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Netanyahu está a punto de dejar el gobierno tras su derrota electoral, pero poco parece que vaya a cambiar con ello. Los bombardeos y masacres de Israel contra la población de Gaza -seguramente el territorio más castigado, asediado y oprimido del planeta- se han convertido en una sangrienta tradición de Estado.
Aviones de combate israelíes han atacado posiciones en la Franja de Gaza, causando la muerte al menos a 34 palestinos, entre ellos varios niños. Los misiles del Tsahal han acabado con una familia de ocho miembros, cuyo hogar fue bombardeado mientras dormían. Horas después otro proyectil asesinaba a un padre y sus dos hijos, de 27 y 7 años, cuando circulaban en motocicleta cerca de su casa. Otro misil hizo blanco sobre otra motocicleta matando a su conductor e hiriendo gravemente al acompañante. También fue bombardeado un taller de carpintería en el que murieron todos sus ocupantes, entre ellos tres jóvenes de 16, 17 y 23 años.
La escalada comenzó días antes, cuando Israel eliminó al comandante de la Yihad Islámica palestina Baha Abu al Ata, a quien considera principal responsable de recientes ataques con cohetes disparados desde Gaza. La consabida represalia de la Yihad lanzó cientos de proyectiles sobre la cercana ciudad de Beersheva, la mayoría de los cuales fueron interceptados por el sistema antimisiles Cúpula de Hierro.
Hamás, gobernante en la Franja desde hace una década, se desmarcó de la Yihad, y pareció llegarse a una tregua que finalmente ha sido rota por el ejército israelí. Una nueva masacre sobre la población civil que ocurre, como de costumbre, ante la pasividad de la comunidad internacional y la complicidad de la UE y muy en especial de EEUU, protector de un Estado sionista que es uno de sus principales gendarmes en Oriente Medio.