¿Quién ha avanzado en 2018, la superpotencia norteamericana o la lucha de los pueblos?
«Hay un gran desorden bajo los cielos, la situación es excelente»
Mao Tse Tung
Que 2018 ha sido un año convulso y lleno de acontecimientos de hondo impacto en el plano internacional no es un secreto para nadie. Reina la volatilidad, la fluidez, la movilidad y abundan los acontecimientos imprevistos. No puede ser de otra manera, pues el mundo está inmerso en un periodo de transición -inevitablemente largo, caótico y desordenado- entre un orden unipolar que se extingue y un orden multipolar que nace. La superpotencia norteamericana vive su ocaso imperial, y por el contrario otros centros de poder mundial emergen de forma incontenible, exigiendo ser tratados como iguales con la declinante superpotencia.
No lo decimos solo desde estas páginas. Así lo reconoce uno de los principales estrategas del hegemonismo norteamericano, Richard N. Hass, presidente del Council of Foreign Relations (CFR), uno de los principales think thanks de la burguesía estadounidense, que en un reciente artículo analizaba “el declive de EEUU como potencia hegemónica y su papel en un nuevo contexto de desorden mundial que continuará deteriorándose”. Concluyendo que “mientras la fuerza absoluta de EEUU sigue siendo considerable, su influencia ha disminuido”. Y sintetizando tres principales tendencias mundiales: “El poder del mundo se ha difundido a un mayor número y rango de actores”; “La disminución del respeto al modelo político y económico de EEUU”; «Las opciones específicas de la política de EEUU han provocado dudas y mermado la confianza de las amenazas y promesas de EEUU”.
El hegemonismo retrocede, su orden mundial se agosta; por el contrario, la lucha de los países y pueblos del mundo por su soberanía y desarrollo autónomo avanza, obtiene triunfos. El orden global camina hacia la multipolaridad. Esta es, sin duda, una situación francamente favorable -y cada vez mejor- para la lucha revolucionaria de todos los países y pueblos del mundo. Esta tendencia inevitable se viene dando de manera general en todo el planeta, pero se ha producido en concreto en 2018. Es desde esta óptica desde la que debemos leer el año que acaba.
Asia-Pacífico, un área cada vez menos atlántica
El año ha estado marcado por la intensificación del enfrentamiento entre los EEUU de Donald Trump con sus enemigos geoestratégicos, principalmente con una China a la que ha declarado una guerra comercial que ya está dejando notar sus nocivos efectos en el panorama económico mundial.
Sin embargo, los acontecimientos en la decisiva región Asia-Pacífico -la más dinámica y de mayor proyección demográfica y económica del globo- tienden a escapar del control de la superpotencia norteamericana. EEUU no ha conseguido por el momento contener la emergencia de China, que sigue adelante con su crecimiento económico y con proyectos como el de la Nueva Ruta de la Seda, al que está consiguiendo atraer a más y más países asiaticos.
Pese al veto de Washington y ante el proteccionismo de Trump, los países de la ASEAN se están acercando a China e India. Pese a los intentos norteamericanos de atraer a Nueva Delhi a una especie de asociación Indo-Pacífico opuesta a Pekín, las relaciones entre India y China han mejorado notablemente este año.
Pero si hay algo que ha cambiado especialmente este año en ese área del planeta es el rumbo entre las dos Coreas. Seúl y Pyongyang han deshelado sus relaciones pese a los intentos de EEUU de azuzar permanentemente el conflicto con Corea del Norte. Utilizando el fuego contra Pyongyang como una útil palanca hegemonista para encuadrar a Japón y Corea del Sur y para acelerar uno de los principales objetivos norteamericanos: el cerco militar contra China.
Oriente Medio
Otro foco de tensión geopolítica ha estado entre Washington y Rusia, un país heredero de la superpotencia soviética dirigido manu militari por un Vladimir Putin que renovó en marzo su casi omnímodo poder. La relación entre ambos oscila entre los contínuos intentos de Trump de atraer a Rusia -en la perspectiva de unirla en un frente mundial antichino- y los choques entre EEUU y el Kremlin: desde el reavivamiento de las ascuas nunca apaguadas de la guerra de Ucrania, a las acusaciones a Moscú por injerencias en procesos electorales, a la casi consumada retirada de ambas potencias del Tratado IMF de Eliminación de Misiles de Corto y Medio Alcance. Washington y Moscú están rozándose de cerca en áreas calientes como el este de Europa y Oriente Medio, en especial en la cruenta e inacabable guerra de Siria.
El declive norteamericano es especialmente evidente en Oriente Medio. 2018 acaba con el anuncio del repliegue norteamericano de Siria, a la que seguirá muy probablemente una reducción a la mitad de la tropas en Afganistán, algo que aunque no debe ser confundido con una retirada total del poder estadunidense de la zona -EEUU busca que su poder se ejerza a través de sus gendarmes, en lo que vendría a ser una “OTAN sunnita-israelí”- es un signo inequívoco de que su poder declina en Oriente Medio. Dejará espacios que van a ser llenados por el poder de Moscú, Teherán o la Turquía de Erdogan.
Zarpazos de una superpotencia declinante
La superpotencia sufre reveses, y no solo por potencias emergentes como China o Rusia, sino a manos de los pueblos. 2018 también es el año en que en México -país fronterizo y bajo el draconiana dominio de EEUU- ha triunfado un candidato que no era el que Wall Street hubiera preferido. López Obrador tiene muchos retos ante sí -y escapar de la asfixiante intervención norteamericana es el mayor de ellos- pero su solo triunfo electoral es una enorme victoria del pueblo mexicano y de todos los pueblos de América Latina.
La lucha de los países y pueblos del mundo ha llevado a EEUU a su ocaso imperial. Sin embargo, lo viejo se resiste a morir. La superpotencia maniobra para mantener su hegemonía, es quién tiene la iniciativa, es quien tiene el poder. Y da violentos zarpazos para intentar recuperar el terreno que los pueblos le arrebatan.
El triunfo electoral de Bolsonaro en Brasil -culmen de un proceso golpista y antidemocrático auspiciado desde Washington desde hace tres años- tiene dos aspectos. Por un lado muestra hasta qué punto está dispuesta la superpotencia a llevar adelante su ofensiva reaccionaria sobre América Latina. Pero por otra parte los golpes blandos en países como Venezuela, Argentina o Brasil no son más que una muestra del enorme retroceso de la superpotencia en su capacidad de intervención. Hace apenas dos décadas, habría bastado una simple orden de Washington para reconducir la situación al instante. Ahora todo el poder imperial no conduce más que a reconducciones pírricas, a gobiernos que inmediatamente están sometidos a una extrema presión de las luchas populares, y con inciertas espectativas de futuro.
Se abre un nuevo año en el que todo parece indicar que este tono fluído y caótico de la situación mundial se agudizará. El resultado del convulso periodo de transición de un orden unipolar a otro multipolar no está escrito y dependerá de muchos factores, empezando por la respuesta que de la superpotencia norteamericana, pero también por la que opongan las potencias emergentes y el conjunto de los países y pueblos del mundo.
Pero la tendencia general es inexorable. Zigzagueantemente, a través de victorias y derrotas, los pueblos avanzan y el Imperio retrocede. Hay un gran desorden bajo los cielos, la situación es excelente.