Neoliberalismo, medios de comunicación y democracia

La búsqueda, tal vez ilusoria pero imprescindible, de una mayor democratización en la distribución y producción de la comunicación es un desafí­o de primera magnitud a la hora de imaginar un giro más participativo y plural. El poder corporativo lo sabe y, por eso, va con todas sus armas contra un proyecto de servicios audiovisuales que viene a amenazar su hegemoní­a.

La astucia genial del sistema fue royectar en la compleja trama a la que llamamos sociedad (transformada, por los mismos medios, en “opinión pública”) la imagen de que la corporación mediática era portadora de independencia, autonomía y capacidad crítica al mismo tiempo que garantizaba la libertad de expresión. Lo que se logró fue invisibilizar los lazos esenciales que vinculaban y vinculan a estas empresas con los intereses económicos dominantes. El neoliberalismo, como ideología del capitalismo tardío, comprendió que no era posible garantizar una profunda transformación económica si, al mismo tiempo, no se cambiaba la manera de mirar el mundo y de comprender la realidad. THE WASHINGTON POST.- La izquierda democrática y algunos conservadores han comenzado a argumentar que la guerra de Afganistán es imposible de ganar y que los intereses de EEUU, pueden alcanzarse mediante una campaña militar mucho más pequeña dirigida a la prevención de al-Qaeda (…) El senador Russell Feingold (demócrata por Wisconsin) ha propuesto un calendario para la retirada, la misma demanda que unió a la izquierda cuando la guerra de Irak comenzó a ir mal Argentina. Página 12 Neoliberalismo, medios de comunicación y democracia Ricardo Forster “El espectáculo (…) no dice nada más que esto: ‘lo que aparece es bueno, lo bueno es lo que aparece’. La actitud que por principio exige es esa aceptación pasiva que ya ha obtenido de hecho gracias a su manera de aparecer sin réplica, gracias a su monopolio de las apariencias.” Guy Debord. En el mismo momento histórico en el que caía el Muro de Berlín y se desplomaba como un castillo de naipes el sistema soviético, cuando casi atónitos contemplamos la apertura de una época que de un modo arrollador se deshacía de imágenes, lenguajes políticos, ideologías y prácticas que habían convulsionado y apasionado durante más de un siglo a hombres y mujeres de las geografías más diversas y distantes, lo que emergió como exponente de una nueva época del mundo fue la forma neoliberal del capitalismo tardío. Las últimas décadas del siglo XX estuvieron atravesadas por la hegemonía de un discurso que se ufanaba de haber concluido, de una vez y para siempre, con las disputas ideológicas, al mismo tiempo que afirmaba la llegada de un tiempo articulado alrededor de la economía de mercado y de la democracia liberal. Fin de la historia y muerte de las ideologías para desplazarse, ahora, por los espacios rutilantes del consumo, el reino de las mercancías y el goce hedonista. Los escenarios, ya antiguos, de las conflictividades políticas y sociales serían pacientemente reconstruidos en los nuevos museos temáticos, sitios interactivos en los que el visitante de estos tiempos poshistóricos podría contemplar aquello que sucedía en los días ideologizados. La paz del mercado desplazó, eso se anunció a los cuatro vientos, las oscuras turbulencias de una historia dominada por el conflicto y la intransigencia de los incontables, de esas masas anónimas, oscuras y resentidas que regresarían a ese sitio del que nunca debieron haber salido. Las tradiciones del igualitarismo fueron a parar al vertedero de la historia. Hizo su aparición triunfal el nuevo ciudadano-consumidor (…) Dicho de otra manera: el neoliberalismo, su lógica más profunda y decisiva, se dirigía hacia una transformación revolucionaria del conjunto de la vida social. En esa tarea de desmontaje de las viejas formas de vida y de representación, seguida de la construcción de una nueva subjetividad entramada con las demandas de la economía global de mercado, ocuparían un lugar central y privilegiado los grandes medios de comunicación. Pensar el neoliberalismo es interrogar por ese maridaje extraordinario entre mercancía e imagen, entre mercado y lenguaje mediático; es tratar de comprender el fenomenal proceso de culturalización de la política y de estetización de todas las esferas de la vida. Una de las derivaciones de este proceso ha sido la expropiación de la política, y su consiguiente vaciamiento, por el lenguaje de los medios de comunicación. Lo que el filósofo francés Guy Debord, con anticipación genial –allá por los años ’60–, había denominado la “sociedad del espectáculo”, aquella que se desplazaba hacia el dominio pleno y escenográfico de la pasión consumista y de sus “paraísos artificiales”, transformando a los seres humanos en espectadores cada vez más pasivos del verdadero sujeto de la época, la mercancía, constituyó lo propio de la travesía neoliberal. Se trató de una apropiación, por parte del capitalismo, de las fantasías y los deseos al mismo tiempo que se expandía planetariamente la industria del espectáculo, y la cultura, adecuada a los lenguajes audiovisuales y a su enorme capacidad de penetración, se convertía en una mercancía clave para la producción de una nueva humanidad (…) Por esas paradojas de la historia, los primeros que se dieron cuenta de la monumental importancia de las nuevas tecnologías de la comunicación y su relación directa con la política fueron los regímenes fascistas. Mussolini en Italia y Hitler y Goebbels en Alemania capturaron con maestría mefistofélica los poderes que emergían de la radiofonía. Con el giro de los acontecimientos, y una vez derrotado el totalitarismo, las triunfantes democracias occidentales se apropiarían con igual fervor de los potenciales propagandísticos (…) La astucia genial del sistema fue proyectar en la compleja trama a la que llamamos sociedad (transformada, por los mismos medios, en “opinión pública”) la imagen de que la corporación mediática era portadora de independencia, autonomía y capacidad crítica al mismo tiempo que garantizaba la libertad de expresión. Lo que se logró fue invisibilizar los lazos esenciales que vinculaban y vinculan a estas empresas con los intereses económicos dominantes. El neoliberalismo, como ideología del capitalismo tardío, comprendió que no era posible garantizar una profunda transformación económica si, al mismo tiempo, no se cambiaba la manera de mirar el mundo y de comprender la realidad. De lo que se trató es de la intensiva producción de un nuevo sentido común. Más allá de la sobrevaloración, siempre discutible, que se pueda hacer del papel de las corporaciones mediáticas como definidoras de la opinión pública y como constructoras decisivas del sentido común, lo cierto es que ocupan un lugar destacadísimo en la estrategia de dominación del neoliberalismo. Son un factor sin el cual le sería muy difícil, a esa ideología, transformar sus intereses particulares en intereses del conjunto de la sociedad, mutando prácticas egoístas y exclusivamente ligadas al lucro y la rentabilidad en valores naturalizados en el interior de las conciencias (…) De ahí, entonces, la crucial importancia que adquiere, en términos de una ampliación de la circulación democrática de la comunicación y la información, el debate que se está llevando a cabo en el Congreso de la Nación en torno del proyecto de una nueva ley de servicios audiovisuales. Lo medular de la disputa político-cultural se juega en estas discusiones, no porque una ley vaya a garantizar una espontánea transformación de los valores reinantes sino porque, al menos, logrará impedir que sigan proliferando los monopolios y abrirá el juego para que otros actores entren en la conversación. De eso se trata, entre otras cosas, la democracia. Dicho de otro modo: en una sociedad atravesada de lado a lado por los lenguajes de la comunicación y la información resulta inimaginable que ese campo abrumador y decisivo permanezca al margen de las grandes disputas político-culturales (…) Leerlos desde la inocencia o creyendo que en su interior se privilegian centralmente los modos de la diversidad y la pluralidad constituye, a estas alturas de la travesía argentina y mundial, un desplazamiento del eje de la discusión hacia la más crasa complicidad con los factores de poder que se manifiestan en los núcleos duros y concentrados de los medios masivos de comunicación. La búsqueda, tal vez ilusoria pero imprescindible, de una mayor democratización en la distribución y producción de la comunicación es un desafío de primera magnitud a la hora de imaginar un giro más participativo y plural. El poder corporativo lo sabe y, por eso, va con todas sus armas contra un proyecto de servicios audiovisuales que viene a amenazar su hegemonía. PÁGINA 12. 8-9-2009 EEUU. The Washington Post Retroceso en Afganistán El mes pasado se esperaba que las elecciones de Afganistán supondrían un modesto paso adelante para el país. Ahora parece que podrían ser un revés importante. Aunque la campaña electoral fue positiva en muchos aspectos, el día de las elecciones en sí se está convirtiendo en un desastre de participación y masivas irregularidades, incluyendo el relleno de urnas en nombre del actual presidente, Hamid Karzai, y su principal opositor. A menos que el fraude puede ser revertido o reparado a través de un apoyo de Naciones Unidas a las denuncias de la comisión o una segunda vuelta, Karzai podría emerger como un ganador paralizado, su administración ya débil y plagada de corrupción se enfrentaría además al descrédito o incluso a violentas protestas. Esta sombría perspectiva es particularmente preocupante porque los Estados Unidos y sus aliados contaban en la elección para proveer al Gobierno afgano de una nueva oportunidad en el apoyo público. Se esperaba que la votación sería seguida de una reforma de las administraciones nacionales y locales y la extensión de su autoridad a las zonas donde sólo los talibanes han estado presentes. La construcción de la capacidad del gobierno –llámenlo construcción de la nación si quieren– es esencial para la estrategia contrainsurgente adoptada por los comandantes de EEUU durante el último año y aceptada por el presidente Obama en marzo. Por desgracia para la administración Obama, las malas noticias sobre la elección han llegado al mismo tiempo que un informe del comandante de EEUU en Afganistán, el general Stanley A. McChrystal, que retrata una "grave" situación militar en la que los combatientes talibanes son cada vez más capaces y las fuerzas afganas e internacionales carecen de los recursos militares y civiles que necesitan para recuperar la iniciativa. Se espera que el general McChrystal requiera a Obama para enviar más tropas estadounidenses el próximo año, tal vez decenas de miles de refuerzos a los ya 68.000 soldados de EEUU empleados o de camino. Las malas decisiones y el peso de las víctimas de EEUU este verano, incluyendo más de 100 muertos, significa que es probable que Obama estará bajo una presión considerable para negar tropas adicionales y cambiar el rumbo. La izquierda democrática y algunos conservadores han comenzado a argumentar que la guerra de Afganistán es imposible de ganar y que los intereses de EEUU, pueden alcanzarse mediante una campaña militar mucho más pequeña dirigida a la prevención de al-Qaeda (…) El senador Russell Feingold (demócrata por Wisconsin) ha propuesto un calendario para la retirada, la misma demanda que unió a la izquierda cuando la guerra de Irak comenzó a ir mal (…) Pero el problema con el argumento de los críticos es que, si bien la estrategia a la que se oponen todavía no se ha intentado, las alternativas que sugieren ya lo han sido, y llevaron al fracaso, tanto en Afganistán como en Irak. Durante años, los comandantes de EEUU en ambos países se centraron en matar insurgentes y reducir al mínimo el número y la exposición de las tropas norteamericanas, en lugar de pacificar el país. El resultado fue que la violencia en ambos países creció constantemente, hasta que una estrategia de contrainsurgencia se aplicó en Irak en 2007. En cuanto a la limitación de la intervención de EEUU en Afganistán a los ataques de aviones y unidades de fuerzas especiales, fue la estrategia de la década de 1990, que, como fue relatado por la Comisión del 11-S, allanó el camino para los ataques de al-Qaeda a Nueva York y Washington. Habida cuenta de que los talibanes y Al Qaeda, tienen ahora también el objetivo de derrocar al gobierno de Pakistán provisto de armas nucleares, los riesgos de una retirada de EEUU superan los de seguir luchando (…) incluso aunque el resultado sea que se siga estancado. Sin embargo, si el Sr. Obama dispone de suficientes recursos militares y civiles, hay una posibilidad razonable de que el enfoque de contrainsurgencia llevará a algo mejor que el estancamiento, como ocurrió en Irak. La insurgencia talibán no es comparable a los que antes lucharon contra los soviéticos y los británicos en Afganistán. Las encuestas muestran que el apoyo a su vuelta al gobierno es muy pequeño, incluso en su base del sur. No todo en el gobierno del Sr. Karzai está podrido: los funcionarios de EEUU han sido aliados de confianza en algunos ministerios clave y en gobiernos provinciales, y la formación del ejército afgano –recientemente acelerada– va relativamente bien. La estabilización del país requerirá muchos años de esfuerzo paciente y el dolor de la continuación de las bajas estadounidenses. Sin embargo, las consecuencias de cualquier otra opción es probable que sea mucho más peligrosa para este país. THE WASHINGTON POST. 3-9-2009

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