Un gobierno de unidad nacional palestino

Obstáculos para la unidad palestina.

La formación de un gobierno de unidad nacional palestino, que incluyera a miembros de Al Fatal y de Hamás, darí­a legitimidad y legalidad internacional de facto a Hamás -considerado oficialmente un grupo terrorista por la UE y EEUU- y la posibilidad a las potencias occidentales -mediante Al Fatah- de tener alguna influencia en la Franja. Tanto Irán -la emergente potencia regional que respalda a Hamás- como a EEUU y las burguesí­as árabes rivales de Teherán -que tienen influencia sobre la ANP de Al Fatah- tienen que ganar en un gobierno de unidad nacional. Pero en el camino a la reconciliación de las facciones palestinas hay obstáculos que deberán ser sorteados.

Los bombardeos y matanzas que ha erpetrado el ejército israelí no son los únicos crímenes que han ocurrido en Gaza en las últimas semanas. Al Fatah ha denunciado que unos días después del alto el fuego israelí, varios de sus miembros han sido detenidos, torturados e incluso disparados en las piernas por militantes de Hamás. La organización islamista niega la acusación y responde al contraataque, asegurando que sus miembros y simpatizantes en Cisjordania son perseguidos por las fuerzas de Fatah y que más de 600 de sus miembros están detenidos en cárceles cisjordanas. Desde que Al Fatah fuera expulsada a tiros de la franja de Gaza y se crearan dos estados palestinos, la ruptura de relaciones ha sido total. Hasta en el momento más encarnizado de la guerra, el presidente de la ANP y líder de Fatah Abbas, al tiempo que condenaba el ataque, responsabilizaba a Hamás. Pero los acontecimientos han cambiado el viento. La masacre de Gaza, al mismo tiempo que inmolaba a más de 1400 palestinos y hería a más de 5000, conseguía exactamente el efecto contrario al buscado por Tel Aviv: galvanizar a Hamás en Gaza y debilitar a Fatah en Cisjordania. Pero en la Casa Blanca no lo han interpretado sólo así. Gaza significa ahora para Washington una plaza fuerte de Irán incrustada a orillas del Mediterráneo. También lo ven así los jeques del petróleo de Arabia Saudí o de los Emiratos Arabes, que pugnan con los Ayatolás por ser la cabeza del emergente mundo musulmán. Ambos, Ryad y Washington han visto como sus intentos de cerrar el paso o limitar la influencia de Irán han acabado en fracaso. A este fiasco han contribuido notablemente las ofensivas incendiarias de los halcones sionistas: la guerra de Líbano trajo la victoria de facto de Hezbola, otro peón de Teherán. Y han decidido que es hora de llegar a un compromiso: mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos, aún más cerca. Es por ello que hace unos días, arropado por los jeques árabes en la cumbre de Kuwait, Mahmoud Abbas tendió la primera mano: “Lo que se requiere, si queremos de ponernos de acuerdo y espero que así sea, es un Gobierno de unidad nacional que gestione el levantamiento del bloqueo israelí, la apertura de pasos fronterizos, la reconstrucción y la celebración de elecciones legislativas y presidenciales simultáneas”. Hamás, aunque con reticencias, ha manifestado que está dispuesto a dialogar. Lo que tienen por ganar los islamistas y Teherán no es poco. De ser un movimiento condenado al asedio y a la marginación, a tener legitimidad internacional. Los obstáculos son grandes -¿aceptarían los islamistas una presidencia de Fatah en un eventual gobierno de unidad nacional o viceversa?. Pero la auténtica mesa de negociación, como ya reconocen los medios internacionales, está entre Washington y Teherán. Del intercambio de concesiones y del pulso de fuerzas que mantengan las dos potencias se decidirá en última instancia, que las rotas costuras de la unidad nacional palestina puedan volver a ser zurcidas.

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