El feminismo actual en México y “la Brillantada”

Nunca más tendrán la comodidad de nuestro silencio

Natalia Villanueva Nieves es escritora, docente e investigadora. Doctora por el Departamento de Estudios Chicanos de la Universidad de Santa Bárbara (California). Especialista en escritura de mujeres de color y feminismos transnacionales de las Américas.

El capítulo más reciente del feminismo en México inició en 1993. En enero de ese año, el cuerpo de Ana Chavira Farel de 13 años fue encontrado en un lote baldío en Ciudad Juárez, Chihuahua, con señales de estrangulamiento y violación. Al caso de Ana se sumaron los de otras mujeres, niñas y adolescentes cuyos cuerpos aparecían, en su mayoría, en el desierto. Todos brutalmente torturados y violentados sexualmente. Las primeras reacciones ante los feminicidios fueron de desconcierto e indignación. Esto no porque la sociedad mexicana fuera ajena a la violencia de género, sino porque, antes de Juárez, ésta no se había presentado sistemáticamente haciendo gala de tanto sadismo.

Desde el principio fue claro que lo que estaba ocurriendo en Juárez no era una anomalía, sino el reacomodo de lo poderes económico, político y social que estaban propiciando NAFTA y la entrada del neoliberalismo a México. Las propias víctimas, mujeres jóvenes, migrantes, de rasgos indígenas y/o afro, de clase trabajadora, eran la evidencia más contundente de este reacomodo. Sin embargo, la violencia feminicida parecía tan focalizada en una sola zona geográfica y en un grupo social de por sí ya vulnerable que a la indignación inicial le siguieron años de impunidad e indiferencia. Años, en los que cabe señalar, colectivos de mujeres y familiares de las víctimas no dejaron de organizarse y de clamar justicia.

La infame guerra contra el narcotráfico iniciada durante el gobierno de Felipe Calderón en 2006 significó la expansión del sistema de poder que operaba en ciudades como Juárez desde la década anterior. Este sistema, nombrado “capitalismo gore” por la feminista tijuanense, Sayak Valencia, “capitalismo apocalíptico” por Rita Segato y que yo identifico en mi trabajo como “necrocapitalismo,” se caracteriza por la fusión entre el estado y grupos delictivos, el uso de la violencia extrema para generar ganancias económicas y la ostentación de poder e impunidad a través de actos públicos sádicos. Como en Juárez, las mujeres, las niñas y los niños resultaron los grupos más vulnerables ante la escalada de violencia que ahora se vivía a nivel nacional.

Las protestas de mujeres que están teniendo lugar hoy en día en México son la respuesta a dicho sistema que ha propiciado décadas de violencia feminicida, normalizándola a través de la impunidad. “La Brillantada”, como nombraron sus organizadoras a las movilizaciones del pasado viernes 16 de agosto en diferentes ciudades mexicanas, es la manifestación pública más reciente de una nueva ola de feminismo cuyo reclamo principal es el derecho más fundamental de todos: el derecho a vivir y a no llevar una sentencia de muerte clavada en el cuerpo por el simple hecho de ser mujer. A este feminismo lo integran mujeres cuya niñez transcurrió escuchando de los feminicidios de Juárez; mujeres quienes crecieron experimentado como la violencia de género se incrementaba en su día a día, reduciendo cada vez más los espacios seguros (primero fueron las calles de noche poco transitadas, luego los taxis, después cualquier tipo de trasporte público, incluso uber, cualquier calle a cualquier hora de día, cualquier espacio público concurrido o no); también mujeres, las más jóvenes, quienes nunca en su vida han sabido lo que es salir solas a la calle sin temer por sus vidas.

Este feminismo como respuesta a un largo proceso de descomposición política más años de impunidad y violencia se hace evidente en una de las imágenes más virilizadas en redes sociales de La Brillantada. En ella se ve a José Luis Castillo, el único hombre a quien el colectivo feminista de Ciudad Juárez permitió acompañara la marcha. En la imagen, José Luis porta un cartel de cuerpo completo con el rostro de su hija, Esmeralda Castillo de 14 años, quien desapareció el 19 de mayo de 2009 en Ciudad Juárez. En la imagen, José Luis lanza diamantina rosada con el resto de las manifestantes, mientras suplica no olvidar que falta Esmeralda.

A esta imagen se suma otra que fue foco de controversia pues la opinión pública la utilizó para desacreditar al movimiento. Esta otra imagen es la del Monumento a la Independencia en pleno corazón de la Ciudad de México cuyo pedestal, en un acto simbólico potentísimo, fue grafiteado con consignas que sin filtros expresan lo que hoy en día es la nación desde la perspectiva femenina. En las pintas se lee: “la patria mata”, “México feminicida” “estado feminicida” “feminicidio patrimonio nacional.” No sorpresivamente autoridades y medios de comunicación con el apoyo de civiles (en especial de patriarcas y mujeres con miopía de clase) tacharon este acto de “vandalismo” y lo publicitaron como claro ejemplo de la “violencia” que permea en el movimiento. Sin embargo, estas voces tan preocupadas por el patrimonio nacional no lograron fracturar la sororidad que impulsa al movimiento y, contrario a su objetivo, le dieron más fuerza al acto simbólico. Porque mientras las miradas críticas ven en la estatua a lo alto del monumento a un ángel pasivo y sumiso en peligro, miles de mexicanas vemos lo que realmente significa esa estatua mal llamada “ángel de la independencia.” Nosotras vemos a la victoria alada que con tetas y agencialidad grita desde las alturas otra de las consignas que yacen en su pedestal: “Nunca más tendrán la comodidad de nuestro silencio.”

Deja una respuesta