Kosovo, adiós español después de diez años

Ni en Kosovo ni en Afganistán

Los últimos soldados españoles en Kosovo han llegado a España. Se ha completado la retirada que fue anunciada por la ministra de Defensa, Carme Chacón, el pasado 19 de marzo. El pasado martes, el futuro embajador de EE UU en España, Alan Solomont, tuvo el descaro de declarar que la retirada «se tomó sin consultas con los aliados» y que «la falta de sorpresas es un buen principio para la diplomacia internacional», de criticar cómo España, que no ha reconocido la independencia unilateral de Kosovo, anunció la salida de las tropas. La verdad es que España nunca deberí­a haber estado respaldando un proceso de disgregación nacional que no es aceptado por la comunidad internacional y que es apoyado entusiásticamente, como ejemplo, por parte de los nacionalistas dentro de España.

La resolución 1244 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, del 10 de junio de 1999, autorizaba el desliegue de una fuerza multinacional para apoyar el proceso de consolidación de la paz y la estabilidad en Kosovo. Tenía que asegurar la libertad de movimientos de las etnias, proporcionar seguridad a las minorías, proteger los bienes patrimoniales, reconstruir infraestructuras y mantener contactos con las autoridades civiles, religiosas, ONG y población civil. El objetivo no era amparar, de hecho, la continuación del proceso disgregador de la antigua Yugoslavia y de la actual Serbia. Los representantes del nacionalismo étnico, excluyente y obligatorio, desde varias autonomías de España, han levantado la bandera kosovar para justificar sus políticas disgregadoras de España con consignas como la “Europa de las regiones” y la “Europa de los pueblos” y siempre jaleados por las fuerzas políticas que en el seno de Alemania y Francia impulsan el debilitamiento de los demás países europeos. Y también el futuro representante diplomático de la Administración americana en España se ha permitido criticar al Gobierno español por el cómo se tomó la decisión. Representante de un país que no se caracteriza por consultar sus decisiones de política internacional ya que practica habitualmente la política de hechos consumados. Además oculta el qué. Que la retirada fue justa. Y que, a cambio, el Gobierno español ofreció aportar más tropas en Afganistán. Se oculta que, ya con Obama, Zapatero está implicando cada vez más a nuestro país en la estrategia militar norteamericana y, en particular, en la guerra de Afganistán. Una guerra de ocupación que, tras la derrota de Irak, se ha convertido en el siguiente paso militar al servicio de los intereses hegemonistas de Estados Unidos, conflicto bélico cada vez más sangriento y con crecientes matanzas de civiles calificadas de “efectos colaterales”. Política que reduce aún más la autonomía y la capacidad de decisión independiente de España, precisamente cuando más necesarias son para defender la paz y los intereses de los ciudadanos de nuestro país en un mundo cambiante, el del ocaso imperial y las nuevas potencias emergentes.

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