Las primeras medidas de la nueva administración

Obama agita el tablero mundial

Mientras la atención de la opinión pública mundial se dirigí­a hacia el cierre de Guantánamo o la prohibición de la tortura, la realidad es que la primera semana de Obama en la Casa Blanca ha traí­do una notable agitación al tablero mundial. Y no en el sentido que muchos esperaban. En coherencia con su discurso de campaña, Obama y su equipo han empezado a mover piezas en una misma dirección: concentrar esfuerzos y medios en Afganistán. Movimientos que en esta primera etapa están provocando reacciones cuanto menos inesperadas

La rimera decisión de Obama en política exterior ha sido el nombramiento de dos enviados especiales de características radicalmente opuestas –lo que da a entender que están encargados de misiones con objetivos también muy distintos– para dos de los principales puntos conflictivos: Oriente Próximo y Afganistán-Pakistán. Con la elección de George Mitchell como enviado especial para Oriente Medio, Obama pone de manifiesto su interés por encontrar lo antes posible un medio de atenuar el conflicto palestino-israelí, posiblemente la tarea más urgente y espinosa del inicio de su mandato. La condición de reputado negociador de Mitchell, artífice de los acuerdos de Belfast que pusieron fin a las actividades del IRA y autor del informe de su mismo nombre que en 2001 propuso la suspensión de los asentamientos israelíes en los territorios ocupados como condición para el retorno a las conversaciones de paz, es un claro y doble mensaje. Para los israelíes, que quiere llegar lo antes posible a un alto el fuego consistente que dé paso al inicio de negociaciones. Y a los palestinos que su Administración está dispuesta a presionar a Israel para llegar a un acuerdo de largo alcance. La pacificación, o al menos el apaciguamiento del Próximo Oriente es un elemento clave para adelantar en la resolución de las dos tareas más complejas y decisivas para Washington en la región; la salida ordenada de Irak y la contención –amistosa o no tanto– del poder iraní en la zona. De la resolución de ambas cuestiones va a depender muy mucho el éxito o el fracaso en Afganistán. Y es en este punto, Afganistán, donde los primeros movimientos de Obama están provocando las reacciones más sorprendentes. En primer lugar por la elección de Richard Holbrooke como delegado especial para la zona, revestido de un poder auténticamente virreinal del que sólo responderá ante el presidente, saltando en la cadena de mando del departamento de Estado a la mismísima Hillary Clinton. Holbroke es la antítesis de Mitchell. Si éste fue decisivo en la pacificación del Ulster, aquél lo fue también, exactamente en las mismas fechas, en la sangrienta resolución del conflicto yugoslavo. Todo lo que el segundo tiene de conciliador y negociador, el primero lo tiene de duro y resolutivo. Y le ha faltado tiempo para ponerse manos a la obra. En apenas una semana ha reactivado la relación con Moscú, con el que parece tener ya un acuerdo en fase avanzada. Washington paraliza la instalación de las bases del escudo antimisiles en Polonia y Chequia, y a cambio Moscú proporcionará apoyo logístico y de inteligencia a la ofensiva militar norteamericana en Afganistán. Se habla incluso de abrir una nueva ruta de aprovisionamiento para el ejército de la coalición a través del Mar Caspio y las repúblicas del Asia Central, ruta para la que resulta imprescindible la colaboración rusa. En ese mismo tiempo ha levantado los recelos de India, dando a entender que una colaboración más activa del ejército pakistaní en la lucha contra los talibanes exige avanzar en la resolución del conflicto de Cachemira. Algo que ha disparado inmediatamente las alarmas en Nueva Delhi, donde sospechan que la política de alianza estratégica y el camino cooptación de India al directorio de grandes potencias seguida por Condolezza Rice pueda verse frenada con los nuevos planes para la zona de Obama. Si a esto añadimos la respuesta del secretario del Tesoro a una interpelación del Senado, acusando públicamente a China de manipular el valor de su moneda –un gesto inamistoso hacia Pekín que ha sorprendido incluso a los halcones de Washington–, los primeros movimientos de Obama en el tablero mundial empiezan a dibujar un contorno, aunque todavía sin trazos lo suficientemente nítidos, sí con rasgos preocupantes. Asia empieza a revelarse como el gran objetivo estratégico de la “diplomacia inteligente” norteamericana en esta nueva etapa. Y dentro de ella, habrá que estar atentos a lo complejo y sensible de las relaciones con Pekín.

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