SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Peligro de incendio

Ahora sí que hemos entrado en zona de alto riesgo, pero riesgo social, que es lo más peligroso que le puede suceder al país.La indignación de los españoles ahora mismo es infinita y es general. Y, además, y según va anunciando el Gobierno medidas que castigan a uno u otro sector de la vida nacional, va en aumento. Con el agravante de que todo lo que está haciendo Mariano Rajoy y su equipo no tiene ninguna posibilidad de surtir efectos positivos a corto plazo. Si es que lo va a tener a largo, lo cual es harto dudoso.La indignación es infinita porque ya se ha instalado la convicción, fundada, de que en esta crisis hay dos clases de españoles. Unos, los paganos, los ciudadanos de clases medias, los que declaran a Hacienda, los que pidieron una hipoteca para comprar su piso, los que no pueden pagarse una asistencia médica privada y necesitan de los servicios de la sanidad publica, los que están sufriendo en sus carnes los recortes sin que puedan rechistar.Y otros, muchos menos, los que cabalgan a lomos de los anteriores, al estilo de los chistes del gran Chumy Chúmez. Son los que se libran de la presión de la crisis porque la sola idea de que puedan escapar junto con sus fortunas o sus empresas hacia países más seguros supone tal amenaza para el Fisco español que quedan exentos de presiones gubernamentales. También quienes están enquistados en la hipertrofiada estructura de nuestro Estado y a quienes las olas de recortes y renuncias siguen sin alcanzarles.La cólera incontenible del español desarmado se dirige por eso hacia los mangantes de las entidades financieras; hacia los responsables de las instituciones de supervisión y control; hacia los políticos de todos los niveles y de todos los partidos, y hacia los que viven acurrucados en la tela de araña tejida por esos mismos políticos. En definitiva, se dirige hacia la clase dirigente en términos generales y sin distinción.Ésa es la zona peligrosa en la que hemos entrado ya. El español colérico ya no puede ni quiere hacer distingos ni introducir matices: va contra todos.En este momento no hay un solo mensaje de esperanza por parte del Gobierno porque no puede haberlo. Pero tampoco se le ofrecen al pueblo indignado los sacrificios humanos que reclama con ira. Sacrificios en el sentido de exigencia de responsabilidades con nombres y apellidos. Con un relato implacable de lo que ha sucedido, por qué ha sucedido, y quiénes han permitido que sucediera.La pregunta más simple pero más extendida ahora mismo en España es ésta: «¿Quién va a pagar aquí por lo que ha hecho?». Y esta otra: «¿Es que se van a ir todos de rositas?». Y en esto no hay distinción entre votantes de izquierdas o de derechas porque todos ellos se sienten víctimas. La única distinción está entre quienes cotizan y aguantan los hachazos y quienes se están librando de ellos. Entre quienes tienen o tuvieron el mando y quienes han sido mandados.No tiene sentido que el Gobierno convoque al sacrificio colectivo si no se ve y se comprueba que todos lo hacen. Y cuando se dice «todos» se incluyen los dirigentes políticos, ocupantes de los distintos niveles de gobierno y de su mastodóntica organización.Y tampoco se puede convocar al esfuerzo y al estoicismo general si se aprieta al país por la vía de los impuestos para obtener ingresos y no se aligera al país por la vía de la reducción del gasto. No se trata de la reducción de una paga extra a los funcionarios, que es una medida que dura un año solamente. Se habla de medidas que sean para siempre: menos puestos en la estructura administrativa, gobiernos más delgados, menos asesores. Menos obesidad estatal, en definitiva.Funcionarios, médicos, taxistas, profesores, comerciantes, transportistas, constructores, hoteleros, concesionarios, agricultores o empleados de banca, los trabajadores de todos los sectores están angustiados e indignados.Pero la suya es una indignación ciega porque no va dirigida contra un partido concreto, sino, en términos generales, contra todos los que tienen opciones reales de gobernar. No contra este Gobierno, sino contra éste y los anteriores. Y también contra los de nivel autonómico y local.La suya es una ira sin alternativa factible. Y ahí precisamente reside su riesgo. Si los españoles se revuelven contra quienes les dirigen pero no están dispuestos a depositar su confianza en quienes aspiran a dirigirles, no hay salida. Lo que hay es una situación explosiva.Si a eso le añadimos el espectáculo político de unas comunidades que se le rebelan al Gobierno, y de otras que están dispuestas a desgajarse de esta España debilitada, no podemos imaginar un panorama más pavoroso.En estas condiciones, así como el Gobierno tiene la responsabilidad de intentar encauzar al país para que empiece a levantar cabeza -cosa que ahora mismo ni se vislumbra-, el principal partido de la oposición tiene a su vez la responsabilidad de no incendiar una calle que ya está críticamente caldeada.Y eso no sólo por su obligación de evitar choques y riesgo de violencia, sino porque tenemos la certeza de que ese incendio no tendría modo de ser extinguido. Y como los sondeos de opinión no detectan ni de lejos la menor inclinación de los votantes a entregar el poder al Partido Socialista, mucho menos a IU o a UPyD, lo único que podríamos esperar en caso de tensiones callejeras es un gigantesco desastre de orden público y ninguna esperanza de solución. Un destrozo sin remedio.Los españoles no sólo tenemos cerrados en estos momentos los mercados a la deuda. También tenemos cegadas las salidas políticas y hasta la alternativa de gobierno.Es imprescindible, pues, que desde la clase política, la que está en el poder y la que está en la oposición, se hagan dos cosas. La primera y más urgente, un rápido y ejemplarizante régimen de adelgazamiento en la estructura pública. Eso lo están reclamando los ciudadanos a gritos y lo que se ha hecho hasta ahora es del todo insuficiente.Y la segunda y también urgente, un esfuerzo de contención y pacificación de la calle. Porque estamos todos atados a la misma estaca y el riesgo de incendio a nuestro alrededor es extraordinariamente alto.

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