Pocas horas antes de que, en el discurso de fin de año, Quim Torra apelara a “la determinación del 1 de octubre”, la Assemblea Nacional Catalana (ANC), reclamaba la dimisión del actual presidente de la Generalitat por “seguir el camino del autonomismo”.
Estas son las paradojas en las que se mueve la política catalana. Entre un “círculo de Waterloo”, nucleado en torno al tándem Puigdemont-Torra, que enarbolando el juicio a los dirigentes independentistas presos aspira a agudizar la tensión para obtener réditos políticos, y una realidad que les impide tomar ninguna medida para avanzar hacia la independencia que reclaman en sus incendiarios discursos.
Aprovechando el enorme altavoz que le proporciona su cargo como president de la Generalitat, Torra volvió a arrojar gasolina al fuego anunciando “un 2019 decisivo” para la causa independentista. Pero era el mismo Torra que pocos días antes se había literalmente tragado una reunión del gobierno español en pleno centro de Barcelona. Firmando un comunicado conjunto entre ambos gobiernos donde se acepta de facto que el diálogo deberá someterse a “la seguridad jurídica”, es decir al marco legal constitucional vigente.
El anunciando incendio de las calles de Barcelona contra la visita del “gobierno invasor” quedó reducido a actuaciones aisladas, y minoritarias, de los CDR, y a una manifestación convocada por la ANC que reunió a 40.000 personas, a años luz de las masivas demostraciones de fuerza del independentismo.
Las élites del procés siguen conservando un enorme poder, y su capacidad para hacer daño no debe ser menospreciada, pero su retroceso es cada vez mayor.
La discusión sobre la posición a tomar ante los presupuestos ha abierto nuevas grietas. Frente a la intransigencia del “clan de Waterloo”, que aboga por votar No y enfrentarse al gobierno de Pedro Sánchez, son cada vez más las voces que apuesta en una dirección contraria. No solo en ERC, también en la dirección del PDeCAT. Su secretario de organización, Ferran Bel, ha defendido el apoyo a los presupuestos, ante el peligro de unas elecciones anticipadas que devuelvan a la Moncloa a un PP que aboga por una versión mucho más dura del 155. Y el portavoz del PDeCAT en el Congreso, Carles Campuzano, ha reconocido la necesidad de “alcanzar un pacto con lo no independentistas” en Cataluña, que implicaría la renuncia explícita a cualquier “vía unilateral”.
Puigdemont y Torra ponen todas sus esperanzas en la “mediación internacional”, es decir en que la intervención de grandes potencias obligue a España a negociar una consulta independentista. Ese es el corazón de la propuesta de 21 puntos entregada por Torra a Pedro Sánchez. Tienen que buscar fuera los apoyos que no tienen en Cataluña.
Quienes, como Pablo Casado o los medios más conservadores, nos dibujan a un independentismo envalentonado y que pone de rodillas al gobierno español, están paradójicamente dando oxígeno político a unas élites del procés en horas bajas.
Van a intentar utilizar el juicio contra los dirigentes independentistas presos para subir la tensión y recuperar parte del terreno perdido, pero tienen enfrente a una mayoría social catalana que no está dispuesta a aceptar sus planes de ruptura.