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¿Por qué aumenta el independentismo en Cataluña?

“Hace doce o trece años yo era federalista. A mí lo que me hizo decir ‘esto se ha acabado’ fue, primero, la segunda legislatura de Aznar, cuando ya vi que esto de la España plural era muy difícil; y después, con todo el proceso estatutario, fui consciente de que no se podrá nunca federalizar”, explica el periodista Antonio Baños. Recientemente, ha publicado La Rebel·lió catalana, donde retrata el movimiento independentista en Cataluña como una rebelión “contra los oligarcas, los suyos y los nuestros”. El cambio de opinión de miles de catalanes respecto al actual estado de las cosas entre Cataluña y España ha puesto el horizonte de la independencia en el centro del debate. No está claro aún si existe una mayoría a favor de la secesión, pero lo que sí genera un amplio consenso en Cataluña es la necesidad de preguntar a la ciudadanía. Se trata del denominado “derecho a decidir”, usado a menudo como eufemismo de referéndum sobre la independencia.

Siempre ha habido catalanes que no se sienten españoles, pero en los últimos años los partidarios de la independencia de Cataluña se han multiplicado. Los expertos coinciden en señalar que las causas son diversas. A continuación, se recogen algunas de las razones alegadas por catalanes que, hasta ahora, no apostaban por la independencia de su nación del Estado español.

1. Una oportunidad para “regenerar el sistema”

“Personalmente no he sido nunca independentista. Y no lo soy ahora de principios, como objetivo político, pero sí que pienso que en la actual coyuntura política presenta una oportunidad muy interesante”. Quien habla es Sandra Ezquerra, activista cercana al 15M y profesora de Sociología de la Universidad de Vic. Ve en la construcción de un nuevo Estado la posibilidad de llevar a cabo una profundización democrática, lo que considera “el gran potencial”.

El economista y presidente de Justícia i Pau, Arcadi Oliveres, junto a la monja benedictina de Montserrat, Teresa Forcades, así como intelectuales y activistas como Vicenç Navarro y Esther Vivas, impulsan desde hace pocos meses el procés constituent (proceso constituyente), que trata de poner el foco sobre qué modelo de país se quiere construir. Recorren pueblos y ciudades aglutinando una base popular que defiende un cambio radical del modelo económico, político y social. Entre sus postulados se encuentra la creación de una banca pública, la reducción de la jornada laboral, una democracia participativa, el freno a las privatizaciones, una reconversión ecológica de la economía y potenciar el cooperativismo. “No nos parece que la independencia en sí misma sea algo definitivo, sino que debe ir combinada con la generación de una nueva sociedad”, apunta Oliveres.

Según el catedrático de Ciencia Política de la Universidad Pompeu Fabra (UPF) Ferran Requejo, “lo que sí que genera confianza es el punto de que si Cataluña construye una democracia no puede hacer el mismo tipo de democracia, debe hacer una democracia mejor. De más elevada calidad, lo cual quiere decir con mucha más separación de poderes, mucho más transparente, con mucho más control judicial, con un poder independiente, con más participación de la ciudadanía”.

Oliveres defiende una Cataluña que, “primero, sea república y no monarquía; segundo, sin ejército; y tercero, solidaria, por supuesto con la gente de dentro pero también con el resto del Estado”. “Finalmente siempre digo aquello, si tú quieres con un poco de demagogia, de una Cataluña en la que no mande La Caixa”. Precisamente, este 11 de septiembre, mientras la Asamblea Nacional Catalana (ANC) organizará una cadena humana de 400 kilómetros de norte a sur de Cataluña, el procés constituent, que cuenta ya con más de 40.000 adhesiones, rodeará la sede de La Caixa en la Diagonal de Barcelona. Es el mismo concepto de la “independencia para cambiarlo todo” que defiende la Candidatura d’Unitat Popular (CUP).

En contraposición al independentismo nacionalista de CiU, el de movimientos como el procés constituent o la CUP se define como internacionalista, un concepto que choca en algunos ámbitos de la izquierda española. ¿Se puede ser independentista e internacionalista? “Se debe, pienso que el independentismo bien entendido debe ser siempre internacionalista, lo contrario es egoísmo. Tú quieres a tu país, a tu pueblo, a tu lengua, muy bien. Pero también debes querer al señor de Bangladesh y al de Tailandia”, defiende Oliveres.

El diputado de la CUP en el Parlament David Fernández declaraba recientemente a la revista Viento Sur que un elemento que ha perjudicado al movimiento son las “reivindicaciones economicistas del tipo ‘España nos roba’, que nos acercaban peligrosamente a planteamientos referenciados en fenómenos como la Liga Norte en Italia. Nosotros somos ‘independentistas sin fronteras’, y el día después de proclamada la independencia, lo primero que haré es ir a cantar flamenco al Taller de Músics con Luis Cabrera, que es de Jaén”.

Su postura no es una excepción entre la izquierda independentista, que mantiene fuertes lazos con algunos sectores de la izquierda española. El secretario del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT), Diego Cañamero, participó en el acto central de campaña de la CUP en las pasadas elecciones. Algunos integrantes de esta formación también nombran a menudo como referente al barrio madrileño de Vallecas. El proyecto de la CUP defiende una Cataluña socialista independiente. Por ello, en su estelada –bandera independentista– no luce la estrella blanca sobre fondo azul, sino la estrella roja. Esta bandera fue promovida originalmente por el Partit Socialista d’Alliberament Nacional (PSAN) en los setenta.

Protagonistas de la lucha antifranquista, como el músico valenciano Paco Ibáñez, se han sumado a la reivindicación. El compositor que puso en pie al Teatro Olimpia de París en 1969, y que llevó sus versos musicados a la acampada de la plaza de Cataluña en mayo de 2011, actuó el pasado julio en el Concert per la llibertat celebrado en el Camp Nou, junto a otros 150 artistas. Poco después, el escritor gallego Suso de Toro apuntaba en un artículo de Eldiario.es: “No, Paco Ibáñez no cambió tanto, sigue donde estuvo siempre, en los principios democráticos. Es la deriva histórica de España la que se separó tanto de lo que pudo ser España”.

2. “Hasta aquí hemos llegado”

“La Constitución del 78 es muy abierta, lo cual significa muy ambigua. Hay algunos artículos que nadie sabía muy bien qué querían decir, eran interpretables de maneras distintas, incluso contradictorias”, señala el politólogo Ferran Requejo. “El desarrollo que se ha hecho de aquella Constitución ha sido claramente favorable al poder central, que ha tenido muchas armas para hacer una constante invasión de competencias”, apunta. Ello ha provocado que, en la práctica, “no se pueda decidir ninguna política propiamente dicha desde las instituciones catalanas. El autogobierno es básicamente de ejecución, de gestión, pero no de decisión”, añade.

El Gobierno tripartito, con Pascual Maragall al frente, impulsó un nuevo Estatut con la intención de encontrar un nuevo encaje de Cataluña en el conjunto del Estado. En este sentido, apostaba por el modelo federal. El texto se marcó cuatro grandes objetivos: el reconocimiento formal de Cataluña como una realidad nacional diferenciada, la protección del autogobierno a partir de delimitar las competencias de la Generalitat, poner las bases de un nuevo sistema de financiación que corrigiese lo que muchos consideran un déficit fiscal excesivo –“entre el 7% y el 9% del PIB catalán va a España y no vuelve”, señala Requejo–, y establecer un tipo de relaciones bilaterales entre ambos gobiernos.

Ninguno de ellos se consiguió. La campaña en contra del Estatut iniciada por el PP y algunos medios de comunicación, y la sentencia final del Tribunal Constitucional (TC) desvirtuando el texto aprobado por el Parlament y refrendado por la ciudadanía (el 74% de los votantes lo sancionó pero la participación fue sólo del 48,85%), supuso un punto de inflexión para mucha gente. “Marcó la conciencia ciudadana, un decir: ‘Hasta aquí hemos llegado’”, asegura Joan Botella, catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Barcelona. En la misma línea, Josep Pich, profesor de Historia Contemporánea de la UPF, alude a las palabras del filósofo Ortega y Gasset en los años treinta: “Dijo que lo único que queda es la conllevancia. No es que unos y otros no nos entendamos, es que no queremos lo mismo”.La multitudinaria manifestación de rechazo a la sentencia del TC en julio de 2010 tuvo “una trascendencia mayor” incluso que la de la Diada del 11 de septiembre de 2012, sostiene Botella. En aquella marcha, participaron alrededor de un millón de personas. Muchas de ellas se sorprendieron al oír en las calles el clamor generalizado por la independencia.

Y es que mientras en toda España la crisis azotaba con fuerza, en Cataluña comenzó a fraguarse un movimiento popular que se inició en los pueblos con las consultas, no oficiales, sobre la independencia. Un total de 553 municipios catalanes siguieron a la pionera Arenys de Munt (Barcelona) –a pesar de que la Falange envió a sus miembros a boicotear el referéndum–, y celebraron consultas por la independencia. Se constituyó la Asamblea Nacional Catalana, una organización civil que sólo admite adhesiones individuales y que ha integrado a personas de las más diversas ideologías con el objetivo de lograr la secesión. El movimiento cogió una fuerza inesperada que culminó en la Diada de 2012 con la toma de las calles de la capital catalana. A partir de entonces, las instituciones pasaron a liderar el proyecto.

Durante todo este proceso, sobre todo con el PP en el Gobierno, la actitud y las medidas del Ejecutivo central han contribuido, como pocos, a generar independentistas. Es frecuente oír expresiones como “Cada vez que hablan, fabrican uno nuevo”. Según Ezquerra, “el PP es incapaz de entender y de manejar esto de manera inteligente, empeorando la situación con esa mirada reaccionaria que lo que hace es crispar y que la gente vea cada vez menos viable un diálogo con el Estado”. Acciones del Gobierno central como la reciente Ley de Educación, la Lomce, que ataca la inmersión lingüística; o declaraciones como la del ministro Jose Ignacio Wert, dispuesto a “españolizar a los niños catalanes”, son ejemplos de las pequeñas gotas que, para muchos, han colmado el vaso.

3. Para mejorar económicamente

El empecinamiento del PP y parte del PSOE en defender el corredor central de mercancías por delante del corredor mediterráneo, que debía unir los grandes centros industriales y los puertos españoles con el resto de Europa, tampoco ha sido entendido por buena parte de la población catalana. Lo mismo sucede cada vez que una inversión en infraestructuras acaba yendo a otra parte de España por motivos que muchos consideran políticos y alejados de las necesidades económicas reales. Todo ello es visto como un freno al desarrollo económico e industrial, una percepción que se ha agravado a medida que se acentuaba la crisis.

“En Grecia sube el fascismo, en Italia suben los grillini, y aquí, como respuesta de la clase media desencantada con el Estado, lo que había más a mano y más propio de la clase media era el sentimiento indepe”, analiza Baños. Con la intensificación de la crisis, muchos nuevos independentistas consideran que el proyecto de Estado propio es una oportunidad de comenzar a arreglar en pequeño un desaguisado que desborda a la ciudadanía. Si bien hay quien teme que esta ilusión no deje de ser eso, una ilusión, y que por tanto el proceso acabe frustrando las expectativas generadas.

4. El cambio de la estrategia de CiU

Para Joan Botella, existe otro elemento de trascendencia: el giro político de Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), si bien no de forma uniforme, hacia la independencia, que llega después de “la salida de Jordi Pujol y de su entorno y la llegada de un nuevo líder, Artur Mas, y de un nuevo conjunto a su alrededor, que ya era gente nacida y formada durante la etapa de la autonomía y, por tanto, con otros puntos de vista más atrevidos”. El sentimiento independentista siempre ha existido en algunos sectores de las filas convergentes, aunque la cúpula del partido había mantenido hasta ahora una estrategia de pacto con el Estado. Entre las juventudes de CDC, sin embargo, calaba con más fuerza el sentimiento independentista. Oriol Pujol, el mismo hijo del entonces president, Jordi Pujol, lanzaba en la Barcelona olímpica a la comunidad internacional el mensaje “Catalonia is not Spain”. Tras la masiva manifestación de la Diada del año pasado, Artur Mas y su equipo decidieron dar un giro. Descartado el pacto fiscal, convocaron elecciones y se presentaron con un programa que tenía como horizonte el Estado propio.

Sin embargo, existen dudas acerca de las causas que explican la suma de CiU al movimiento independentista. Según Requejo, “lo hicieron después del 11 de septiembre de 2012, cuando se vio claramente que allí había un movimiento social de masas muy importante”. Botella señala que “es evidente que CiU estaba entre los promotores de la manifestación del 11 de septiembre y, por lo tanto, esto ya venía de antes”. Entre los sectores más a la izquierda del movimiento independentista, la postura de CiU despierta recelos. “Desde mi punto de vista ha habido una utilización por parte del gobierno de CiU de este sentimiento, porque es mucho más rentable políticamente que haya malestar por la falta de soberanía que hacia los recortes”, sostiene Sandra Ezquerra. Oliveres cree que “CiU, al final, no apretará lo que tendría que apretar por este proceso. Lo ha usado como un instrumento electoral que le fue bien en una primera etapa, y que ya no le ha ido tan bien en las últimas elecciones”.

Un movimiento transversal

La reivindicación independentista ha aglutinado a personas de distintas posturas ideológicas, desde la derecha a la izquierda más radical. El politólogo Ferran Requejo sostiene que el movimiento independentista “es transversal”. “Es que si no es transversal no tiene nada que hacer, es un proyecto de país. Si alguien plantea la independencia para hacer un país de izquierdas o de derechas, está equivocado. De ahí el éxito que han tenido movimientos como el de la Asamblea Nacional Catalana” (ANC), sostiene Requejo, a pesar de las críticas que ha recibido esta plataforma por no posicionarse más en el plano social.

¿Y qué sucede con la inmigración que llegó a Cataluña desde otros puntos de España y su descendencia? ¿Tienen una postura mayoritariamente distinta? El politólogo Joan Botella considera que no: “Los últimos inmigrantes del resto de España llegaron en el 75. Están plenamente integrados y tienen una experiencia cultural, educativa, generacional que no está marcada por sus orígenes lejanos”. En ese sentido, señala: “Sabemos por las estadísticas que el uso lingüístico privado mayoritario en Cataluña es el castellano. Y a pesar de ello, la opinión pública reivindica más poderes para Cataluña, el ejercicio del derecho a decidir, etc”.

Si el proceso soberanista avanza, habrá cambios en los partidos catalanes. “Ninguno de ellos seguiría tal como es ahora. En la misma CiU están muy lejos de tener unidad política. Del PSC no hace falta hablar; en ICV tienen una situación interna muy complicada…”, valora Botella.

El periodista Antonio Baños es consciente de ello: “Yo soy indepe para acabar con CiU y con el PSC, pero sobre todo con CiU. Para que no haya una especie de élite que vaya a defendernos a ningún lado, como tradicionalmente se le otorgaba a CiU. Eso es lo que se ha roto, la idea de autonomismo. CiU está intentando buscar rápidamente un sitio, igual que el PSC. A mí lo que me pone es justo eso, verlos sufrir”.

El próximo 11 de septiembre será una buena prueba para medir la persistencia del movimiento independentista. El Barómetro del Centre d’Estudis d’Opinió de la Generalitat del primer trimestre de 2013 indicaba que un 54,7% de los catalanes votaría sí en un referéndum por la independencia, 20 puntos más que en el 2006. El estudio del GESOP (El Periódico) publicado en verano de este año situaba ese porcentaje en el 57,8%, más de diez puntos por encima de las cifras del año anterior.

Los resultados varían si, en lugar de preguntar por la “independencia”, se interroga acerca del modelo de Estado. Cuando se formula la pregunta así, los partidarios de uno propio representan el 34%, frente al 28,7% que defiende el federalismo y el 25,4% que opta por la autonomía. Precisamente por ello es clave concretar cuál sería la pregunta, así como las posibles respuestas, en un eventual referéndum.

Lo que está claro es que el movimiento independentista ha calado en gran parte de la sociedad catalana. Botella cree que está produciendo una aceleración histórica sin precedentes: “Creo que esto no se percibe suficientemente bien desde Madrid. Los medios de comunicación y los partidos políticos, PP y PSOE, básicamente, hicieron una interpretación muy errónea de los resultados electorales al Parlament del 25 de noviembre. Dijeron que esto era una locura de Mas, que Mas había fracasado, así que el movimiento había fracasado. Pero creo que poco a poco están entendiendo que es más serio de lo que habían visto al principio”.

Bien sea por motivos nacionalistas, por la crisis, por el hartazgo de la incomprensión hacia Cataluña o por la oportunidad de regeneración democrática y de ruptura con un régimen que se está mostrando caduco y corrupto, parece claro que cientos de miles de catalanes seguirán pujando por la independencia. Baños apunta otra razón: “Debe de ser muy chulo fundar una república, ¿no?”.

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