No se puede aprisionar a la gigantesca izquierda carioca

Lula da Silva, el histórico líder de la izquierda brasileña enfrenta un momento crucial en su laberinto judicial, y su entrada en prisión podría producirse en cualquier momento.

Tras el impeachment golpista que desalojó ilegítimamente del poder a Dilma Rousseff y colocó Michel Temer en el Palacio de Planalto, el hegemonismo norteamericano y los sectores más reaccionarios y proimperialistas de la oligarquía carioca tratan de impedir por todos los medios que Lula -que atesora un enorme prestigio y es el claro favorito en las encuestas- gane las elecciones presidenciales fijadas para octubre.Tal y como estaba previsto, el Tribunal de Segunda Instancia de Porto Alegre, que hace ahora dos meses ratificó la condena por corrupción al expresidente Lula da Silva y aumentó la aumentó la pena de prisión inicial de nueve años de cárcel a 12 y un mes, ha dado luz verde para que el juez Sérgio Moro -instigador de la cacería judicial contra el líder petista- ordene su ingreso en prisión en los próximos días.

La defensa de Lula ha interpuesto ante el Tribunal Supremo un recurso de habeas corpus, por el que el expresidente debería evitar entrar en prisión hasta que sean resueltos todas las reclamaciones en instancias superiores

El juicio de Moro es un cúmulo de irregularidades y prevaricaciones flagrantes, un ejemplo puro de lo que en el campo el Derecho se conoce como ‘lawfare’: la mala utilización y el abuso de las leyes del procedimiento jurídico con fines políticos. Su sentencia ha dictaminado que Lula es el dueño oculto de un apartamento en Guarujá que le habría dado la constructora OAS a cambio de que el ex presidente intercediera para conseguir tres contratos entre la constructora y la estatal Petrobras. Pero no hay pruebas de tales acusaciones. No ha podido comprobarse jamás que Lula recibiera dinero, título de propiedad alguno, ni ventaja indebida cualquiera de OAS o de Petrobrás. Moro jamás logró señalar cuál fue el acto de oficio, de corrupción pasiva, practicado por Lula a favor de la constructora OAS. No hay nada. Cero. Humo.

El magistrado Moro escuchó a 73 testigos que aseguraron que Lula no era dueño de ese apartamento. Sin embargo todo su auto se basa en la declaración del ex ejecutivo de OAS, Leo Pinheiro, encarcelado por el propio Moro. Este preso, que cambió su declaración tres veces y que finalmente aceptó una delación premiada a cambio de reducción de pena, ha sido clave en la sentencia. Hasta medios internacionales como los británicos de The Guardian han contado cómo se ha presionado a los presos para dar el nombre de Lula da Silva. La ley brasileña no permite que una condena se base exclusivamente en la confesión de un reo, y menos aún que éste no aporte prueba alguna. Pero el Tribunal de Segunda Instancia ha avalado las tesis de Moro.

No es de extrañar que Lula, al conocer la sentencia, haya declarado que «descubrí con el impeachment golpista que la democracia en ese país es algo temporal. No es la regla, sino la excepción».

Conforme el movimiento de la izquierda cobra fuerza y vigor, toman cuerpo los grupos paramilitares y terroristas vinculados a las cloacas del Estado carioca. Al reciente asesinato de la concejala izquierdista de Rio de Janeiro, Marielle Franco, se suma el tiroteo contra el coche de Lula a manos de seguidores del exmilitar ultraderechista Jair Bolsonaro.

Pero a pesar de la guerra sucia de mentiras, balas y sentencias judiciales -instigada por los mismos centros de poder que maniobraron para derribar ilegítimamente el gobierno de Dilma Rousseff y colocar al lacayuno Michel Temer en Planalto- no está nada claro que lo tengan todo «atado y bien atado».

No, porque a pesar de la montaña de cieno vertida sobre su fugura, Lula sigue liderando con notable ventaja las encuestas de intención de voto. Puede ser que en octubre Lula esté cumpliendo condena e inhabilitado para el resto de su vida. O puede ser -si prospera el habeas corpus- que todavía tenga tiempo de presentarse como candidato y hacer campaña. Legalmente, el Tribunal Superior Electoral lo tendrá muy difícil para impedírselo.

Sea desde la celda, o sea con la espada de Damocles pendiendo sobre él; sea como candidato presidenciable o como candidato inhabilitado, Lula y el PT tienen una enorme capacidad de movilización, y darán la batalla hasta el final y en cada rincón de Brasil.

La potente, creciente y fortalecida izquierda carioca se ha galvanizado tras dos años de golpe blando, se ha forjado en las dificultades, ha cerrado filas ganando conciencia, organización y radicalidad. No se puede aprisionar al Brasil rojo, del trabajo y de la lucha.

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