontestable: las colosales riquezas minerales del subsuelo venezolano. Según los informes de la propia inteligencia norteamericana, Venezuela tiene la mayor estimación de reservas de petróleo probadas del mundo, más incluso que Arabia Saudita. Venezuela cuenta con una estimación de 5.000 millones de metros cúbicos de reservas de gas y cerca de 700 millones de metros cúbicos en la Faja Petrolífera del Orinoco.
A ello hay que sumar las escandalosas vetas minerales del llamado Arco Minero, donde se concentran grandes reservas de oro (30 instalaciones mineras y la segunda más grande del planeta), diamantes y, especialmente, coltán, también llamado “oro azul”, uno de los componentes fundamentales en sectores tan decisivos como la microelectrónica, las telecomunicaciones y la industria aeroespacial.
Sin embargo, ese no es el único propósito ni el objetivo principal del hegemonismo en sus más de 20 años de esfuerzos por hacer caer a los gobiernos bolivarianos ―en Venezuela y en toda América Latina― y sustituirlos por gobiernos serviles ante Washington. Las razones protagonistas son de índole geopolítica, no meramente económicas.
“La política es economía concentrada.” Para poder tener acceso a esa enorme cantidad de riqueza en Venezuela, EEUU debe recuperar el dominio político sobre el aparato estatal de países que han escapado en parte o en todo a su control.
Venezuela no es blanco a abatir por su petróleo, por su oro o por su coltán. Lo es porque ―y más ahora que el Brasil de Lula está bajo la bota de Bolsonaro― es la cabeza política del frente antihegemonista latinoamericano.
Hace apenas seis años, una mayoría de gobiernos progresistas en el continente hispano ―Venezuela, Brasil, Argentina, Ecuador, Bolivia, Cuba, Nicaragua, Uruguay, entre otros― forjaron una alianza no solo económica, también sino política, que tenía como objetivo construir la integración regional de América Latina, elaborar políticas redistributivas de la riqueza y defender la soberanía nacional de sus países frente a las agresiones de la superpotencia norteamericana. Ese frente, encabezado de forma bicéfala por Venezuela y Brasil, hizo retroceder el poder estadounidense en el que había sido su “patio trasero”.
Una ofensiva reaccionaria dirigida desde Washington ha reducido la lista de países de ese frente antihegemonista. Pero ese frente existe y resiste, y Venezuela es su cabeza política. La administración Trump ha creado su propia denominación para ellos: los llaman la “troika de la tiranía” en América Latina, un triángulo en el que además de a Caracas, Washington incluye a Cuba y Nicaragua, “y colateralmente a Bolivia”. Una denominación que recuerda demasiado al “Eje del Mal” acuñado por Bush.
La conexión con China y las potencias emergentes
Pero las implicaciones geopolíticas del acoso y derribo contra el gobierno bolivariano no acaban en América Latina. Desde hace años, Venezuela viene reforzando sus alianzas y vínculos económicos, comerciales, políticos y diplomáticos con toda una serie de países del mundo que, en todo o en parte, desafían el orden mundial unipolar estadounidense y apuestan por un orden global multipolar. Caracas ha trabado excelentes relaciones con Irán o con Turquía, pero muy especialmente con dos países que los informes anuales de seguridad nacional de EEUU ponen como blanco: Rusia y, sobre todo, China.
Golpear y contener el ascenso de China es la prioridad absoluta en la geoestrategia global de la superpotencia norteamericana. Y derribar a un gobierno venezolano que tiene crecientes relaciones económicas, comerciales y políticas con Pekín sirve también a ese objetivo principal. EEUU intenta estrangular el ascenso industrial de China, especialmente en áreas estratégicas como el salto a la alta tecnología que el gigante asiático está empeñado en dar. ¿Cómo van a hacerlo si la principal reserva de hidrocarburos del mundo y una de las principales de coltán (la de Venezuela) están siendo otorgadas en contratos millonarios a las empresas chinas?
Venezuela y los países del frente antihegemonista ―también Bolivia, Nicaragua o Cuba― son la vía de entrada de la influencia de China (y secundariamente de Rusia) en lo que EEUU sigue considerando una zona de su exclusivo dominio. Esta es una de las razones de peso que explican la ferocidad del ataque que está sufriendo el país caribeño.