Obama: lí­der sin causa

«El mes pasado, ningún soldado estadounidense murió en Irak. El mes pasado, la tasa de desempleo bajó un poco, el mercado bursátil finalizó el año al alza, el sistema financiero no se hundió, los tres grandes de Detroit comienzan a tener pulso, y sin embargo ha empezado a formarse un consenso de que Barack Obama, que es responsable o simplemente ha presidido todas estas cosas buenas, es un fracaso».

Las encuestas muestran que la tasa de arobación del presidente acaba de perder dos puntos en diciembre, mientras que su índice de desaprobación ha ganado un punto. Obama comenzó el 2009 con un 43% de los estadounidenses aprobando fuertemente su gestión y lo termina con sólo un 26% afirmando lo mismo. En política exterior, Obama ha decepcionado profundamente a sus fans a la izquierda por la escalada de la guerra en Afganistán, escalada que para la derecha no es suficiente. La razón de que las críticas hayan comenzado a clavarse es que con Obama se puede hacer cualquier cosa que sus críticos quieran. Él es un hombre de arcilla ideológica que ha permitido que otros moldeen su imagen. Sus conclusiones están siempre en movimiento. No es que no sea bueno o inteligente, es más bien que en un universo político gobernado por exaltados ideológicos, carece de ideología. (THE WASHINGTON POST) THE WALL STREET JOURNAL.- Hay poderosas razones para argumentar que el Sr. Hummer, el símbolo de la nueva opulencia, encarna la noticia más fundamental de nuestra era y la tendencia más duradera y dominante de las relaciones internacionales. La liberalización política y económica alcanzó una masa crítica en todo el mundo en los últimos años, con lo que propulsó los ingresos de cientos de millones de personas y desató un torrente de ambición y aspiraciones. Una fuerza que se empezó a forjar en 1978 en China, en 1991 en India y de manera más reciente en muchas otras economías en desarrollo se ha turbocargado EEUU. The Washington Post Obama: un líder sin una causa Richard Cohen El mes pasado, ningún soldado estadounidense murió en Irak. El mes pasado, la tasa de desempleo bajó un poco, el mercado bursátil finalizó el año al alza, el sistema financiero no se hundió, los tres grandes de Detroit comienzan a tener pulso, y sin embargo ha empezado a formarse un consenso de que Barack Obama, que es responsable o simplemente ha presidido todas estas cosas buenas, es un fracaso. Es más, el consenso está respaldado por los números. Las encuestas, según los informes Rasmussen, muestran que la tasa de aprobación del presidente acaba de perder dos puntos en diciembre, mientras que su índice de desaprobación ha ganado un punto. Obama comenzó el 2009 con un 43% de los estadounidenses aprobando fuertemente su gestión y lo termina con sólo un 26% afirmando lo mismo. De cualquier forma que se midan las encuestas, Obama no ha tenido un buen año. A la izquierda, el presidente está siendo golpeado por la legislación de reforma de la salud que no incluye una opción pública y que no ha enviado a los ejecutivos de seguros a Guantánamo. A la derecha, está siendo golpeado por la socialización de la economía, y una permisividad con grupos terroristas que permite a nigerianos maniáticos cargar sus Calvins con bombas y volar a Detroit pacíficamente. Es una caricatura. En política exterior, Obama ha decepcionado profundamente a sus fans a la izquierda por la escalada de la guerra en Afganistán, escalada que para la derecha no es suficiente. Guantánamo, que se comprometió a cerrar, todavía está abierta. Apoya los derechos de homosexuales, pero mejor “no preguntes y no digas” (…) Aquí zigs, allá zags. ¡Cambio! ¡Esperanza! Pero no mucho de lo primero y poco de lo último. Para algunos, es débil con el medio ambiente. Para otros, es demasiado fuerte sobre el medio ambiente. Se camufla en lo incomprensible, ocultando la huella (del carbón), y arremetiendo quijotescamente contra los molinos de viento que producen energía. Concede demasiado a nuestros aliados, se inclina cuando debería sacudir y no ha traído la paz al Oriente Medio –como, usted recordará, George W. Bush sí hizo. Gran parte de esta crítica es estúpida. Si el Partido Republicano hubiera seguido su camino –y Dios se ha ocupado de que no fuera así– el país habría vuelto al sistema de trueque y la tasa de desempleo sería de alrededor del 25%. El programa económico del Partido Republicano, simplemente no existe, y hasta Bush lo sabía. Cuando llegó la caída, tiró por la borda su ideología y utilizó el dinero del gobierno para rescatar a las instituciones financieras. Sin embargo, la razón de que las críticas del Partido Republicano hayan comenzado a clavarse es que con Obama se puede hacer cualquier cosa que sus críticos quieran. Él es un hombre de arcilla ideológica que ha permitido que otros moldeen su imagen. Sus conclusiones están siempre en movimiento. No es que no sea bueno o inteligente, es más bien que en un universo político gobernado por exaltados ideológicos, carece de ideología (…) La Casa Blanca se enfrenta a un problema político importante. El primer año de Obama no ha sido malo, y sin embargo ha sufrido. El año que viene amenaza con ser mucho peor. Las muertes van a aumentar en Afganistán. El desempleo podría supurar. La deuda va a aumentar, y en todo el país, gobiernos estatales y municipales van a ir a la quiebra y mirarán a Washington para pedir ayuda. La tierra se irrita con ira, y Mr. “Tranquilo” en la Casa Blanca no es asimilable a un Franklin Delano Roosevelt, amante de las charlas junto al fuego. Él ha nacido en la era del blog. A los periodistas nos gusta creer que si recibimos críticas de ambos lados de la historia, es que algo debemos estar haciendo bien. Esto no es cierto para los periodistas (…) y no es cierto para las figuras políticas. En el caso de Obama, su desgracia es ser un líder sin una causa. Quería un proyecto de ley de atención de salud. ¿Por qué? Para proteger a los desprotegidos. Quizás. Para controlar a las compañías de seguros. Quizás. Para reducir los costos. Quizás. Lo que más importaba era conseguir un proyecto de ley, cualquier proyecto de ley. Esto no es una causa. Es una muesca en el cinturón. Obama podría ser un gran presidente. Ya ha logrado mucho –posiblemente salvar al país de la ruina financiera, salvar la industria del automóvil, conseguir algún tipo de reforma de la sanidad. Posiblemente, posiblemente. Sin embargo, sus números se hunden tanto como aumentan sus logros. Él es el Johnny Appleseed de la disociación cognitiva, tan completamente escindido que cuando gana, parece ser sólo para sí mismo. Los encuestadores lo miden ahora, pero los poetas ya lo han descrito. W. B. Yeats lo dijo hace años: "Los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores están llenos de apasionada intensidad". THE WASHINGTON POST. 5-1-2010 EEUU. The Wall Street Journal La década de los mercados emergentes John Bussey Llámele Sr. Hummer, nuestro hombre de la década. Corría 2005 y el joven chino acababa de estacionar su monstruo de vehículo, un Hummer rojo cereza con grandes faros antiniebla y neumáticos gigantescos, en una transitada intersección en el centro de Shanghai. Mientras permanecía sentado en el asiento del conductor sus compatriotas pasaban y se maravillaban. "Qué máquina tan bella", le gritó un reportero. Sr. Hummer volvió la vista, apuntó con el dedo a la capota y respondió: turbo cargado. Muchos acontecimientos acapararon los titulares del mundo en esta primera década del siglo XXI: los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos; las guerras en Afganistán e Irak que le sucedieron; desastres naturales en Asia; la intoxicación financiera y posterior purga y colapso global. Pero hay poderosas razones para argumentar que el Sr. Hummer, el símbolo de la nueva opulencia, encarna la noticia más fundamental de nuestra era y la tendencia más duradera y dominante de las relaciones internacionales. La liberalización política y económica alcanzó una masa crítica en todo el mundo en los últimos años, con lo que propulsó los ingresos de cientos de millones de personas y desató un torrente de ambición y aspiraciones. Una fuerza que se empezó a forjar en 1978 en China, en 1991 en India y de manera más reciente en muchas otras economías en desarrollo se ha turbocargado. En la última década, el número de hogares con ingresos anuales disponibles de más de US$10.000 se disparó en países tan diversos como Argelia, Brasil, Kazajstán y Polonia. China superó a Japón y Estados Unidos para convertirse en el mayor mercado de automóviles del mundo. Los abonados a la telefonía móvil en India se multiplicaron por 240, una tasa superada por Siria, Vietnam, Kenia y muchos otros países, según los datos de la firma de investigación Euromonitor International. De hecho, la tecnología jugó un papel preponderante al propulsar el crecimiento durante toda la década. La firma de acuerdos de libre comercio ayudó a muchos países pobres a crecer. Lo mismo se puede decir de una gestión económica más prolija y la liberalización de las reglas para hacer negocios. Pero la tecnología ha sido la gran fuerza detrás de una mayor igualdad. "Innovaciones tecnológicas como Internet y los teléfonos celulares han contribuido a que regiones como África se conecten", dice el economista de la Universidad de Nueva York William Easterly. "Kenia de repente determinó que podía captar el mercado europeo de flores cortadas mediante el uso de Internet" para comprar y vender, señala. El Banco Mundial sugiere que la economía global podría pasar de US$35 billones (millones de millones) en 2005 a US$72 billones en 2030, impulsada por los países en desarrollo. El organismo calcula que, en 2030, 1.200 millones de personas en países emergentes formarán parte de lo que llama la clase media. La cifra triplica el número actual. "Cuando hay una clase media lo suficientemente grande, esa es la clave de un buen gobierno de manera sostenida", explica Nancy Birdsall, presidenta del Centro para el Desarrollo Global, un centro de estudios de Washington. "Es la clase media la que demanda un sistema competitivo, derechos de propiedad, el estado de derecho, un contexto económico que permita competir, en el que no hay que luchar contra los privilegios internos asociados con las economías en desarrollo". Pero las ventajas que ofrece esta clase media emergente también dependen del cristal con que se les mire. Las nuevas potencias económicas exigirán una mayor influencia política y se quedarán con una mayor porción de la innovación de punta, la parte lucrativa del mercado global que EE.UU. y el mundo desarrollado consideran como propia. Andrew Liveris, presidente ejecutivo de Dow Chemical Co. señala otro tipo de reto. Cuando se reúne con grupos de empleados en EE.UU. pregunta quién tiene hijos estudiando ingeniería. Se levantan unas manos, dice. Cuando hace la misma pregunta en reuniones de Dow en China e India, se alzan un mar de brazos. No es lo único. Una expansión robusta puede ser seguida de un retroceso importante, como ha ocurrido en los dos últimos años marcados por la crisis financiera. Los daños medioambientales y la desigualdad de ingresos son amenazas omnipresentes para la estabilidad. Y el proteccionismo acecha en todo el mundo. De todos modos, se espera que el impulso acumulado en los últimos 10 años continúe en la próxima década. La aspiración infectó a Sr. Hummer y al final de la década consumió a la propia marca: un fabricante chino compró la ex división de General Motors Co. THE WALL STREET JOURNAL. 1-1-2010

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