La XV Cumbre de los BRICS, que ha resuelto cooptar a seis nuevos miembros, deja interesantes interrogantes geopolíticos. ¿Cómo es que dos enemigos históricos como Arabia Saudí e Irán han ingresado en el mismo club? ¿Cómo es que Egipto -como los saudíes o Emiratos Árabes, en la órbita de EEUU- se suman a un grupo donde está China y Rusia, rivales y enemigos de Washington? ¿Por qué Etiopía, cuya economía es la número 62 en el ranking mundial, ha sido admitida en el grupo de las potencias emergentes?
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Arabia Saudí e Irán, ¿queridos enemigos?
La rivalidad de Arabia Saudí -cabeza de la rama sunnita del Islam- y de Irán -cabeza del chiísmo- va mucho más allá de lo religioso. Durante décadas, la petromonarquía de Riad -como también la de Emiratos Árabes- ha hecho de su encuadramiento en la órbita de Washington una carta de presentación. Hace pocos años (2017-2020), la administración Trump firmaba con la casa de Saud el mayor contrato de venta de armas (100.000 millones de dólares) de la historia, e impulsaba los «Acuerdos Abraham» entre Israel y Arabia Saudí. Al tiempo que hostigaba militarmente a Irán, rompiendo el acuerdo nuclear y amenazando con una agresión bélica.
Y ahora sin embargo, las dos grandes potencias sunnitas -Arabia Saudí, y Emiratos Árabes- e Irán han ingresado en los BRICS, junto a China y Rusia. Algo que supone una bofetada a Washington, pero también potencia la diplomacia entre históricos rivales, siendo un factor de distensión en Oriente Medio y el mundo islámico. ¿Qué ha pasado?
Lo primero, el avance de un mundo multipolar, donde las distintas potencias emergentes buscan defender sus propios intereses económicos y políticos, ganando autonomía y zafándose de la subordinación a EEUU.
En marzo de 2023, bajo la mediación de China -interesada en comprar petróleo a saudíes e iraníes- se producía el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Teherán y Riad, comprometiéndose ambas a cooperar en materia de seguridad, comercio o cultura en Oriente Próximo.
Los antagonismos acumulados durante años entre saudíes e iraníes no se han evaporado. Pero el acercamiento y la pertenencia mutua a los BRICS reduce su tensión.
Aunque rivales, ambos países comparten preocupaciones y necesitan estabilidad. En Irán, la revuelta del velo ha puesto como nunca en jaque al régimen de los ayatolás, y Teherán busca con el apacigüamiento con Riad que los acuerdos de Abraham no deriven en una pinza israelí-saudí contra ellos.
En cuanto a la monarquía saudí, aunque su relación con Washington no ha desaparecido, está transformándose. Hace mucho que ya no es de vasallaje.
EEUU mantiene 2.500 soldados en suelo saudí, contratos armamentísticos de decenas de miles de millones, y entrenando a sus ejércitos, y su comercio bilateral ha crecido un 50%. Pero no han podido evitar que haga negocios con China o con Rusia prescindiendo del dólar. Riad quiere diversificar su economía para un futuro postpetróleo, pero para ello necesita mantener alto el precio del crudo, ello le ha llevado a encararse a EEUU y entenderse con Irán y Rusia en la OPEP. Y por otra parte, Washington -centrado en la contención de China y en la guerra de Ucrania- está obligado a prestar menos atención y recursos a Oriente Medio, y menos esfuerzos a reconducir el rumbo de Riad.
Los antagonismos acumulados durante años entre saudíes e iraníes no se han evaporado. Ambos respaldan -con armas y dinero- a bandos y partidos opuestos en Yemen, Siria, Líbano e Irak, pero aunque el pacto entre ambos sea frágil e inestable, el acercamiento y la pertenencia mutua a los BRICS reduce la tensión en el Estrecho de Ormuz, y puede favorecer el fin de varias guerras en Oriente Medio.
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¿Y Egipto?
El actual presidente de Egipto llegó al poder ejecutando un golpe de Estado en 2013 contra el gobierno -demasiado autónomo para Washington- de los Hermanos Musulmanes. Apadrinado por EEUU, la misión del general Al Sisi era garantizar que el país acatara los dictados norteamericanos. Y desde entonces ha aplastado con mano de hierro diferentes movilizaciones populares por la carestía de la vida. Por eso, al igual que en el caso saudí, la incorporación de Egipto a los BRICS suscita preguntas.
A pesar de que el vínculo con EEUU sigue siendo profundo – Washington proporciona a El Cairo 1.300 millones de dólares anuales en ayuda militar- el avance del multilateralismo ofrece a Egipto posibilidades imposibles de ignorar. Hace tiempo que Egipto traviesa dificultades económicas, y por eso ya en 2022 pidió financiación al Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS, descubriendo las ventajas de sus opciones de pago alternativas al dólar, y viendo este país de 100 millones de habitantes la oportunidad para abrir fortalecer sus lazos comerciales y económicos con otras potencias emergentes, abriendo nuevas perspectivas de crecimiento y desarrollo.
Al país que guarda el Canal de Suez le interesa estar en buenos términos con China, el principal exportador de mercancías del planeta
Al país que guarda el Canal de Suez, la ruta transoceánica más importante del mundo junto con al Canal de Panamá, le interesa estar en buenos términos con China, el principal exportador de mercancías del planeta, y participar de la «Ruta marítima de la Seda» que impulsa Pekín. Y su dependencia de los cereales rusos y ucranianos le hace tener que hacer equilibrios entre las buenas relaciones con Washington y Moscú.
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¿Y Etiopía?
Esta nación, cuyo PIB está en el número 62 del mundo, guarda el cuerno de África. Cuenta con 120 millones de personas, y sufre de conflictos focalizados, interétnicos y con sus vecinos. A pesar de su subdesarrollo, es una economía emergente dentro de África (desde 2010 su PIB se ha multiplicado por 4) y cuenta con importantes recursos naturales como metales ornamentales, minerales metálicos, oro, potasa, tantalio, mármol y gas natural.
Pero además, la inclusión de Etiopía -junto a Egipto y Arabia Saudí- garantiza la navegación de las mercancías por el Mar Rojo, y por tanto la Ruta marítima de la Seda hacia Europa