La puesta en marcha a mediados de diciembre del oleoducto de 1.833 kilómetros que conecta los yacimientos de gas de Turkmenistán, Uzbekistán y Kazajstán (y posiblemente en un futuro cercano también los de Rusia) con la Comunidad autónoma china de Xinjiang, ha desatado el nerviosismo en Washington. Hasta ahora, EEUU consideraba el papel político y militar de Moscú en la región como la mayor amenaza a sus intereses. Hoy, sin embargo, el principal conflicto en términos geopolíticos y de control de los recursos energéticos, ha pasado a estar con Pekín.
Desde la desaarición de la Unión Soviética en 1991, Asia Central ha ido ocupando una posición cada vez más relevante en el tablero de disputa de las grandes centros de poder mundial. Y no sólo por sus ingentes recursos energéticos, sino también por razones estratégicas y geopolíticas. Enclavada en el corazón geográfico del continente eurasiático, la laberíntica región de Asia Central –conocida también como los Balcanes asiáticos– está enclavada justamente en el espacio intermedio que separa a dos de los principales jugadores activos del tablero mundial, China y Rusia, las dos mayores amenazas potenciales a la hegemonía norteamericana. Ampliar su capacidad de intervención y extender sus redes de influencia en la zona se ha convertido en una prioridad tanto para Washington como para Moscú y Pekín. Red de oleoductos en el Asia Central Como puede verse en el mapa adjunto, Asia Central comienza a estar surcada de oleoductos (ya existentes o proyectados) que la cruzan de norte a sur y de este a oeste, trasladando el gas y el petróleo de sus ricos yacimientos hacia los dos grandes centros consumidores situados en su extremo: Europa Occidental y Asia Oriental. Hasta hace sólo unos pocos años, Rusia –utilizando los mecanismos de intervención y/o cooperación que quedaron en pie tras la implosión de la URSS– era el nodo necesario por el que obligatoriamente debían pasar los recursos energéticos de Asia central para su tránsito hacia los mercados de Occidente. El gran oleoducto que desde los campos petrolíferos y gasísticos de Kazajstán situados en la orilla oriental del Mar Caspio atravesaba el sureste de Rusia, bordeando el Cáucaso para unirse con el gas procedente de Siberia y distribuirse por Europa Occidental, fue durante años el único conducto de salida para el gas y el petróleo de Asia central. Sin embargo, la finalización en 2005 del oleoducto entre la ciudad azerí de Bakú (en la orilla occidental del Mar Caspio) y la turca de Ceyhán (en el Mar Mediterráneo) abrió la posibilidad de enlazar –atravesando el Caspio– los ricos yacimientos de Kazajstán y Turkmenistán con los mercados occidentales sin necesidad de pasar por Rusia. Una alternativa que, impulsada por EEUU, se ha visto frenada ante el veto ruso-iraní a conceder su necesaria autorización para tender un oleoducto submarino que cruce el Caspio de noreste a suroeste. Un tercer actor, la UE ha desarrollado también un proyecto que –impulsado particularmente por Alemania– pretende acceder a los recursos energéticos del Asia Central construyendo una tercera ruta, el gaseoducto Nabucco, cuya puerta de salida sería por el sur, por Irán, para desde ahí dirigirse hacia el norte, cruzando toda Turquía, de este a oeste, para adentrarse en Europa a través de Bulgaria, Rumania y Hungría y desembocar en Austria, donde el oleoducto se diversificaría para suministrar el gas a toda Europa occidental. Y es que en torno a las rutas de conducción del gas y el petróleo se viene desarrollando desde principios de los años 90 una soterrada, pero cruenta, lucha entre EEUU, la UE y Rusia. Disputa a la que en el último lustro se ha sumado, y además con una fuerza y una eficacia imparables, China. A lo largo de tres fases claramente diferenciadas, y en torno a tres triángulos o vértices de poder distintos se ha ido desarrollando y completando lo que podríamos llamar el mapa de las rutas energéticas de la región. Tres fases, tres triángulos Cualquier proyecto de utilización de los recursos energéticos de Asia Central tiene que conformarse necesariamente en torno al triángulo formado por Rusia-Kazajstán-Turkmenistán, los grandes productores de petróleo y gas de la región. Desde la desaparición de la URSS, el triángulo ha sido cortejado (o acosado, según las circunstancias) por los distintos intereses de las potencias exteriores con presencia en la zona. Dependiendo de la coyuntura internacional, un jugador estratégico diferente –un cuarto vértice– se ha ido convirtiendo sucesivamente en el principal motor de la evolución de este triángulo productor en cada una de las tres fases por las que ha transcurrido el diseño del mapa energético de Asia Central. En el primer período, desde 1993 hasta el 2002 fue EEUU quien llevó la voz cantante. Con una Rusia sumida todavía en una cruenta disputa interna y buscando “su lugar en el mundo”, Washington desplegó una eficaz ofensiva a dos bandas. Si por un lado apoyó y financió la plataforma de exportación de los campos de Tengiz, punto de arranque del Consocio de Oleoductos del Caspio con el que Rusia ha monopolizado la conducción de los recursos energéticos de la orilla oriental del Caspio, por el otro fue durante ese período cuando –junto a su inseparable aliado británico a través de la alianza BP-Chevron– se sentaron las bases para la construcción del oleoducto Bakú-Ceyhán, que quitaba a Moscú el control sobre las rutas del sur del Caspio que hasta entonces transitaban también por Rusia. El fracaso del proyecto norteamericano de crear un gaseoducto transcaspiano entre Turkmenistán y Azerbaiyán, unido a su implicación en las guerras de Afganistán e Irak que pasaron a consumir toda la energía del imperio, dieron inicio a la segunda fase, abriendo las puertas a la entrada de la UE en la región, a través del mencionado gaseoducto Nabucco, todavía en proyecto y cuya realización permanece en el aire principalmente debido a las dificultades políticas que representa su conexión con Irán. Es en la tercera, y por el momento última fase, a partir de 2005 cuando hace su aparición en escena de una forma fulgurante, China, el nuevo actor que ha venido a desplazar a todos los demás –o, al menos, a convertirlos momentáneamente en jugadores secundarios– del tablero de juego. Escapar de Ormuz y de Malaca Para muchos expertos, la aparición de una Nueva Ruta de la Seda puede haber dado su paso definitivo el pasado 14 de diciembre cuando los máximos dirigentes de China y las repúblicas de Asia Central se reunieron para inaugurar el extenso gaseoducto de casi 2.000 kms. que vincula los campos gasísticos de Turkmenistán con la región china de Xinjiang, atravesando Uzbekistán, bordeando la frontera con Kirguizistán y uniéndose en el límite oriental de Kazajstán con el oleoducto que transporta el petróleo del Caspio a China. Una vez a plena capacidad, en 2013, el gaseoducto bombeará anualmente 40.000 millones de metros cúbicos de gas natural desde Turkmenistán, a los que hay que sumar otros 10.000 millones procedentes de Uzbekistán, lo que supone que más del 60% de las necesidades anuales de gas de China estarán cubiertas por un gaseoducto que penetra directamente en el país desde las zonas productoras. Desde el punto de vista de Pekín, tanto la hostilidad de Washington frente a Irán como el conflicto estratégico latente entre EEUU y China, hacen aconsejable una política preventiva en torno a sus capacidad de acceso a recursos energéticos que podríamos denominar “escapar de Ormuz y de Malaca”. El Estrecho de Ormuz –única entrada al Golfo Pérsico– tiene en su parte más angosta sólo 36 kilómetros de ancho, con Irán al norte y Omán al sur cerrando su puerta de salida. Aproximadamente el 20% de las importaciones de petróleo de China viajan a través de él. La inestabilidad potencial de una ruta en la que los petroleros chinos tienen a la vista a los portaaviones de EEUU patrullando siempre cerca resulta evidente. Al otro lado, el Estrecho de Malaca, por el que transita el 25% del comercio mundial de mercancías y alrededor de 15 millones de barriles de petróleo al día, tiene en su parte más estrecha sólo 2,8 kilómetros de ancho y 25 metros de profundidad. Hasta el 80% de las importaciones de petróleo de China pueden viajar a través de un angosto canal de fácil bloqueo por la poderosa flota norteamericana del Pacífico en caso de un posible conflicto con China. Encontrar alternativas para el suministro de recursos energéticos, escapando de la asfixia mortal que puede llegar a representar el tránsito por dos puntos tan sensibles, se ha convertido en un imperativo estratégico para China. La ruta de Asia central se ha convertido así en una necesidad de primer orden. Desde hace al menos una década, Pekín ha venido tejiendo una paciente red de relaciones económicas, políticas y diplomáticas con las repúblicas de Asia Central que ha desembocado las pasadas semanas con la inauguración del gaseoducto Turkmenistán-Xinjiang. A medida que la obra ha ido avanzando hacia su culminación, la inquietud y el nerviosismo de EEUU han comenzado a aflorar. Las razones de ello serán el tema de la siguiente entrega.