Nos espera una vejez espartana

«Algo ha cambiado y las más recientes encuestas lo reflejan: la desconfianza en el presidente del Gobierno ha subido del 71% al 76%, una cota jamás alcanzada en democracia. En Madrid, que es una fábrica de ingeniosas crueldades, ya circula el dicho de que el número de gente que aprueba la polí­tica de José Luis Rodrí­guez Zapatero apenas supera a los que creen que Elvis Presley sigue vivo y que el hombre jamás pisó la Luna.» (LA VANGUARDIA)

EL PAÍS.- El residente del Gobierno mencionó ayer una supuesta conjura de los mercados contra el euro o contra la economía española. No necesita ir tan lejos ni recurrir a complots de guardarropía. La deuda española pierde credibilidad cada vez que un responsable político se desdice de lo que dijo antes con rotundidad (caso de las pensiones); y se resiente cuando se presentan planes de austeridad en los que se fía parte de la recuperación de ingresos a tasas de crecimiento del 3% en 2012 o se dan como razonables recortes de gastos de 50.000 millones sin eliminar una sola dirección general en la tupida maraña administrativa EXPANSIÓN.- No debería ir muy sobrado de argumentos el secretario de Estado de Economía, Manuel Campa, para convencer a los inversores de la City londinense de la solvencia de las cuentas españolas y la efectividad del plan de ajuste fiscal para recortar el déficit al 3%, cuando tuvo que acabar diciendo "pueden creerme o no, pero España ya lo ha hecho antes". Opinión. La Vanguardia Gambito de caballo Enric Juliana A la gente le ha cambiado la cara desde que ha oído hablar de la jubilación a los 67 años y de un nuevo cómputo de las pensiones. Esta es la novedad más verdadera. La fatídica señal está dada. Todos ya sabemos que nos espera una vejez espartana. Algo ha cambiado y las más recientes encuestas lo reflejan: la desconfianza en el presidente del Gobierno ha subido del 71% al 76%, una cota jamás alcanzada en democracia. En Madrid, que es una fábrica de ingeniosas crueldades, ya circula el dicho de que el número de gente que aprueba la política de José Luis Rodríguez Zapatero apenas supera a los que creen que Elvis Presley sigue vivo y que el hombre jamás pisó la Luna. "Hay una campaña para demonizar a Zapatero", exclama José Blanco, mientras ensaya gestos de hombre de Estado, gestos de hombre quizá llamado al recambio. Hay que tener en cuenta el triste tañido de las pensiones, ese súbito cambio de humor, para desmenuzar a partir de ahora los intríngulis de la política politizada: el movimiento de trincheras, el juego de astucias, las declaraciones y contradeclaraciones, los gestos, las puestas en escena… Bajo esa perspectiva, Convergència i Unió acaba de realizar un movimiento inteligente. Entre un socialismo grogui y una derecha que tiene miedo a defender medidas antipáticas, existe un evidente espacio central que Josep Antoni Duran Lleida no podía tardar tiempo en ocupar. Arrancó ayer con un simple movimiento de peón: petición de comparecencia de Zapatero en el Congreso y una escueta retórica sobre la disponibilidad de CiU al pacto si la política económica es corregida. Es lo de siempre y es novedad. Zapatero está hoy más apurado que Felipe González en 1993. La vieja guardia socialista que aún cree posible evitar la debacle ya no se lo calla. Están esperando a que CiU gane las elecciones catalanas y retome la presidencia de la Generalitat para negociar un pacto de estabilidad. "Es la única manera de salvar la legislatura", dicen. Por un simple movimiento de peón, Zapatero se ha visto forzado a acudir al Congreso, con el riesgo de que le partan la cara. Mariano Rajoy también deberá moverse. El PP oscila entre el eficaz tremendismo de sus numerosos propagandistas –una verdadera máquina de picar carne– y un cimbreo táctico que no acaba de cuajar en la grácil figura de María Dolores de Cospedal: en sólo cinco días ha hablado de elecciones anticipadas, de moción de censura y de dimisión del presidente. Alerta ante la apertura catalana, la derecha más dura y apostólica juguetea con la hipótesis de un gobierno de unidad nacional, idea que gusta al guerrismo jacobino. Oiremos hablar de ello en las próximas semanas. Más ajedrez. Ocupando el centro mientras suena la canción triste de las pensiones, CiU también dificulta el afán de José Montilla para constituirse en único capitán de la gente seria de Catalunya. Los de la calle Còrsega sueñan de nuevo con la jugada que más gustaba a William Faulkner. El gambito. Que los socialistas acaben sacrificando Catalunya para salvar el resto de la partida. LA VANGUARDIA. 9-2-2010 Editorial. El País Tejer y destejer El Gobierno ha decidido poner en sordina el debate sobre el futuro de las pensiones que con tanta determinación había abierto dos semanas atrás. Después de comprobar la ausencia de consenso en el propio gabinete y el rechazo radical de los sindicatos, hostiles a ampliar el periodo de cómputo para calcular la pensión de cada jubilado, se ha acogido al pretexto de que no es el momento más adecuado para plantear el debate sobre la viabilidad del sistema y que queda mucho tiempo antes de que aparezcan síntomas de crisis en el balance de la Seguridad Social. Con este razonamiento, que encubre el temor de que una reforma de las pensiones costaría votos y quizás una huelga general, ha organizado una notable confusión sobre una de las medidas más convincentes que la vicepresidenta Salgado podía esgrimir ante los inversores para defender la solvencia a medio y largo plazo de la economía española. Queda en firme sobre la mesa, sin embargo, la prolongación de la vida laboral hasta los 67 años. El momento elegido para plantear el debate sobre los problemas financieros que tiene el sistema de pensiones a partir de 2020 era tan bueno como otro. De esa fecha en adelante, el sistema corre el riesgo de caer en déficit estructural, que no se podrá corregir sin cambios en un plazo razonable. Si entre los miembros del Ejecutivo no existía suficiente acuerdo como para un debate de estas características, lo adecuado hubiera sido no suscitarlo el último viernes de enero; de esa forma no se hubieran frustrado ahora las expectativas de un cambio financiero en el sistema. Lo que en España, sea por razones de calendario o por falta de acuerdo en el Consejo de Ministros, casi siempre se abandona. El peor daño que causa este tejer y destejer no es de consumo interno, sino por la incertidumbre y la desconfianza que provoca entre los inversores. El presidente del Gobierno mencionó ayer una supuesta conjura de los mercados contra el euro o contra la economía española. No necesita ir tan lejos ni recurrir a complots de guardarropía. La deuda española pierde credibilidad cada vez que un responsable político se desdice de lo que dijo antes con rotundidad (caso de las pensiones); y se resiente cuando se presentan planes de austeridad en los que se fía parte de la recuperación de ingresos a tasas de crecimiento del 3% en 2012 o se dan como razonables recortes de gastos de 50.000 millones sin eliminar una sola dirección general en la tupida maraña administrativa. La responsabilidad no queda circunscrita en el Gobierno. El Partido Popular también es corresponsable de la desconfianza de los mercados hacia la economía española. "El problema no es la economía española, sino Zapatero", clama Rajoy sin caer en la cuenta de quién es el rostro y representación del país. Los mercados perciben la destructiva política de la oposición como un factor más de inestabilidad económica; y también que Rajoy no dispone de una política económica articulada, sino tan sólo de cuatro lugares comunes e ideas genéricas. EL PAÍS. 9-2-2010 Editorial. Expansión Viaje a la City: ni frío ni calor No debería ir muy sobrado de argumentos el secretario de Estado de Economía, Manuel Campa, para convencer a los inversores de la City londinense de la solvencia de las cuentas españolas y la efectividad del plan de ajuste fiscal para recortar el déficit al 3%, cuando tuvo que acabar diciendo "pueden creerme o no, pero España ya lo ha hecho antes". Menudo halago para los dirigentes del PP que entre 1996 y 1999 lograron encarrilar las cuentas públicas y poner en orden la economía para entrar en el euro. La realidad ahora es que la vicepresidenta Salgado y Campa han comunicado a los inversores el plan para recortar el gasto en 50.000 millones y los objetivos reformistas con la misma inconcreción y voluntarismo que los anuncios previos realizados en España. Por eso no es extraño el cauto escepticismo con el que los mercados han reaccionado en el inicio de este road show, cuyos efectos positivos o negativos se harán más perceptibles en los próximos días. Pero no es un buen comienzo que la estrategia para recuperar la credibilidad deba ser sostenida por un acto de fe. Tampoco habrá contribuido mucho a ganar la confianza de los mercados el delirio victimista de José Blanco que, mientras Salgado y Campa se esforzaban por convencer a la City de la bondad de sus planes, denunciaba una campaña perfectamente orquestada para destruir a Zapatero y un complot contra España por parte de los inversores y de la prensa internacional, que recuerda demasiado a la obsesión franquista con la conspiración judeomasónica, aderezada con la pertinaz sequía. Curioso complot en el que habría participado el propio BCE e incluso el socialista Joaquín Almunia, al advertir sobre la gravedad de la situación. A los inversores internacionales les preocupa el colosal agujero presupuestario y el creciente endeudamiento, cuya corrección precisa una drástica cirugía que el Gobierno no acierta a transmitir cómo poner en práctica. Las dificultades son muchas, pero fundamentalmente porque dicha corrección depende de los difíciles supuestos de que el Gobierno logre embridar el despilfarro autonómico y de que se decida a meter la tijera en el gasto social. Todo ello en un contexto en el que será imposible reeditar la exuberancia de ingresos que supuso la burbuja inmobiliaria. Mal argumento es que el Gobierno recomiende invertir en deuda española porque la prima de riesgo, de cien puntos básicos, hace que tenga precios atractivos. ¿Por qué no entonces la griega, con una prima de 350 puntos? Como venimos diciendo desde que los mercados han optado por castigar a España, la confianza no se pide, hay que ganársela con hechos y eso es precisamente lo que le sigue faltando al Gobierno, enredado en amagos y rectificaciones. Si tan malo era el mutis que ha venido acompañando la apoplejía reformista del Gobierno, peor aún es que, una vez puesta por escrito buena parte de las reformas que son preciso llevar a cabo, el presidente Zapatero siga evidenciando muestras de incapacidad para emprenderlas por sus prejuicios ideológicos y su miedo a la contestación sindical. EXPANSIÓN. 9-2-2010

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