Si el primer plan de rescate de la economía de EEUU -de 700.000 millones de dólares- levantó ampollas entre los pasillos del Congreso y tuvo que ser aprobado tras largas jornadas de negociaciones entre demócratas y republicanos -y con la mediación de Bush y el mismo Obama, y las súplicas del entonces Secretario del Tesoro, Henry Paulson-, el plan de estímulo de la economía norteamericana que va a proponer Barack Obama al Congreso -que supera la cifra hasta otros 825.000 millones de dólares adicionales- promete otra no menos dura batalla.
Obama, emeñado en un espíritu de consenso y diálogo, que refleja la voluntad del nuevo gobierno por unir a la clase dominante en los frentes interno y externo, deberá lidiar con unos líderes republicanos que nada más conocer las intenciones del presidente exclamaron un sonoro –“¡Dios mio!”-. En los primeros días de su presidencia, Obama deberá tomar dos decisiones importantes respecto a los multimillonarios planes de rescate. La primera hace referencia a cómo invertir el segundo paquete de 350.000 millones del primer plan de rescate aprobado por el Congreso. La primera inyección –para disgusto de los bienpensantes keynesianos, que esperaban que los bancos lo utilizaran para reanudar la concesión de créditos para la compra de automóviles y viviendas, y les diera margen para ser flexibles con los propietarios de casas con el agua al cuello para pagar las letras- no ha tenido efecto alguno en la liquidez ni en el crédito. Los bancos lo han utilizado de acuerdo a su naturaleza monopolista: han agrandado sus reservas, pagado deudas y no han concedido préstamos por miedo a que la crisis lleve a la quiebra al prestatario. E incluso ha habido no pocos casos de despilfarros descarados –ejecutivos con bonificaciones escandalosas- que son investigadas por supervisores federales. Pero el caso es que los 350.000 millones de dólares (el PIB de Argentina) arrancados del bolsillo de los estadounidenses se han esfumado. Por eso la administración Obama ha tomado la determinación de racionar con mucho más cuidado y supervisión el resto del primer plan de rescate.Pero no es suficiente. Después de varias reuniones con sus asesores económicos, Obama ha decidido pedir al Congreso que libere otros 825.000 millones con otro objetivo: hacer más competitiva la economía norteamericana: grandes obras públicas, mejora del transporte y medidas de eficiencia energética. El presidente dijo que en el marco de ese proyecto buscará acelerar la creación de energía limpia para conseguir un ahorro de dos mil millones de dólares al año. "Lanzaremos un esfuerzo sin precedentes para erradicar el derroche, la ineficiencia y el gasto innecesario", señaló.La oposición republicana, tradicional enemiga del aumento del gasto público, se opone a que estas enormes cifras se inviertan en proyectos a largo plazo que puede que no estimulen de inmediato la economía. "Hace falta un plan de alivio rápido, no el clásico y costoso gasto público cargado de intereses particulares", declaró el líder republicano en la Cámara de Representantes, John Boehner, un ferviente defensor de las políticas más duras de Bush, y que se convirtió en septiembre en una de las peores pesadillas de Paulson, el anterior Secretario del Tesoro. En una famosa anécdota, Paulson tuvo que suplicar de rodillas que su plan fuera aprobado, ante la oposición cerrada de los republicanos encabezada por Boehmer. Obama –pese a su disposición al consenso- no lo va a tener nada fácil.