SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

¡Pobre España!

No me pidáis la sensibilidad de un catalán ante la idea gubernamental de «españolizar a los alumnos catalanes». No me la pidáis, porque no la puedo tener. Pero que tampoco me exija nadie que, hablando y promoviendo mi propio idioma materno, que no es el castellano, encuentre disculpas para este nuevo incendio provocado por el atropello de sinceridad del ministro de Educación, José Ignacio Wert. Lo único que sé decir es que, si un gobierno piensa que los alumnos de un territorio necesitan ser españolizados, es que los ve dominados y necesitados de ser traídos al buen camino. Y, si los aludidos entienden que esa voluntad es tratar a Catalunya como si fuese una colonia, es que no sienten ninguna simpatía por el concepto madre de ese verbo, que es el concepto de España. Como ambas posiciones acaban de chocar en pleno debate sobre autodeterminación, sólo puedo exclamar: ¡pobre España! ¡Pobre España, para unos necesitada de imponerse, para otros sinónimo de imposición! ¡Pobre España, que todavía conserva su integridad territorial, pero cada día tira por el suelo jirones de la idea que sustenta su unidad! Ayer, sin duda con la mejor intención, pero con desafortunada dialéctica, se abrió un nuevo socavón en la delicada relación con Catalunya. El tsunami independentista ya tiene un nuevo argumento para añadir a su rosario de victimismos: el demagogo más simple puede tratar a mi país de potencia colonizadora. Ayer fue un día penoso para quienes creemos en los puentes y todavía consideramos posible y necesaria la convivencia.Y es que el mensaje, el proyecto o la intención que confesó Wert ha tenido el efecto de un latigazo. Seguro de que no lo quiso ser, pero sonó así. ¿Le falta razón al ministro cuando denuncia que la descentralización educativa hizo crecer el independentismo? Naturalmente que no. Si la educación fuese uniforme y dictada desde su ministerio, ni los niños catalanes ni los gallegos tendrían una idea diferente de su patria. Pero ésa no es nuestra realidad histórica ni cultural. Izar la bandera de la españolización supone gobernar con una idea de misión, comparable al objetivo de evangelizar un país. ¡Ay, las palabras! El matrimonio Catalunya-España tiene su último descosido en las palabras. Temo estar en la fase endemoniada donde cada discurso desde Madrid, sea del Rey, del presidente o de ministro, choca con la pared del frontón nacionalista. Más de la mitad, por no decir todo lo que han declarado las personas mencionadas, ha sido recibido por los políticos catalanes como una ofensa y utilizado para alimentar el aluvión soberanista. Y algo peor: se está discutiendo a distancia, con los medios informativos como intermediarios, sin que conozcamos la existencia de una llamada telefónica, de una reunión convocada, de un «vamos a hablar», de un intento de buscar un punto de encuentro. Por lo menos, de aproximación. Qué triste.

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