Occidente respalda a un Gobierno de criminales

La comunidad internacional está perdiendo dinero y derramando su sangre en Afganistán respaldando a un Gobierno de criminales corruptos y misóginos, y siguiendo los intereses de Estados Unidos. Intereses económicos y estratégicos relacionados con los recursos naturales y el reparto de las zonas de influencia con China y Rusia. La opinión pública española tiene que oponerse a que su dinero vaya a financiar una ocupación militar interesada, que además mantiene a criminales y narcotraficantes en el poder en Kabul. La mayorí­a de los afganos queremos paz y democracia, pero no es posible imponerla a punta de pistola.

El dinero y las armas extranjeras están yendo a arar a los señores de la guerra, haciéndolos más poderosos. Cada bombardeo aéreo que mata a civiles está beneficiando a los talibanes. Por eso, cuanto más tiempo dure la ocupación, peor será la guerra civil posterior. Los señores de la guerra que se han unido a Karzai y Abdullah fueron responsables de la anterior guerra civil afgana. Si se les apoya a ellos, en vez de apoyar a las verdaderas fuerzas democráticas, que ahora se ven forzadas a vivir en la clandestinidad por las amenazas de muerte que reciben, por supuesto que habrá otra guerra civil. EL PAÍS.- Las recientes elecciones presidenciales, declaradas fraudulentas por la ONU, podrían tener que repetirse y Karzai no está en condiciones de negociar, ni controlar nada. La corrupción, los señores de la guerra, el nulo trabajo de reconstrucción emprendido por la fuerza internacional -Kabul está sin agua corriente ni electricidad- hablan de un país sin Estado, que es el que tendría que ganar la guerra y encuadrar la paz Entrevista. Público Occidente respalda a un Gobierno de criminales Mar Centenera No sé cuántos días me quedan de vida", dice con un hilo de voz Malalai Joya, "pero hasta que me maten denunciaré a quienes gobiernen Afganistán con las manos manchadas de sangre". Admirada por unos, odiada por otros, esta valiente defensora de los derechos humanos se convirtió, con 31 años, en la persona más joven del Parlamento afgano. Pero, desoyendo la voluntad popular, la Asamblea la expulsó dos años después por acusar a algunos de sus miembros de narcotraficantes, corruptos y misóginos. Hoy recibe en Madrid el Premio Juan María Bandrés a la Defensa del Derecho de Asilo y la Solidaridad con los Refugiados. ¿Será posible evitar los errores de la primera vuelta en la segunda? ¿Tendrá legitimidad Karzai si gana? No. Estas elecciones no serán consideradas legítimas por la mayoría de afganos ni con una ronda electoral, ni con dos, ni siquiera con diez, porque se están celebrando bajo la vigilancia de las armas, el imperio de las drogas, la corrupción y el crimen. Ya antes de las elecciones teníamos claro que el resultado de las elecciones no iba a cambiar nada. Como decimos en Afganistán, salga quien salga será el mismo burro con una nueva silla, porque lo que importa no es quién vota, sino quién elige, es decir la Casa Blanca. ¿No hay diferencias entre Karzai y Abdullah? Casi ninguna. Los dos representan lo mismo. Millones de afganos no fueron a votar porque estaban decepcionados, no sólo porque tuviesen miedo de las amenazas de los talibanes. Muchos otros, además, no se plantean votar cuando no tienen comida que llevarse a la boca, cuando están dispuestos a entregar a sus hijos por diez dólares porque no pueden alimentarles. Karzai no ha hecho nada por ellos. La comunidad internacional está perdiendo dinero y derramando su sangre en Afganistán respaldando a un Gobierno de criminales corruptos y misóginos, y siguiendo los intereses de Estados Unidos. ¿Qué intereses tiene EEUU? Intereses económicos y estratégicos relacionados con los recursos naturales y el reparto de las zonas de influencia con China y Rusia. La opinión pública española tiene que oponerse a que su dinero vaya a financiar una ocupación militar interesada, que además mantiene a criminales y narcotraficantes en el poder en Kabul. La mayoría de los afganos queremos paz y democracia, pero no es posible imponerla a punta de pistola. ¿Qué medidas impulsarían la democracia afgana? En primer lugar, que las tropas de la OTAN saliesen de Afganistán, porque ahora estamos atrapados entre dos enemigos: las fuerzas de ocupación extranjeras y un Gobierno ilegítimo. Para nosotros, luchar contra un enemigo es más fácil que contra dos. Después, se debería destinar dinero a la educación, a la sanidad, al sistema judicial, a generar puestos de trabajo… Si se van las tropas extranjeras, ¿no volverá a estallar una guerra civil? El dinero y las armas extranjeras están yendo a parar a los señores de la guerra, haciéndolos más poderosos. Cada bombardeo aéreo que mata a civiles está beneficiando a los talibanes. Por eso, cuanto más tiempo dure la ocupación, peor será la guerra civil posterior. Los señores de la guerra que se han unido a Karzai y Abdullah fueron responsables de la anterior guerra civil afgana. Si se les apoya a ellos, en vez de apoyar a las verdaderas fuerzas democráticas, que ahora se ven forzadas a vivir en la clandestinidad por las amenazas de muerte que reciben, por supuesto que habrá otra guerra civil. Según la Constitución afgana, es ilegal que los señores de la guerra se presenten a los comicios, pero no se han recurrido sus candidaturas ante la Justicia. ¿Por qué? Porque están en el poder, hacen leyes a su medida que les dan impunidad. Karzai ha traicionado el voto de la población afgana. ¿Ha vendido a las mujeres? Por supuesto. Cada vez hay más violencia contra las mujeres y ahora, además, es legal. Mira la ley familiar chií, que permite a un marido matar de hambre a su mujer si no quiere tener relaciones sexuales con él o prohibe que puedan salir de casa sin su permiso. Esta ley no está tan lejos de las que impusieron los talibanes. Legaliza la absoluta falta de libertad de las afganas, que su vida valga menos que la de un pájaro. ¿Ha sentido personalmente ese aumento de la opresión contra las mujeres? Lo he sentido mucho. Cuando, durante la época de los talibanes, era profesora en escuelas encubiertas, era peligroso salir a la calle si no ibas cubierta de arriba abajo con un burka, pero ahora incluso con burka no es seguro. Y no es cierto que desde la llegada de las tropas extranjeras las mujeres se hayan quitado el burka. Seguimos llevándolo, incluso en las ciudades, por seguridad. La violencia es tan grave que cada vez hay más mujeres que se inmolan porque no pueden aguantarlo. ¿No se ha planteado abandonar Afganistán? Pasé mi infancia y mi adolescencia en campos de refugiados en Irán y Pakistán, pero volví porque quería ayudar a construir un Afganistán en paz, unirme a los miles de afganos que ya estaban allí, arriesgando sus vidas a diario por la paz. Es a ellos a quienes deberían dar el Nobel, no al presidente Obama. PÚBLICO. 21-10-2009 Opinión. El País Af-Pak o Pak-Af M. A. Bastenier Desde octubre de 2001 se libra una guerra por Afganistán, a temporadas de baja intensidad, pero últimamente con fiebre alta, que amenaza convertirse en la guerra de Barack Obama, a vueltas hoy con la necesidad de definir una estrategia victoriosa o sufrir un grave contratiempo presidencial; oscurecida por el desaguisado de Irak, la contienda sólo pasaba a primer plano durante la campaña del líder demócrata a la Casa Blanca. El comandante de la Junta de Jefes de Estado Mayor, Mike Mullen, consideraba en octubre pasado imposible "ganar la guerra sólo matando enemigos". Dos escuelas de pensamiento se enfrentan sobre cómo se gana o se pierde una guerra, iniciada por Bush 43 sin plan de paz ni reconstrucción ninguno. La versión restrictiva la encabeza el vicepresidente Joe Biden que quiere un trueque de prioridades, para que lo que se denomina Af-Pak (Afganistán-Pakistán) pase a llamarse Pak-Af, congelando la contienda en el primer país, mientras se orienta el mayor esfuerzo militar hacia el vecino Pakistán; según esta posición, en Afganistán la guerra se libra fundamentalmente contra insurgentes, los talibanes, con presencia del terrorismo de Al Qaeda, pero en Pakistán es donde están los santuarios del terrorismo internacional. Biden rechazaría por ello todo aumento del contingente norteamericano, que es de 89.000 hombres. Y la versión expansiva, que domina el general Stanley McChrystal, comandante en jefe sobre el terreno, pide de 40.000 a 60.000 soldados más para pensar siquiera en ganar la guerra. Esa inyección de efectivos se asegura que dio resultado hace dos años en Irak, pero no puede ser ésa la única receta. Es dudoso que en Irak se lograra la pacificación relativa que conocemos porque llegaran 30.000 nuevos soldados, sino que ésta hay que atribuirla a la compra-soborno-alquiler de unos 100.000 ex militares suníes, en su mayoría militantes del régimen de Sadam Husein que estaban en paro y agradecieron la soldada por cambiar de bando. En Afganistán, el personal que podría hacer otro tanto, el pueblo pashtun, se opone, en cambio, crecientemente al régimen del presidente Karzai al que, aunque también es pashtun, tilda de vendido a minorías como la tayika, y especialmente, en un medio de una geografía tan poco urbana es difícil de encuadrar a nadie como se hizo con los suníes de Bagdad y las ciudades iraquíes; aún más, tampoco es refuerzo todo lo que reluce. En Vietnam, cuando el contingente norteamericano alcanzó su mayor cota, 500.000 militares, sólo 70.000 se hallaban simultáneamente en combate, tal era el apetito logístico de un ejército que necesita tres comidas diarias y frecuentes viajes de refresco a la retaguardia. Mientras una división norteamericana consumía 20 toneladas mensuales de suministros, las unidades norvietnamitas equivalentes se apañaban con dos, según fuentes del Pentágono. Ese nuevo contingente sería tan goloso como los anteriores y sólo una fracción se sumaría a la fuerza combatiente. Hay, sin embargo, una tercera escuela, quizá compatible con la Pak-Af, que vagamente defiende la Administración de Kabul: la negociación con los talibanes, con los que ya hablaron emisarios de Karzai a fin de septiembre, en Arabia Saudí. Esta posición se basaría en que sería posible convivir con los fundamentalistas, presentes de alguna manera en el poder, porque, una vez desligados de Al Qaeda, no constituirían amenaza para Washington. Pero el cáncer es el propio Afganistán. Si en Irak, bien que al precio de un desastre humano, cabe hablar de un esquema de administración es porque hay una mayoría del país, el 70% de chiíes, que quieren un Estado viable, en la medida en que lo gobiernen ellos. Contrariamente, las recientes elecciones presidenciales, declaradas fraudulentas por la ONU, podrían tener que repetirse y Karzai no está en condiciones de negociar, ni controlar nada. La corrupción, los señores de la guerra, el nulo trabajo de reconstrucción emprendido por la fuerza internacional -Kabul está sin agua corriente ni electricidad- hablan de un país sin Estado, que es el que tendría que ganar la guerra y encuadrar la paz. En 2008 había 85.000 soldados afganos entrenados por la fuerza extranjera, y para 2011 se prevé que aumenten a 150.000, pero su afán combatiente parece limitado. Bush tenía que hacer algo ante el mega-crimen de las Torres Gemelas y, con el amparo de la ONU, desencadenó la operación Afganistán. Ésta es por ello una herencia legítima de Obama, pero no menos venenosa. Sin mencionar la crisis mundial, el conflicto árabe-israelí, Irán nuclear, o el futuro de Irak, el presidente norteamericano se juega ahí también su mandato. EL PAÍS. 21-10-2009

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