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No es justo socializar las pérdidas de la banca

Ayer Steingrímur Jóhann Sigfússon, ministro de Industria de Islandia, hablaba con empresarios españoles en Madrid de oportunidades de inversión en ese país. Pero fue a él, como anterior ministro de Finanzas, a quien le tocó lidiar en 2009 con el rescate de la isla. Tituló su ponencia en el encuentro bilateral organizado por la Cámara de Comercio de Madrid «El caso de Islandia: mito o realidad». Y tiene tanto de lo segundo —la economía islandesa, tras caer un 6,6% en 2009 y un 4% en 2010, viene creciendo a un ritmo anual de más del 2%— como de lo primero. Porque no es cierto que no pidiese un rescate —recibió 1.595 millones de euros del FMI— ni que no haya sufrido recortes.

—Vamos, que no es que se dejase caer a los bancos y la crisis acabó, ¿no?

—No, no es así de fácil. Teníamos tres bancos muy grandes y muy endeudados a nivel internacional. Cuando en 2008 entraron en problemas, los dejamos caer en bancarrota, establecimos un proceso de resolución y creamos tres nuevos bancos con los activos y pasivos solo nacionales de los viejos.

—¿Entonces sí que se les inyectó dinero público? ¿Es la única forma de evitar un parón total de la economía?

—Obviamente hay que buscar fórmulas para que la economía no colapse. La cuestión es cómo salvas el dinero de los ciudadanos, los depósitos, en una crisis de este tipo. Nosotros cambiamos la ley para que los ciudadanos tuvieran preferencia de cobro en la lista de acreedores y movimos todos esos depósitos a los nuevos bancos, en lugar de rescatar los viejos bancos. Para el futuro es muy importante asegurar que en un sistema financiero privado, las pérdidas también deben ser privadas. No se puede tener un sistema donde los beneficios se privaticen y las pérdidas siempre se socialicen. No es bueno ni justo para los contribuyentes.

—¿Pero no hay bancos demasiado grandes como para dejarlos caer?

—También pueden ser demasiado grandes para rescatarlos. Y en el caso islandés eran demasiado grandes para el tamaño de nuestra economía. Islandia se está recuperando, pero ha costado mucho. La deuda del Estado aumentó mucho por refinanciar el sistema.

—¿Y hubo recortes y subidas de impuestos para los islandeses?

—Sí, sí. Pero tratamos de proteger el Estado de bienestar y a las clases con ingresos más bajos. Fue un programa de medidas muy sociales, y fue exitoso. Lo hicimos, digamos, de una forma muy nórdica. Le dijimos al FMI que haríamos el ajuste, pero a nuestra manera, preservando ese modelo nórdico. No recortamos mucho en el Estado de bienestar, sino que aumentamos los impuestos a las clases más altas. El FMI ha hecho informes al respecto y son muy positivos. Pero no hay una fórmula única o mágica.

—Islandia juzgó a políticos, banqueros y autoridades por el devenir de su sistema financiero. Y en España se están destapando numerosos casos de corrupción. Parece que hay que aprovechar las crisis para depurar responsabilidades y salir de ellas con el sistema más limpio…

—Tanto en tiempos de crisis como de no crisis hay que actuar según la ley. Es el único camino que veo. Si hay algo mal hay que investigar, y si se ve que algo es ilegal hay que llevarlo a los tribunales. Eso es lo que hicimos en Islandia. No voy a entrometerme en política nacional española, pero es importante que se haga así porque sino será imposible reconstruir la confianza de los ciudadanos. Una de los costes de la crisis de 2008 fue esa pérdida de confianza. Los islandeses dejaron de confiar en los políticos, en el sistema financiero y otras instituciones. Nadie creía a banqueros, políticos y supervisores. Una de nuestras tareas fue reestrablecer esa confianza. Y para ello hay que ser transparente y honesto en todas nuestras acciones.

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