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No todo es economí­a: un debate monográfico

En Estados Unidos, al día siguiente del anual debate del Estado de la Unión, algunos periódicos hacen una clasificación de las palabras más repetidas en el mismo. Aquí, con el discurso de Rajoy, ninguna duda de que la palabra o, más exactamente, el tema más repetido ha sido economía. Lógico si incluimos el paro porque es el tema que más preocupa a los españoles. Lógico también desde el punto de vista oficialista porque es el único asunto en el que puede mostrar signos de una cierta mejora en algunos indicadores macroeconómicos. Son escasos, no consolidados y raquíticos pero ahí están porque vienen después una etapa catastrófica que es el gobierno de Zapatero. Negar ambas cosas sería absurdo.

El presidente ha insistido en la mejora de la percepción sobre nuestro país en el ámbito económico internacional y una de las muestras de esto es el aumento de la inversión extranjera. Aumento totalmente lógico porque España es un país hoy de gangas desde los niveles salariales y la “flexibilidad” del mercado de trabajo hasta los precios de los activos inmobiliarios y de muchas empresas. Eso unido a la certeza de que la UE no nos dejará caer (too big to fail) hace posible esta liquidación por derribo.

Pero lo que no es de recibo son las afirmaciones presidenciales del estilo de hemos cumplido cuando dijimos que protegeríamos a los más débiles o lo de que los indudables sacrificios se están repartiendo equitativamente. Las cifras disponibles, que son muchas e irrefutables, muestran que eso no es verdad. El tremendo coste de una crisis que se prolonga ya cinco años y a la que le queda mucho recorrido está siendo muy desigual e injustamente repartido. Ha aumentado la pobreza y la marginación especialmente en los más desprotegidos como niños y ancianos, se está empobreciendo la clase media y ha aumentado la desigualdad en la distribución de la riqueza y la renta. Como resultado lógico, el malestar y el conflicto social han crecido con estos recortes brutales a un ya limitado estado del bienestar.

Entre los grandes menospreciados del discurso uno clamoroso, con unos escasos seis minutos: la corrupción política y el desprestigio de las instituciones, la segunda preocupación entre los ciudadanos según las encuestas. Esta crisis política e institucional e incluso ética sigue ahí y lastra todo el resto, incluida la marcha de la economía. Todo influye sobre todo. Un ejemplo: el déficit público y el crecimiento imparable de la deuda pública, ya un 100 por ciento del PIB, están ahí tozudos. ¿Cabe pensar en su real reducción sin un redimensionamiento auténtico del Estado Autonómico y sin una opción firme por aumentar las bases imponibles de los impuestos y en la lucha contra todas las formas de fraude fiscal? Está claro que no pero ahí el silencio de Rajoy ha sido atronador y no por casualidad. No son sus opciones y gobernar es siempre optar.

El abismo creciente entre ciudadanía y política es un asunto muy grave y que empeora. Sintetizando responde a dos causas. Una, la gente cree que los políticos no se ocupan de sus preocupaciones y que van a lo suyo. Dos, la gente cree que los políticos son corruptos. Tendrán o no razón pero es la percepción más generalizada. Ya sabemos que las cosas no son como sino como son percibidas. Eso es lo que hay hoy. Este debate sobre el estado de la nación ¿ha servido para ir cambiando esas percepciones? Hay razones para dudarlo.

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