Selección de prensa nacional

Pandemia y plagas bí­blicas

Los análisis sobre la gripe porcina que ponen el foco de atención de una forma creciente en la industria agroalimentaria y las grandes explotaciones pecuarias se multiplican por todo el planeta. Si ayer dábamos cuenta de un amplio artí­culo de un investigador norteamericano, hoy es uno británico, columnista habitual del Times, el que aporta su punto de vista desde las páginas de El Mundo.

Básicamente, su argumentación es la misma, a la que además el autor añade su exeriencia personal vivida en una de esas granjas –en este caso avícola– donde la hiperconcentración de animales en determinadas condiciones crea el hábitat adecuado para que los virus se desarrollen y muten de forma vertiginosa. Las gigantescas granjas porcinas modernas, al igual que las enormes factorías de producción avícola, con animales hacinados por miles, alimentados a base de hormonas, antibióticos y grano de bajo coste se han convertido, en opinión de muchos científicos, en los lugares ideales de incubación de enfermedades. En ellas, las mutaciones virales están en relación directa con unas modernas técnicas agroganaderas intensivas que sólo buscan la mayor producción de carne para el consumo humano en el menor tiempo posible y al más bajo coste. La ausencia de cualquier tipo de control por parte de las autoridades políticas y sanitarias sobre estos centros de producción y la capacidad dela gran industria para obstaculizar o frenar la investigación científica sobre las consecuencias de este tipo de producción de alimentos son los otros dos eslabones que cierran el círculo. Cuando estalló en China y el sudeste asiático la última epidemia de gripe aviar, autoridades y medios ayudaron a crear el clima de opinión de que su origen estaba en la multitud de pequeñas granjas individuales de pequeños campesinos, cuyo contacto con animales en estado salvaje había dado origen a las mutaciones en el virus. Hoy está comprobado que esos animales son los que mejor resistieron a la propagación de la enfermedad. Frente a la idea de que el estallido de la gripe porcina es una especie de plaga bíblica, enviada por Dios o desatada espontáneamente por la naturaleza, va abriéndose paso una posición infinitamente más ajustada a la realidad. Y que sitúa en el centro del problema las condiciones que la producción monopolista impone también sobre las distintas fases de la cadena alimenticia humana. Opinión. El Mundo NOS HEMOS BUSCADO LA ‘NUEVA GRIPE’ Ben Macintyre Hubo un tiempo en que trabajé en una granja de cría de pollos. A decir verdad, hablar de granja es emplear un término excesivamente suave para referirse a la forma en que se criaban aquellos pollos y decir fábrica parece excesivamente cínico. Aquello era el séptimo círculo del infierno de los pollos, una cadena de producción que no dejaba de cloquear, que exhalaba un hedor vomitivo y que estaba anegada en la inmundicia, con un único objetivo: producir la máxima cantidad posible de carne comestible, con tanta rapidez y a un precio tan bajo como fuera posible, sin tener en cuenta ni la calidad, ni la crueldad, ni la higiene. Aquellos seres vivos se criaban en unas naves enormes y se alimentaban a base de hormonas, antibióticos y grano de bajo coste, despachurrados los unos contra los otros encima de su propia porquería bajo una luz artificial, para pasar de polluelos a pollos con el tamaño en que se les sacrifica en el número mínimo de semanas (la duración de su vida es de sólo 40 días). Hace 20 años así eran las cosas en aquella granja de un kibbutz (asentamiento de colonos en Israel, generalmente gestionado en forma de cooperativa), en pleno desarrollo de lo que ahora consideramos una revolución en la producción ganadera, cuando la ciencia, la economía y el apetito humano se combinaron para poner en marcha la crianza intensiva de animales a escala industrial en todo el mundo. Aquellos pollos producidos en masa estaban enfermos, evidentemente. Había que bombear aire del exterior en aquella nave fétida para evitar que los bichos murieran asfixiados. Aún así, se morían en proporciones lastimosas por culpa de ataques al corazón y de pura tensión nerviosa, con unos huesos que con frecuencia eran demasiado débiles para cargar con el peso de sus cuerpos artificialmente hipertrofiados -eran las pérdidas-. Las crías muertas se apartaban a patadas hasta un montón que finalmente retiraba una excavadora. No había necesidad de ser un científico para darse cuenta de que en aquella nave se estaba elaborando un producto lleno de enfermedades. Ahora que se propaga la nueva gripe y, aun con mayor rapidez, se propaga el miedo, vale la pena tener presente que éste y otros virus que migran de animales a hombres están, en parte, creados por el hombre, que son consecuencia de nuestra avidez de carne barata, que son el resultado de tratar a los animales como si no fueran más que materia prima que hay que aprovechar de la forma que aumente más y mejor la producción y los beneficios. Hay una tendencia a considerar una epidemia de gripe, igual que las plagas de la Antigüedad, como un accidente natural inevitable, un castigo que cae sobre el hombre desde lo alto. Sin embargo, nada hay de natural en esta forma de enfermedad; de hecho, es el resultado de un abuso de la naturaleza. Las enormes granjas porcinas modernas, como las enormes factorías de producción avícola, son lugares ideales de incubación de enfermedades y muchos científicos están convencidos de que las mutaciones virales pueden tener relación directa con las modernas técnicas agroganaderas intensivas. Con unos animales debilitados apiñados unos contra otros en espacios sumamente reducidos, los patógenos se propagan con facilidad y crean tipos nuevos y virulentos que pueden transmitirse a los humanos. Cuando al lado de núcleos residenciales humanos densamente poblados se instalan poblaciones masivas de animales estabulados industrialmente, la posibilidad de que se produzca la catástrofe es muchísimo más alta. La tensión que estas condiciones tan pésimas de vida causan en los animales producidos a escala industrial los vuelve más vulnerables al contagio, mientras que su concentración en unas pocas variedades de alto rendimiento ha degenerado en una erosión genética y ha debilitado su capacidad inmunológica. Hemos creado un ambiente en el que un virus leve puede evolucionar con gran rapidez hacia una forma mucho más patógena y contagiosa. Hace seis años, hubo unos biólogos que advirtieron que la gripe porcina -llamada ahora nueva gripe- había entrado en «una vía evolutiva rápida». Un informe del Servicio de Sanidad Pública de los Estados Unidos, difundido el año pasado, apuntaba a «pruebas incontrovertibles de movimiento de patógenos entre estas actividades a escala industrial». Un año más tarde, el organismo de las Naciones Unidas dedicado a la alimentación acaba de pronosticar que el riesgo de transmisión de enfermedades de animales a humanos aumentaría con la producción animal cada vez más intensiva. Durante el último brote de gripe aviar, los gobiernos y la industria ganadera se dieron mucha prisa en echar la culpa de la propagación de la enfermedad a aves no domésticas y a granjas de pequeñas dimensiones. Visto desde la perspectiva actual, resulta que las aves criadas en corrales de casas eran notoriamente más resistentes a un virus cuya transmisión podía rastrearse directamente en las enormes granjas industriales (…) El número de animales en el planeta se ha incrementado en cerca de un 40% durante los últimos 40 años pero, en lugar de encontrarse dispersas por el campo, estas unidades alimentarias se están concentrando de forma cada vez más acusada en edificios industriales compactos. El número de cerdos se ha multiplicado por tres hasta alcanzar los 2.000 millones de cabezas. En la actualidad, hay dos pollos por cada ser humano. La producción industrializada de alimentos ha cambiado el régimen alimenticio del mundo, al que ha proporcionado unos recursos baratos y abundantes en proteínas. Ahora bien, eso no sólo tiene un coste moral y medioambiental sino también de salud a escala mundial: unos gérmenes que mutan y evolucionan en silencio en medio de la inmundicia. La ganadería industrial es necesaria para dar de comer a un mundo que pasa hambre. Sin embargo, hacerlo sin desencadenar nuevas enfermedades exige una cooperación global mucho más intensa en bioseguridad, una regulación mucho más severa del comercio de carne y, por encima de todo, un cambio de los métodos con que producimos animales para la alimentación. La carne producida a escala industrial puede matarnos, incluso aunque nunca nos la comamos. En 1953, los textos escolares del Reino Unido hacían hincapié en que la guerra contra los gérmenes se había ganado gracias a los antibióticos, con lo que podía proclamarse «la práctica eliminación de las enfermedades infecciosas como factor determinante de la vida social». A partir de esta hipótesis, la novela de Michael Crichton The Andromeda Strain (La amenaza de Andrómeda) imaginaba el mundo atacado por un microbio llegado del espacio. En la actualidad, el mundo está otra vez atacado por enfermedades infecciosas. La plaga más reciente no la manda Dios ni llega desde otros planetas. Tampoco es que provenga sin más ni más de animales infecciosos ni de microbios extraños. Se debe también al hombre. EL MUNDO. 1-5-2009 Opinión. El Confidencial ¿ES REAL LA AMENAZA DE HIPERINFLACIÓN? S.McCoy Uno de los debates más interesantes que se dan entre los economistas de uno u otro signo se centra en la evolución futura de los precios. No existe término medio: los hay o hiperinflacionistas, que anticipan una situación similar a la vivida por la Alemania anterior a la Segunda Guerra Mundial, o deflacionarios estructurales, que basan su pronóstico en lo que ha ocurrido en Japón en los últimos veinte años. Un debate extremo cuyas antagónicas posturas admiten argumentos válidos en uno u otro sentido. El problema es que se basan en experiencias históricas que no sé si son trasladables a la coyuntura actual, que creo que no. En cualquier caso, cuestión apasionante (…) Los que defienden que veremos una situación de precios disparados en un periodo razonablemente corto de tiempo lo hacen sobre la base del brutal incremento de la oferta monetaria que se ha producido en los últimos meses, por una parte, y de los ambiciosos programas de inversión pública acometidos alrededor del globo que requieren de financiación. Los efectos de ambos fenómenos simultáneos serían: un aumento de las disponibilidades líquidas que incentivaría la demanda de bienes y servicios (inflación real), una pérdida de la confianza en la capacidad de repago de los países lo que incidiría sobre el valor real del dinero fiduciario (deflación monetaria) y una enorme tentación por parte de los gobiernos de impulsar procesos inflacionistas que permitan reducir el valor real de sus deudas a medio plazo como alternativa a las subidas de impuestos para financiar el déficit, en aquellas naciones en las que éste exista. Por el contrario, los que se asoman al balcón de los precios estables, o incluso negativos, lo hacen bajo el paraguas de una doble premisa: por una parte, la inyección de dinero en la economía no tiene un efecto per se en la misma sino que depende, por una parte, de que la correa de transmisión funcione, estamos hablando del sistema bancario, y, por otra, de que exista una oferta ajustada a la demanda que permita el repunte de los precios cuando ésta se incentive como consecuencia de la actuación administrativa. Con la capacidad de utilización productiva en Estados Unidos a niveles próximos al 70%, la débil situación de las entidades financieras y el exceso de apalancamiento existente en la mercado, para esta corriente de pensamiento la posibilidad de inflación, aún a niveles razonables, es poco factible. Más bien al contrario, el proceso de contracción de demanda ahondaría aún más en los fenómenos de ajuste de la oferta lo que atraparía a la economía en una espiral de precios negativos de difícil ruptura. Llega la deflación dispuesta a quedarse. Sin embargo, ni la Alemania de Weimar ni el colapso Japón de los 90 resultan referencias de aplicación en la actualidad. No nos encontramos con una situación de postguerra en la que Estados Unidos se vea obligado a hacer frente a sus pagos de forma perentoria, toda vez que su potencial debilidad financiera tendría un efecto arrastre sobre gran parte de sus socios comerciales, incluida China. Tampoco carece Obamaland de los ingresos fiscales necesarios como para, en caso de reactivación económica, no poder hacer frente a sus deudas actuales. Disfruta además la economía norteamericana de un activo del que carecían entonces los alemanes: la condición del dólar como moneda refugio a nivel mundial lo que ayuda a mantener bajos sus costes de financiación. Una posición que se refuerza en la medida en que todas las demás divisas se devalúan contra él. Tampoco resulta válido el ejemplo nipón. En aquél país el déficit de las distintas administraciones se suple con el superávit del sector privado lo que permite que la posición neta de los japoneses en el mercado global sea acreedora. En Estados Unidos, por el contrario, el endeudamiento afecta a ambos elementos sustanciales de la economía -público y privado- lo que determina la necesidad de un proceso de ajuste que sólo se puede lograr, dada la expansión del gasto público comprometido, bien a través de rentabilidades más atractivas, bien a través de devaluaciones monetarias que mejoren la posición competitiva, factores ambos que darían la razón a los inflacionistas, bien a través de un ajuste de la demanda interna que es, precisamente, lo que se pretende evitar. Si el punto de partida es distinto, el efecto también lo será. ¿Entonces? Lo más probable es que no se materialice ninguno de los fenómenos extremos aquí recogidos y que nos encontremos con una inflación (…) contenida en los próximos años, en tanto dure el proceso de desapalancamiento y el masivo output gap o exceso de producción de la economía que son los que limitarán la posibilidad de incrementos desmesurados de los precios en el futuro inmediato. Sin embargo, y salvo procesos de innovación tecnológica que reduzcan sustancialmente la dependencia, cabe aventurar que los recursos físicos finitos terminarán sufriendo, más pronto que tarde, de limitaciones de oferta que incidirán sobre sus precios de mercado, impulsándolos al alza. De ser así nos encontraremos con un crecimiento económico por debajo del potencial pero sin la bomba deflacionaria pesando sobre nuestras cabezas. Pero, como siempre, se trata sólo de una opinión más (…) EL CONFIDENCIAL. 1-5-2009 Editorial. Expansión IMPULSO FINANCIERO AL SECTOR ELÉCTRICO El sector eléctrico español ha acogido con cierto escepticismo la solución aprobada ayer por el Gobierno al endémico problema del déficit tarifario –la diferencia entre los ingresos y los costes reales del sistema eléctrico–, por entender que los remedios son insuficiente y se aleja en buena medida de las expectativas que las compañías habían generado tras muchos meses de intenso diálogo. Finalmente, el Estado avalará la milmillonaria deuda que mantiene con éstas, que supera los 10.000 millones de euros a día de hoy y a cuyo pago le había conminado meses atrás el Tribunal Supremo, a fin de facilitar su titulización, muy complicada de otro modo como consecuencia de la adversa coyuntura financiera internacional. No hay que olvidar que esta deficiencia financiera ponía en riesgo necesarias inversiones para reforzar la garantía de suministro e importantes operaciones y, tras ellas, miles de empleos. Por ello, las compañías tienen ahora ante sí un horizonte más despejado. El Gobierno ha decidido traspasar a los Presupuestos Generales del Estado ciertas partidas inexplicablemente soportadas hasta ahora por el recibo de la luz, como los costes de la generación eléctrica extrapeninsular, que a partir de ahora recaen sobre las cuentas públicas. Como contrapartida, el Gobierno obliga al sector eléctrico a asumir el coste de la recogida y gestión de los residuos nucleares, también incluido en la tarifa, que representa 2.700 millones de euros. A las empresas les parece que el Gobierno no ha tenido la determinación de suprimir los conceptos suficientes como para crear un hueco en la tarifa que permita evitar la generación de déficits tarifarios futuros sin gravar en exceso a los consumidores. El Ejecutivo ha impuesto a las eléctricas una medida de evidente sesgo populista, al repercutir sobre las empresas el coste de congelar el recibo de la luz a casi cinco millones de clientes, aquellos con probadas dificultades económicas, a través de una tarifa reducida o bono social que les puede acarrear un coste de cientos de millones de euros, cuyo impacto recaerá lógicamente sobre los intereses de los accionistas. Esto explica, en buena medida, que no estén contentas con el resultado final. De ahí la “positiva resignación” con la que la patronal Unesa recibió ayer dichas medidas. En todo caso, justo es reconocer que, aunque tarde, este Gobierno, con su ministro de Industria, Miguel Sebastián, a la cabeza, haya sido capaz de encarar con valentía una solución a un grave problema de Estado, que ha lastrado durante años la capacidad financiera y la reputación de unas empresas que ahora se postulan como tractores de la economía en momentos de crisis. EXPANSIÓN. 1-5-2009 Opinión. Estrella Digital MÉNDEZ Y TOXO HAN PERDIDO EL NORTE Pablo Sebastián Que el Gobierno lo haga mal e intente ocultar sus errores e incapacidad con mentiras para mantener sus expectativas electorales tiene una explicación defensiva y oportunista que se completa con el ataque simplista al primer partido de la oposición con el siguiente argumento: como hemos fracasado ante la crisis y el paro tenemos que decir que la oposición de la derecha del PP es corrupta y está a favor del despido libre, porque ellos, los ricos, son los culpables de la crisis financiera y de todo lo demás. Éste es el discurso de Zapatero y de su partido, y a él se han sumado como mansos corderitos los líderes sindicales de Comisiones Obreras y UGT, Toxo y Méndez, sin ver más allá de sus narices y repitiendo como papagayos todo lo que dice Zapatero. Y con ese discurso van los sindicatos al Primero de Mayo (…) El problema del paro no es un asunto ideológico sino de gestión pública y de capacidad de los gobernantes. Es un drama nacional, familiar y social que nos afecta e incumbe a todos los ciudadanos, y que, por ejemplo, está siendo postergado y supeditado a cuestiones tácticas y electoralistas como la reforma del sistema de financiación autonómica. De la misma manera que existe un desigual apoyo del Gobierno a banqueros y multinacionales, con cientos y miles de millones, mientras que su medida estrella han sido los 8.000 millones de euros para que los ayuntamientos creen empleo que está resultando una chapuza y un rotundo fracaso. Y resulta lamentable que el Gobierno, o el presidente, diga que ha pasado lo peor de la crisis y que se oculten los problemas de la Seguridad Social en vez de decir la verdad, reconocer la gravedad y buscar un gran acuerdo político y social de alcance nacional para hacer frente a estos asuntos. ¿Y todo esto no lo ven los sindicatos ni lo denuncian, en lugar de señalar como malos de la película a los empresarios, a los que acusan de aprovechar la crisis para echar a trabajadores de sus empleos? ¿Pero no se han enterado de la caída fulminante del PIB en el primer trimestre del año? La política de Zapatero no es de izquierdas, y sus medidas de subsidios y de mínimas ayudas -como la de ayer de congelar el recibo de la luz para los parados, mientras se dan 1.500 millones a las compañías eléctricas- son parte de la demagogia gubernamental a ver si consiguen llegar vivos a las elecciones europeas del próximo 7 de junio (…) Los líderes sindicales han perdido el norte, y están jugando al izquierdismo de salón en vez de preocuparse del paro actual y del que aún se nos viene encima. Y sus quejas y denuncias deberían ir dirigidas contra el Gobierno, que es el que tiene la responsabilidad, y no contra la oposición, que no tiene capacidad alguna de actuar. Y si continúan por ese camino puede que sus propias bases sindicales se les subleven a Méndez y Toxo, dejándoles en la peor situación. Los parados no quieren subsidios de caridad sino empleo, y los que están a punto de ir al paro, lo mismo. Y los españoles, en general, lo que necesitan es un Gobierno fuerte, técnicamente bien preparado, y todo un líder político que diga la verdad y que se deje de optimismos ridículos y de mentiras y ocultaciones impresentables como las relativas a la Seguridad Social. En realidad, los líderes sindicales lo que deberían de exigirle, no ya al Gobierno, sino al PSOE, es un Gobierno de primer nivel y otro presidente que no sea Zapatero, que sepa aunar a los españoles en lugar de dividirlos con sus soflamas ideológicas y disparates federales, o guerras civiles del pasado, que es lo que ha hecho Zapatero desde que empezó a gobernar. ESTRELLA DIGITAL. 1-5-2008

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