El día que temían muchos rusos llegó. Durante los primeros siete meses, el Kremlin había mantenido la invasión de Ucrania bajo el estatus de «operación militar especial», movilizando sólo a los militares en activo y a compañías de mercenarios. Pero el 21 de septiembre Putin anunciaba la movilización de -en principio- 300.000 reservistas para contrarrestar los reveses militares sufridos por la contraofensiva de Ucrania, y la temida «povestka» -el llamamiento obligatorio a filas- comenzaba a llegar a cientos de miles de hogares a lo largo de todo el país.
Cuando se cumplen siete meses del conflicto de Ucrania y Moscú pierde terreno en el campo de batalla, el presidente ruso ha cedido parcialmente a las exigencias de los sectores más ultranacionalistas y breznevianos -que clamaban movilizar a todos los hombres en edad militar para la conquista de Ucrania- y ha decretado una «movilización parcial». El decreto afecta, sobre el papel, sólo a unos 300.000 ciudadanos que actualmente están en reserva, a los que han servido en el ejército en los últimos años y tienen algún grado de entrenamiento militar. Pero llegan noticias de que en la práctica, el reclutamiento forzoso es mucho más arbitrario y despótico, y que el Kremlin puede estar buscando reclutar a un número mucho mayor de civiles para ser carne de cañón en los campos de batalla ucranianos.
Un reclutamiento con «filtro de clase»
Son muy abundantes los vídeos y testimonios que apuntan a que la campaña de reclutamiento es mucho más intensa en las repúblicas de minorías étnicas, algo consistente con la evidencia empírica de que hasta ahora, el Kremlin ha utilizado de manera desproporcionada a estas minorías como su principal fuerza de combate en Ucrania. Estas regiones también han sufrido un número desproporcionado de muertes y de bajas por la guerra. Al ser poblaciones más dispersas, sus protestas son mucho más invisibles que las que se producen en las grandes ciudades rusas del oeste del país.
Por ejemplo, un vídeo muestra el airado enfrentamiento de un grupo de ciudadanos de Daguestán con una funcionaria militar del centro de reclutamiento. Cuando frente a las protestas por enrolar a sus hijos, la burócrata les espeta que «la guerra es para luchar por el futuro», la multitud le grita “¡No tenemos presente, ¿de qué futuro hablas?!”
En la remota Buriatia, en la frontera con Mongolia, llegan noticias de estudiantes universitarios -un sector que el Kremlin dijo que estaría exento, y que no tiene entrenamiento militar- recibiendo órdenes de alistarse mientras están sentados en clase. O de ‘povestkas’ para hombres de más de 50 años, incluso para padres de familias numerosas. O circulan imágenes de Nériungri, la segunda mayor ciudad de la república siberiana de Sajá, con decenas de hombres congregados en el estadio de fútbol del Gornyak y subidos a autobuses con destino al centro de reclutamiento, ante las lágrimas de sus familiares.
Las órdenes de reclutamiento tienen un filtro étnico -se ceban con las minorías no rusas- pero también de clase: los hijos de los oligarcas no van a ir a morir a Ucrania
También hay pruebas de que el Kremlin está utilizando la temida «povestka» -cuya deserción puede ser castigada con más de 10 años de cárcel- como un castigo justamente contra los sectores de la población que osan alzar la voz contra la guerra. Tras el anuncio de Putin de la movilización, cientos de personas se manifestaron en Moscú contra la guerra. Los hombres que fueron detenidos por los antidisturbios recibieron las órdenes de reclutamiento en el mismo furgón policial.
Así lo cuenta Artem Krieger, un joven periodista del medio de comunicación Sota Vision, detenido pese a que estaba en la manifestación trabajando, cubriendo las protestas. “Todos los hombres, absolutamente todos, recibieron una povestka». Preguntado por esta medida -a todas luces punitiva y arbitraria- el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov la confirmó. “No va en contra de la ley”, dijo.
Las órdenes de reclutamiento también tienen un filtro de clase. Los hijos de los oligarcas que sostienen a Putin, o de los altos funcionarios, están exentos de ir a morir a Ucrania. Una cadena opositora grabó una llamada de broma en la que unos falsos reclutadores telefoneaban al hijo del portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, diciéndole que había sido reclutado para la guerra. «¿Sabes cuál es mi apellido?», les dijo. «No voy a ir al centro de reclutamiento, esto se resolverá a otro nivel».
Un éxodo masivo
Nada más producirse el anuncio de la movilización parcial, se multiplicaron los viajes -por todos los medios de transporte- hacia el exterior del país. Hasta fuentes del Servicio Federal de Seguridad (FSB) confirmaban al diario independiente Meduza que unos 260.000 hombres (casi tantos como el Kremlin dice querer reclutar) habían abandonado el país en los días posteriores al anuncio de Putin.
Los vuelos hacia Turquía para escapar de la «povestka» no son baratos, pueden costar más de 3.000 euros, y se agotaron a las pocas horas. Las alternativas terrestres más viables para salir del pais son Georgia, Kazajistán y Mongolia, donde no se necesita visados. La frontera de Georgia se ha visto desbordada por atascos de miles de vehículos, decenas de kilómetros y esperas de hasta dos días para cruzar la aduana. Un éxodo que se ha intensificado, pero que ya venía produciéndose: Georgia ya había contabilizado a unos 40.000 rusos desde que Moscú invadió Ucrania el 24 de febrero.
La otra salida natural para los rusos es Finlandia, ya que los países bálticos han vetado de forma total la entrada de rusos, siquera por razones humanitarias. Más de 7.000 vehículos han pasado por el control fronterizo finés desde la región rusa de Leningrado.
Unos 260.000 hombres (casi tantos como el Kremlin dice querer reclutar) habían abandonado el país en los días posteriores al anuncio de Putin.
Protestas y motines
Según el portal OVD-Info, se han registrado multitud de pequeñas movilizaciones contra la guerra en los días posteriores al anuncio de la movilización, muchas de ellas en pequeñas ciudades en las que hasta ahora no se habían producido. Y a pesar de la represión -con más de 2.300 detenidos- las protestas continúan, especialmente en las regiones con más llamamientos a filas, como el Cáucaso y Siberia. En Novosibirsk, un hombre que protestaba mientras era detenido gritaba: “¡No quiero morir por Putin ni por nadie!».
También se han incrementado los actos de sabotaje contra las oficinas de reclutamiento, incluyendo incendios de los edificios militares, algo que -dado que en Rusia los expedientes no están informatizados y siguen siendo en papel- causa un problema relevante para la burocracia militar.
El Kremlin está utilizando la «povestka» como castigo contra los sectores de la población que osan alzar la voz contra la guerra.
Circula un vídeo donde un ruso estrella su coche contra la puerta de la oficina de reclutamiento. Después, estrella cócteles molotov contra las ventanas, logrando que prendan las llamas en el inmueble. A lo largo de los siete meses de guerra, ya habían ardido 37 centros a lo largo y ancho del país por incidentes similares. Tras el anuncio de la movilización, se han registrado 17 incendios más.