Pacto, acuerdo, consenso. El pistoletazo de salida lo dio el presidente del PSOE y jefe del gobierno andaluz, José Antonio Griñán, al reclamar la pasada semana un «pacto al Gobierno de Mariano Rajoy para buscar con urgencia una salida de la crisis por medio de un gran acuerdo de partidos y agentes sociales y económicos». Como un talismán mágico, la idea de pacto ha sido repetida desde entonces hasta la saciedad.
Buscar consensos entre PP y PSOE para luchar contra el desempleo ha pedido el Rey. Los sindicatos, el 1º de Mayo, dijeron estar dispuestos a dar un paso al frente para firmar un pacto social por el crecimiento económico y la creación de empleo. Grandes empresarios exigían un día después a Rajoy acuerdos políticos para llevar adelante las reformas estructurales sobre reducción de salarios y administraciones públicas. Duran i Lleida habla de un gran pacto político entre “las fuerzas centrales” parlamentarias (PP, PSOE, CiU y PNV) para dar al país la estabilidad que necesita. E incluso el coordinador de IU, Cayo Lara, ha recordado su propuesta de “pacto anticrisis” basado en “medidas alternativas para crear empleo”. Los pactos y el director de orquestaPero, ¿de qué pacto están hablando? Es más, ¿hablan todos del mismo pacto? Como ha señalado acertadamente estos días un sagaz columnista, “Pacto, pacto, pacto. La música suena bien, pero no todos los violinistas interpretan la misma partitura”. Y sobre todo, le faltó añadir, hay que saber primero que piensa del asunto el director de orquesta, en este caso los directores, es decir, Washington y Berlín. «La misma clase política que dio origen al modelo bipartidista es incapaz de controlar la indignación y el rechazo» Ahora que se traen tanto a la memoria los Pactos de la Moncloa, es necesario recordar que si fue posible que a mediados de los años 70 se articularan una serie de pactos y consensos básicos entre las distintas fuerzas del arco parlamentario es porque hubo un director en la sombra, EEUU, dirigiendo una única partitura: el proyecto de transformar el franquismo en un régimen democrático tutelado desde Washington para reforzar la estabilidad de su dominio en el llamado “vientre blando de Europa” y meternos en la OTAN.Y aunque los protagonistas de primer plano de todos aquellos pactos fuera la naciente clase política que, con las necesarias variaciones, ha llegado hasta nuestros días (el Rey, Carrillo, Felipe González, Fraga,….), la realidad es que todos ellos estaban sujetos al estricto guión escrito desde Washington. Los pactos eran posibles sólo en la medida en que se sujetaran a ese guión. Y quien se atrevió a salirse de él, o siquiera a no seguirlo fielmente (caso de Suárez y su resistencia a someternos ciegamente al imperialismo, su maquinaria militar y sus planes de guerra) fue abrupta y virulentamente desalojado de la escena política para siempre. ¿Son hoy esas las condiciones que existen en España? Dos importantes mensajes enviados esta pasada semana desde el centro del Imperio nos pondrán rápidamente sobre la pista.Mensajes desde el centro del ImperioEl primero de ellos lo lanzaba el New York Times en su portada del domingo y en un lugar muy destacado. Un amplio reportaje sobre España venía a describir como los casos de corrupción recorren todas las instituciones, desde las mas altas con la monarquía y el caso Urdangarín a la cabeza, hasta ayuntamientos de pequeños municipios y personajes como Carlos Fabra y el “aeropuerto peatonal” de Castellón. En el interior del reportaje una advertencia en toda regla: en los asuntos de corrupción, “mucho más está por venir”. Es decir, no se crean que esto se ha acabado con los Bárcenas y Corinnas. Y, a continuación, una amenaza implícita: en unos momentos en que países como España “están imponiendo planes de austeridad para reducir el déficit a unos ciudadanos en apuros”, la corrupción “está avivando un amargo resentimiento, desestabilizando gobiernos y minando la credibilidad de la clase política en su conjunto”.Al inicio de la Transición el hegemonismo norteamericano pudo apoyarse en una clase política –que ellos mismos habían ayudado a gestar en gran parte– para encuadrar y controlar a la sociedad española en la ejecución de su proyecto. Y eso incluía la posibilidad de pactos desde quienes pensaban, como Fraga, que “todo estaba atado y bien atado”, hasta quienes, como Carrillo, hablaban de la necesidad de “cambiar el régimen para salvar al Estado”. Casi 40 años después, esa misma clase política que dio origen al modelo bipartidista –consumida en el lodazal de la corrupción y el desprestigio– es cada vez más incapaz de controlar la indignación y el rechazo de una amplia mayoría de españoles. En las últimas encuestas, la suma de PP y PSOE difícilmente llegan al 47% en intención de voto, el PP pierde feudos históricos de los que parecía inamovible, como Madrid y Valencia, mientras el PSOE sigue desangrándose electoralmente bajo la dirección de Rubalcaba, y CiU volvería a perder otros 10 diputados si se celebraran hoy elecciones en Cataluña. ¿Puede confiar el hegemonismo en que un pacto entre estas fuerzas del modelo bipartidista sacará adelante sus planes, sin poner al país en un grado de inestabilidad y tensión que provoque importantes fisuras en su mismo sistema de dominio, como ya ha ocurrido en Grecia y empieza a pasar en Portugal? La hipótesis de otra reconducción que, tutelada nuevamente por Washington, readecue el régimen político español a sus necesidades sigue estando en el aire.Mucho más cuando desde otro de los flancos del imperio, esta vez el Wall Street Journal, se publica un editorial cuyo párrafo final es lo más parecido a una sentencia sobre el actual gobierno de Rajoy, un gobierno que, según la Biblia de la oligarquía financiera yanqui, “prometía más”, pero cuyos resultados “son deprimentes” para sus intereses. Con Washington y Berlín pidiendo más saqueo contra el 90% de la población, un gobierno de Rajoy que, consciente de su coste político y electoral, se resiste a aplicar las medias más radicales que le exigen, un Rubalcaba que viene a pedir un segundo rescate de España para crear empleo –lo que no es otra cosa que una nueva soga con la que asfixiarnos– y unos sindicatos cuyo ofrecimiento de pacto –básicamente un aumento de la inversión pública y los gastos sociales– van completamente a contracorriente de los dictados de Washington y Berlín, la posibilidad de un gran pacto social o nacional está, a día de hoy, prácticamente descartada. Ellos se dividen¿Quiere decir esto que no hay alternativa al mensaje de miedo y desmoralización que lanzó el gobierno tras el último Consejo de Ministros?De ninguna manera. Como nuestro partido viene repitiendo insistentemente desde 2009, claro que sí se puede, claro que sí hay alternativa. En España, contra lo que quieren hacernos creer al decirnos que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, hay mucha riqueza. Más que suficiente para salir de la crisis en beneficio de la mayoría. Sólo hay que pasar a aplicar otra política. «Otra política no va a venir de ningún pacto con las fuerzas del modelo bipartidista» Una política de redistribución de la riqueza, un punto en el que coincidimos desde los sindicatos al 15-M, pasando por la mayoría de votantes del PSOE, IU o nuestro partido. Una política que, a su vez, exige ampliar la democracia para dar mayor capacidad de decisión al pueblo y, sobre todo, una defensa intransigente de la soberanía nacional para poner coto a la intervención y la injerencia del FMI y Berlín en nuestros asuntos y poder decidir de acuerdo con nuestras necesidades e intereses.La cuestión es, ¿quién le pone el cascabel al gato? Es decir, qué necesitamos para poder imponer esta otra política, que desde luego no va a venir de ningún pacto con las fuerzas del modelo bipartidista. Y ellos mismos nos están mostrando el camino. La principal fisura que hoy divide al gobierno –y a una parte de éste con las perentorias exigencias de Merkel y el FMI– es la reforma de las pensiones. Mientras el sector capitaneado por de Guindos está dispuesto a aplicar sin miramientos la reforma radical que nos exigen desde fuera, otra parte (cuya cabeza visible es ahora mismo el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro) se opone a ella porque intuye el alto coste político y electoral que una reforma así tendría entre su propio electorado, cada vez más opuesto a sus medidas y su política.En torno a la reforma de las pensiones se están dividiendo. Tanto dentro del propio gobierno, como entre éste y el hegemonismo. Ese es ahora mismo su punto más débil. Ellos mismos empiezan a ser conscientes de que ahí está su principal debilidad. De que aplicar ciegamente los dictados exteriores los aísla y los enfrenta a la inmensa mayoría de la población. No sólo con la izquierda. No sólo con los sindicatos. No sólo con los movimientos sociales. También con sus propios votantes.Ahora es el momento de redoblar la lucha y unir todas las fuerzas para golpearles en ese punto. En España no será posible otra salida a la crisis mientras no cambiemos la correlación de fuerzas, mientras no les hagamos retroceder en un punto, les arrebatemos la iniciativa política y, en ese movimiento, pongamos sólidos cimientos para levantar un Frente Amplio de Unidad capaz de movilizar y representar los intereses del 90% de la población.La batalla por el referéndum sobre las pensiones que ha lanzado la Mesa Estatal creada el pasado 12 de abril es hoy la clave de bóveda que puede permitir que todas nuestras luchas avancen.Derrotarles en la batalla del referéndum sobre las pensiones –y por primera vez desde que estalló la crisis tenemos posibilidades de hacerlo– supone dar un paso de gigante para poder empezar a cambiar las cosas y crear las condiciones que hagan posible la confianza que hoy gritan miles de gargantas en todas las calles de España de que ¡SÍ SE PUEDE!