Territorios í‰ticos

Otro lenguaje artí­stico. Otra mirada

¿Cuál ha sido la búsqueda esencial de mi trabajo en los últimos quince años? Afirmar el derecho primero y el deber después que todo actor tiene a descubrir la diferencia.

La virtud técnica de descubrir en oposición a la de copiar. He tratado de entender y de trasmitir a los que conmigo han trabajado en estos años, que lo que hace que un actor sea lo mejor que puede ser, no es ni la búsqueda de emociones ni la copia de la vida.

Todo ello me ha llevado a confrontaciones, plasmadas en mis libros o mis clases, contra un proceder pedagógico inspirado en los valores donde la individualidad inherente al modelo social americano, acaba estimulando el éxito como la base del prestigio al cual debe llegar un profesional. Premios más o menos televisivos y actores buscadores de un Oscar o un Goya como máxima trascendencia social.

El reconocimiento de ser un buen profesional porque se sabe lo que hay que hacer para actuar, porque se tienen los recursos técnicos adecuados y no por el prestigio social, fama o dinero que se obtiene con lo que cada uno trabaja. Hablamos de libertad. Libertad creadora, no la libertad que parece otorgar fama y dinero.

Si el actor no está dispuesto a negarse a ser lo que otros hicieron de él, no construye su propia subjetividad. El que cree que ganando un Oscar le gana a la sociedad asume la batalla que otros han proyectado para él.

La libertad como puerta. Muy difícil de abrir porque la orden recibida no es esa. La orden es: ser el mejor contra los demás.«Ese Quijote que vaga a la aventura es el actor»

Actuación como rebelión

Tratemos de pensar al que actúa como un heredero de ancestrales batallas. De pronto un nuevo actor de nuestro tiempo, que decide no someterse a lo que el poder quiere hacer con su cuerpo. Cuerpos sometidos a las decisiones de aquellos que instalan su subjetividad y la defienden con los cuerpos de los que actúan. En la escena, el cine o la televisión. Son cuerpos actuando al servicio de otros hombres. Hombres sometidos sin conciencia de serlo.

Un instante de relámpago ilumina algo y es factible cambiar algo. No solo por indignación, concepto tan actual, sino por coherencia con la historia personal de cada individuo y por la coherencia con la opción vital de cada artista. Se trata de la construcción de su propia subjetividad y no la de asumir lo que otros han construido para uno.

Estamos a tiempo de aprender a respetar nuestros territorios éticos. Marcarlos, sembrarlos, regarlos y habitarlos, con la fuerza que nos otorga la historia del Arte, no la historia de las mercancías sometidas a las leyes del mercado.

Actuar. La energía tranquila

El actor con su presencia en cada ensayo y como consecuencia de ello en cada representación, deberá ocuparse de reivindicar su lugar de artesano en oposición a las pautas de producción capitalista que alejan al actor de sus orígenes.

La sabiduría artesanal carga de fuerza ética y técnica su postura. La violencia del capital convierte al actor en un prisionero del status social y económico.

Muchos actores muertos prematuramente por un reconocimiento que nunca obtendrán, renacen en cada ensayo cuando no se someten a los que la sociedad quiere de ellos. Por el contrario, se reconcilian con lo que el Arte del Actor impulsa. Concebir algo y realizarlo como instancias de un mismo proceso, no condicionado por mecanismos resultadistas y marketineros de producción ajenos a los principios éticos que es el momento de volver a reivindicar.

Con Baruch Espinoza entendimos el vez a vez. Con Hegel el amo y esclavo. Entre los dos y con una cierta intermediación de Martin Heidegger nos dejaron en el territorio que supo ocupar Foucault. Las palabras y las cosas ya no se asemejan entre si.

Ese Quijote que vaga a la aventura es el actor. Nuestra responsabilidad es que siga vagando durante mucho tiempo.

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