Tel Aviv se resiste a las presiones de la Casa Blanca

Netanyahu sigue diciendo no.

Tiene fama de correoso y duro en las negociaciones y está haciendo honor a ella. Después de que ayer, durante la visita del presidente palestino a Washington, Obama y Clinton realizaran unas inusualmente duras y tajantes declaraciones acerca de la exigencia de paralizar la ampliación de «todas, sin excepciones» las colonias israelí­es en Cisjordania, Netanyahu ha respondido desafiante. No construirá nuevas colonias, pero permitirá seguir construyendo y ampliando las ya existentes «según su crecimiento natural».

La Secretaria de Estado, Hillary Clinton, fue ayer sumamente exlícita: “El presidente Obama quiere ver la paralización de los asentamientos, sin excepciones, ni microcolonias, ni crecimiento natural”, le dijo a Mahmoud Abbas. “Sin trucos”, ha dicho la administración norteamericana, porque ya se saben las tretas de Tel Aviv. Sharon y Olmert supieron muy bien escurrir el bulto cuando Washington lanzaba avisos demasiado insistentes: desmantelar pequeños asentamientos judíos, prácticamente de chabolas –escandalosamente ilegales hasta para la permisiva legislación israelí en lo que se refiere a colonos- para permitir la ampliación de los asentamientos más numerosos y consolidados. Las torretas de construcción se divisan por doquier en el horizonte de Cisjordania, indicando siempre el emplazamiento de una colonia, como un estandarte de la ocupación.La excusa es el crecimiento natural. Los colonos tienen hijos que exigen emanciparse y construir nuevos hogares. Y junto a sus nuevas viviendas crecen naturalmente las vallas, alambradas y muros que protegen a los colonos de los bárbaros. Y también los hombres armados, y las carreteras “solo para colonos” que cruzan el territorio comanche. Colonias, vallas y carreteras que fraccionan, limitan y salpican el territorio cisjordano –bajo control militar israelí- y que dificultan hasta la exasperación el desplazamiento de los palestinos de una parte a otra, cuando no amenaza –como los asentamientos cercanos a Jerusalén Este- a reducir los enclaves palestinos a un archipiélago de islas separadas totalmente entre sí.Netanyahu intenta hacer lo que siempre hacen los gobiernos de Tel Aviv: ganar tiempo, huir hacia delante e imponer hechos consumados. Saben que la presión de Washington sólo puede ir en aumento, pero insisten en intentar negociarlo. El ministro de Inteligencia israelí, Dan Meridor, se reunió por encargo de Netanyahu el miércoles en Londres con el enviado estadounidense para Oriente Próximo, George Mitchell, para intentar llegar a un término medio. Sabía la respuesta del emisario de Obama de antemano. La posición de EEUU no es negociable en ese punto: sin la paralización total del crecimiento de las colonias no puede haber proceso de paz que valga. Para Israel la estrategia está clara. Cuanto más avancen los asentamientos, más difícil será desmantelarlos luego, más enquistado estará el problema. Y si es inevitable hacerlo, más contrapartidas y exigencias se podrán arrancar a cambio del sacrificio. Sin embargo, para Netanyahu el problema también es ciertamente complicado en clave interna: levantar -policía mediante- cualquier microcolonia en Cisjordania hace proferir a rabinos y judíos ultraortodoxos alaridos contra Tel Aviv, clamando porque se les arrebata la tierra que Dios les dio hace milenios. Y no hay que olvidar que sin los partidos ultraortodoxos como Shas y Alianza Unida de la Torá, el multi-ultraderechista gobierno de Netanyahu podría dejar de tener gobernabilidad. El halcón del Likud pronto pude verse prisionero entre la inmensa presión diplomática del Departamento de Estado y la inestable composición del engendro gubernamental que tanto le costó crear.

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