No lo llamen PIN parental, llámenlo VETO reaccionario

La enésima afrenta contra el sistema público de educación, impulsada por el PP y VOX, ha conseguido soliviantar a la práctica totalidad de la comunidad educativa: alumnos, profesores, y asociaciones de padres y madres. El laboratorio del enfrentamiento: las aulas de la Región de Murcia. La razón: una directriz educativa que obliga a los centros de enseñanza a informar de las actividades complementarias y extracurriculares y que permite el veto de los padres a que sus hijos participen.

No es baladí el revuelo levantado por la propuesta implantada en la Región de Murcia por el gobierno autonómico. Se propone el veto a la participación de los niños en talleres y clases complementarias y extracurriculares si los padres consideran que “atenta contra su moral”. 

Un veto a un programa de actividades que se aprueba a principio de curso por el claustro y representantes de AMPAs y estudiantes. Por supuesto acompañado de todo un clima de opinión de fake-news y estrafalarias mentiras a las que nos tiene acostumbrada la ultraderecha: desde el “adoctrinamiento” a defender que “se enseña zoofilia o a practicar sexo homosexual” en las aulas.

Dos mentiras y dos ataques

Los conservadores que impulsan esta norma educativa se aferran a dos mentiras: “los padres son los encargados de educar a los hijos en la moral” y “se adoctrina en la ideología comunista y de género”.

La primera mentira: los padres deben educar a sus hijos, pero vivimos en una sociedad plural, en la que el respeto a los demás debe primar por encima de cualquier sentimiento moral o religioso. Y como ha dicho hasta el Papa Francisco “los padres son custodios de sus hijos, pero no sus propietarios”. 

 Los que dicen defender “la libertad”, prohíben a sus hijos tener una visión amplia diversa y con múltiples datos y herramientas, para que decidan por sí mismos.

Es decir, los padres pueden y deben inculcar los valores que consideren justos a sus hijos -coincidan o no con los que reciben en el aula- pero no tienen derecho a negarles el conocimiento de otros puntos de vista. Los niños y adolescentes tienen derechos propios, como a recibir saberes y valores que no concuerden con la “moral de sus padres”

La segunda mentira: no es adoctrinamiento apostar por una sociedad mejor, educar en la igualdad y la diversidad. Enseñar que no está bien apalear o insultar a quien no piensa como tú. Educar en que tu pareja no es tu propiedad y no la puedes tratar como un saco de boxeo. Enseñar que somos seres sexuales y que la hepatitis, la gonorrea o el VIH pueden afectar a cualquiera.

Este primer ataque que impulsan los que dicen defender “la libertad”, prohíben a sus hijos tener una visión amplia, diversa y con múltiples datos y herramientas para que decidan por sí mismos. No son cavernícolas los que lo impulsan, son malas personas. Por eso la inmensa mayoría lo rechaza ahora que se ha destapado.

Esa “libertad” que defienden es la que se atreve a cuestionar lo justo y lo injusto: ¿Recordáis a Aznar diciendo que quién le iba a decir a él lo que podía beber en relación a una campaña contra el alcohol de la DGT? Promueven que los niños se eduquen en lo que a sus padres les “salga de los cojones” (permítaseme la licencia poética)

El segundo ataque, tal vez más sibilino, es contra el propio sistema de educación pública. Algo que no debe extrañarnos de una derecha y una ultraderecha que siempre ha apostado por degradar -o incluso, como Vox, por jibarizar- lo público, para favorecer el negocio privado.

Promoviendo una educación a la carta y el enfrentamiento en la comunidad educativa, entre padres y profesores. Cuestionando los fustes más elementales de lo que se debe enseñar. Empiezan por lo moral. Esperemos no acaben cuestionando talleres de astronomía o evolución porque a sus padres les parezca que la tierra es plana o que contradice las Sagradas Escrituras. Esto último ocurre en la actualidad en muchos Estados de EEUU, donde no se puede enseñar a Darwin si no lo autorizan los padres.

Defienden la propiedad sobre sus hijos, algo no ya retrógrado sino medieval. Defienden que sólo ellos tienen el derecho a adoctrinar.

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