Antonio López

Pasión por la verdad

Hace diez años entró por primera vez por las puertas del Ateneo Madrid XXI el pintor Antonio López. Con motivo de la exposición «Antonio López» en el Museo Thyssen queremos rendirle un sentido homenaje a uno de los mejores artistas de nuestro tiempo, y a un amigo.

Ofrecemos aquí una selección de lo mejor de las diferentes entrevistas y actos en los que hemos odido contar con Antonio López desde el año 2001. ¿Podríamos decir que el objeto del arte, cuando es arte con mayúsculas, y sobre todo en pintura o poesía, consiste en captar la esencia de las cosas, bien sea un rostro o un paisaje? El arte bueno siempre trabaja con la misma sustancia, la sustancia que absorbe el artista del mundo. El hombre artista se mueve, vive, sufre. De todo ese recorrido por el mundo que hace el artista, y de todas las cosas grandes y miserias, nace El Quijote o nace El Lazarillo de Tormes. Todo nace de ahí, es que no puede nacer de otro sitio. El arte que nace del arte, de la cultura del arte, ese es un arte menor. Si hay un arte mayor y un arte menor, el arte mayor es el que nace de la vida y el arte menor es el que nace de la cultura. En la historia de la pintura, habrían existido dos caminos para captar esa esencia. Por un lado «ensimismarse» de alguna manera en la realidad y, sin necesidad de cambiar su apariencia, llegar al fondo. Y por otro lado, partir de la necesidad de quebrar las formas para encontrar la esencia. A Verneer le resultó suficiente para darnos su visión del mundo retratar su casa y las mujeres que había allí. Allí se ha situado con frecuencia el artista, ha procedido a partir de lo que la realidad y el entorno suyo le sugiere, de lo que siente ante lo que ve, no necesita transformarlo apenas, le es suficiente con observarlo, le gusta mucho aquello que ve, le parece sumamente interesante, no es que no se atreva, es que no lo quiere cambiar. Y luego, El Bosco tuvo que sintetizar todo aquello, ese mundo medieval que le llegó fue el final de todo aquello, y creo unas formas fuera absolutamente del mundo cotidiano. Las dos formas valen igual, son dos maneras de expresar lo mismo, de expresar el mundo. ¿Cómo podemos enfrentarnos al arte para captar realmente su significado? El arte de ahora tiene la necesidad de expresar algo absolutamente personal. Antes la voz del artista era la voz de su generación. No existía la voz del artista, la voz del artista empieza a aparecer en el Renacimiento, el artista como hombre, como algo individual. En el siglo XX ha llegado a ser algo verdaderamente terrible la obligación de ser tú mismo. ¿Quién es el arquitecto de las pirámides? Indudablemente un gran artista, pero el arquitecto de las pirámides no es el creador de las pirámides, el creador de las pirámides es la sociedad egipcia de la época, que está más arriba que el valor personal del arquitecto, ese valor personal del artista está acabando siendo una enfermedad, es una pena que el artista no sea la voz de mucha gente. Ahora no hay ni una religión común ni unas reglas comunes, ya es un sálvese quien pueda. No hay un artista que sea la voz de su sociedad como en otras épocas. A lo largo de su dilatada trayectoria, y una vez llega el éxito, ¿no se ha encontrado con dificultades para continuar pintando como si fuera la primera vez? Dejaría de pintar si no me sintiera con necesidad de pintar como algo siempre nuevo. Así debe ser pintar, para los abstractos y para los figurativos, nunca puedes saber lo que va a ocurrir. El arte, como la religión, siempre se ha apoyado en la fórmula, hay muy pocos hombres que hayan vivido el hecho espiritual sin rezo, sin fórmula. Ahí se ha perdido la veracidad, se está mintiendo. En el arte dices la verdad o mientes, no hay término medio. ¿El realismo no es algo que ha existido desde siempre? ¿No ha sido realista prácticamente toda la pintura anterior al siglo XX? «No, un cuadro de Rafael no es realista. Caravaggio si es realista, pero así le fue, fue un drama su vida y le rechazaron un cuadro de la muerte de la virgen porque decían los curas que tenía los pies sucios. Eso es el realismo y ése es el peligro del realismo, al hombre enfrentarse con lo real le resulta muy duro, en general ha sido siempre así. Los bodegones que ahora siempre admiramos de Zurbarán, en su época eran cosas sin interés, porque el arte en aquel momento y durante siglos estaba para mejorar las cosas reales, no para mostrarlas, y eso es algo que ha sido tan determinante que no ha permitido realismo en la pintura, ha habido muy pocos realistas, Vermeer, Velázquez, unos poquitos. Cuando voy a El Prado, la mitad de los cuadros es que no me parecen reales, son estampas, cromos, son abstracciones, pero que no son buenas, la abstracción buena es real, Rotko es real, es una forma de experiencia de lo real y tiene sustancia de lo real. ¿En qué consiste ese algo, por una lado fuerte y poderoso, y por otro dramático y sombrío que usted otorga al arte español? Hace unos días reflexionaba, mirando la reproducción de “El escriba sentado” que tengo en el lugar que desayunamos mi mujer y yo, sobre el carácter del arte español, del gran arte español. Pensaba al mirarlo: “qué vivo está esto y qué poco vivas están muchas cosas que se han hecho ahora mismo”. Y ello me trajo a la cabeza la idea de cómo el arte español, con todas sus limitaciones, que las tiene, posee sin embargo una capacidad de acercamiento a los seres vivos como no lo tiene ningún arte desde la época antigua. Cuando ves la obra de Velázquez o Goya, cuando sientes lo que es Cervantes o el Lazarillo de Tormes entiendes lo maravilloso que es el acorde español y su aportación al arte universal. Porque además está hecho en la cuerda floja. Mientras el arte en otros países tiene como una estructura, un andamiaje para poderse realizar, en nuestro caso, sin embargo, son cosas sueltas, que han surgido en diferentes épocas y que parecen haber surgido como por milagro; pero que todas ellas juntas forman lo que es el gran arte español. Y tiene esas características, esa calidez, ese desdén por lo insustancial, por lo bonito, esa necesidad de esencialidad, ese amor al mundo, que se antepone a cualquier otro concepto estético, que me parece único. Yo cada vez estoy más convencido de la necesidad de defender mucho lo español. Lo único malo es que no hay una fórmula. ¿Cómo se consigue eso, cómo han conseguido eso estos españoles? Pues sin darse cuenta. Pero el español tiene esa posibilidad. Porque piensas, el Lazarillo de Tormes podía haber desaparecido y se habría perdido esa mirada, porque no hay otro, no hay nada igual en el mundo de la literatura. El Quijote se escribió sin darle ninguna gran importancia. No se escribió como La Divina Comedia, pensando: allá va eso, os vais a quedar todos bizcos. El arte español, por el contrario, tiene una cordialidad, una voluntad de acercamiento a lo que le rodea. El artista es una persona más. En la pintura de Goya notas que el artista es una persona como el modelo. Sin embargo, cuando ves a Ingress notas que él se considera un gran artista. Y yo pienso que lo grande de lo español está en la llaneza que puede tener a veces, unido, claro está, al talento. Pero, cuando el español es grande tiene algo que no lo tienen los demás, que yo lo veo únicamente en el mundo antiguo, donde el artista casi desaparece, el artista no tiene voluntad de estar. En “El escriba sentado” lo que importa es que tú veas a ese señor escribiendo. Y tú te dices que no está hecho copiando, pero al mismo tiempo tiene una capacidad de observación fascinante. Cómo están puestos los ojos del escriba, cómo están las manos. El escultor te quiere poner delante a la persona. Con un respeto, con una reverencia tan sentida, que cualquier concepto estético es una birria al lado de ese sentimiento. Ese es el verdadero arte para mí. Cuando el español tiene esa altura, cuando la sociedad se lo permite, da algo que a mí me parece extraordinario. Por eso Picasso se los comió a todos. Porque tenía esa capacidad de acercamiento al mundo. El artista no se coloca por arriba. En realidad, sí se coloca muy arriba, pero no lo quiere manifestar. Es muy alto, pero no lo manifiesta. Esto más que llaneza es generosidad. Yo pienso que el arte español bueno es un arte supremamente generoso. ¿Dónde corre el riesgo el gran arte español? En no ser entendido, corre el riesgo de parecer poco refinado… Una gran parte de ese arte está ya muy asentado por la historia, pero en su momento yo estoy seguro que Goya no hubiera podido competir con los pintores franceses de su época. Le habrían ganado la partida de todas todas. Y Velázquez, en su época, habríamos visto si podía competir con Rafael. Ocurre en todas las épocas históricas: hay un tipo de arte que parece mucho y luego pasa el tiempo, va quitándole capas, va quitándole maquillaje y dices, bueno ¿qué ha quedado aquí? Si esto desapareciera no se habría perdido nada. Es como el producto de la vanidad humana, de la vanidad culta, pero vanidad al fin y al cabo. Cuando ves a Velázquez junto a Rubens y Van Dyck, comprendes que la sociedad se inclinara por los otros. A un ricacho de su época, Velázquez debía parecerle excesivamente seco. Porque una seda de Van Dyck es más seda que la propia seda. Y una seda de Velázquez no es más que una tela. Porque, ¿qué es si no una seda? Y esa es la gran maravilla. ¿Qué es un diamante? ¿Por qué va a ser más que una piedra? ¿Quién se ha creído eso? Subiéndote por encima de los conceptos, lo maravilloso de los grandes artistas españoles es que respetan sólo lo que hay que respetar. Y lo demás lo aparcan. Y claro, lo que hay que respetar ocupa tanto espacio, que desdeñan muchísimas cosas. En un bodegón de Zurbarán faltan muchísimos detalles que sí están presentes en los grandes pintores europeos de su época, pero en un solo limón de Zurbarán está contenido todo el universo. Esa es la diferencia: una forma de acercamiento, una forma de trabajar que es absolutamente sagrada. Estamos hablando de gente con unas mentes muy poderosas y que intentan decir la verdad. Las dos cosas juntas crean el gran arte, y eso es algo muy poco frecuente, porque la sociedad no ayuda a que haya muchos artistas así. Quiere ser engañada, distraída. Y frente a la ventaja inicial que saca el artista manipulador, estos grandes artistas no calculan riesgos, les estimula vivir una aventura de riesgo. Al ver sus cuadros notas que o lo hacían así o no lo podían hacer, tenían una condición que les obligaba a transitar por caminos que se atreven a transitar pocas personas. El arte se hace para la sociedad. Según es la sociedad es un poco el tipo de artista que surge. Si la sociedad quiere escuchar la verdad, si necesita que le pongan un espejo lo más fiel posible, surgen enseguida un montón de espejos. Si la sociedad se resiste a que le pongan delante cómo es, cómo es su espíritu y su alma, surge enseguida un tipo de artista que le pone delante un espejo deformante, para que esté tranquila y contenta. Y de ahí sale un tipo de arte y de artista que puede ser extraordinario, que puede ejecutar a la perfección las técnicas del arte, pero notas que existe otro tipo de arte que necesita comunicar algo, desahogarse, que no quiere engañar, lo que, necesariamente, implica un compromiso y un sacrificio.

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