Durante los últimos años nos han dado gato por liebre, y ahora estamos pagando las consecuencias. Nos han vendido un «milagro económico español», nos han repetido que éramos la novena potencia económica mundial, reclamando una silla en el G-20 e incluso, en los sueños más optimistas, un lugar en el G-8. Pero, de repente, todos los organismos internacionales nos colocan al mismo nivel… que Grecia, Irlanda o Portugal. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué España se está viendo sometida a una drástica degradación internacional? Semanas después de estallar la crisis, desde estas páginas anunciábamos que España, a pesar de las brillantes cifras de crecimiento económico, iba a sufrir en mayor medida que otros países las consecuencias de la crisis. El noveno escalón del ránking económico mundial adjudicado a España era nominal, poco más que una realidad virtual. Sostenido por el déficit exterior más abultado del planeta. El crecimiento español -y sobre todo la expansión internacional de un pequeño puñado de bancos y monopolios- no se correspondía a la fortaleza real de la economía nacional, sino a los ingentes préstamos recibidos desde Berlín o París. Ha bastado que las grandes potencias reclamen la deuda para que se evidencien las explosivas consecuencias que ese grado de dependencia exterior tiene para nuestro futuro.
Cada vez más deendientes, cada vez más vulnerablesEspaña es nominalmente la novena potencia economía mundial por el volumen de su PIB. Sin embargo, la nuestra no es una economía diversificada, competitiva y capaz de desenvolverse por sí sola en el mercado mundial. Está lastrada por una dependencia creciente respecto a los grandes centros de poder mundial.Y el indicador más claro de este cáncer estructural es el grado de endeudamiento con el exterior. En la última década -y aceleradamente durante los años de gobierno de Zapatero- nos hemos convertido en el país más endeudado per cápita del mundo. Debemos la friolera de 700.000 de 1,7 billones de euros al capital extranjero. Y la parte principal de esta factura corresponde a la deuda privada, contraída por los grandes bancos y monopolios españoles con sus homólogos extranjeros. ¿Cómo se ha llegado a esta situación?La entrada de España en la UE comportó la liquidación o venta al capital extranjero de buena parte del tejido productivo nacional. La oligarquía se reservó algunos sectores estratégicos -banca, telecomunicaciones, energía, construcción- pero la economía española fue castrada y jibarizada.En estas condiciones, la oligarquía española optó por un modelo de crecimiento basado casi exclusivamente el el auge de la construcción, con un desmesurado boom inmobiliario cebado con el infinito recurso a la financiación exterior.Por eso, cuanto más “crecía” aparentemente la economía española, más endeudados estábamos con el gran capital extranjero. Cuanto más brillantes eran las cifras económicas, más dependientes y vulnerables éramos.El estallido de la crisis no ha hecho sino poner de manifiesto esta realidad. El “milagro económico” español no era real, no se correspondía al peso económico del país. Estaba financiado con dinero del Deutsche Bank o del Credit Lyonaisse.Son lazos económicos, pero también políticos. El 72% de esa financiación exterior proviene sólo de cuatro países de la UE. Especialmente de los dos grandes centros de poder europeos: Alemania (29,1%) y Francia (18,8%) copan el 47,9% de la deuda exterior española.Ellos deben, nosotros pagamosTodo esta ingente deuda no se ha empleado para sostener una inversión productiva que modernizara nuestra economía, y nos hiciera más competitivos. Sino en sostener el hipertrofiado boom de la construcción, que a permitido a la gran banca cosechar fabulosas ganancias y encaramarse en el top ten de las finanzas mudiales.Son ellos, la oligarquía española, quienes concentra la mayor parte de la deuda. Los grandes bancos españoles deben 800.000 millones de euros a sus homólogos extranjeros. Así se ha financiado la ascensión a los cielos de Botín, condenando al país al infierno de la deuda.Ahora que el capital extranjero reclama la factura con intereses, la banca española nos traslada la factura a nosotros, aplicando el severo plan de ajuste del que Zapatero sólo ha enseñado los primeros pasos.Cuatro grandes dependenciasEste es el hilo conductor que recorre, por debajo de los falsos oropeles del crecimiento, el desarrollo económico español de los últimos 30 años: el aumento de la dependencia del capital extranjero y de unos pocos mercados de los países desarrollados.Y esos lazos de dependencia son los que nos hacen más vulnerables ante los efectos de la crisis, los que nos adjudican la peor parte en el encarnizado reparto de pérdidas.A la dependencia de la financiación exterior se une el sometimiento a unos pocos mercados. El 75% de las exportaciones españolas se destinan a la UE, y sólo 5 potencias (Alemania, Francia, Inglaterra, Italia, y el Benelux) absorben el 51,5%. Por el otro lado, el 40% de las exportaciones españolas dependen de las empresas extranjeras con filiales en España. Así, en España se produce para exportar lo que los mercados de las grandes potencias necesitan y a su vez esta producción está en manos del gran capital de esas potencias. Ocupamos poco menos que el papel de taller de reparaciones de segundo orden de las grandes potencias. El primer candidato a aplicar EREs, deslocalizar fábricas o ajustar plantillas.El ejemplo de la industria del automóvil es preclaro. Somos el septimo fabricante mundial, pero todo el mercado nacional está en manos de monopolios extranjeros, y las decisiones se toman no en Madrid sino en Berlín, Washington o Tokio.El tercer lastre que atenaza nuestra economía es la depedencia de fuentes energéticas externas –el petróleo y el gas, fundamentalmente, pero también la energía nuclear francesa–. El 80% de la energía primara que consumimos procede del extranjero. Y la llave de la energía -o lo que es lo mismo, el grifo que enciende la maquinaria productiva- está en manos foráneas.Arrastramos, además, el peso de las cuotas y límites a la producción en diversos sectores -agricultura, ganadería, pesca…- impuestas por Bruselas, que no están de acuerdo con las necesidades nacionales ni con las potencialidades de esos sectores productivos.Estas cuatro grandes dependencias son una tela de araña que nos somete a los designios de las grandes potencias.Durante los años de bonanza, se nos ha permitido mantenernos -con dinero prestado- en la posición nominal de novena potencia mundial. Cuando las principales burguesías se han visto “apuradas” por la crisis, esos lazos de dependencia les permiten meternos mano en la cartera, desestabilizar la economía española y rebajarnos drásticamente para cobrarse las deudas contraídas.Un ataque que puede suponer para la sociedad española una disminución, por lo menos en un 30% y durante un periodo probablemente largo, de nuestro nivel de vida.Si no lo remediamos. Es posible otra alternativa, una salida a la crisis que no se someta a los dictados del capital extranjero ni la gran banca española. Pero para ello es imprescindible romper con estas cuatro grandes depedencias, e iniciar un desarrollo independiente al servicio del país y del conjunto de la sociedad.