En un vídeo de las protestas, una señora de Guayaquil, tan impoluta y elegantemente vestida como investida de ese rancio y burgués desdén que posee a los amos ante la sublevación de los que consideran sus siervos, bramaba: «¡Se pueden manifestar, pero pacíficamente! ¡Llevan así días! ¡Esos malandros, esos maleducados, esos indios!»
En los medios de comunicación se han repetido sin cesar titulares que remarcaban el carácter «indígena» de las protestas. Esta forma de enfocar esta movilización esconde un cierto carácter no solo racista, sino sobre todo clasista.
En Ecuador, los indígenas suman algo más de un millón de habitantes, el 7% de la población. Pero el 72% de los ecuatorianos se identifica como mestizo.
No hay duda de que las comunidades indígenas -multitud de nacionalidades como los Kichwa, Shuar, Achuar, Chachi, Epera, Huaorani, Siona, Secoya, Awa, Tsáchila y Cofán, o los Zápara- han conformado el contingente principal y más combativo en estas protestas. Pero no por su condición de «indios»… sino por su condición de clase, por su condición de campesinos. El 70% de la población del país -mestiza en diferentes grados- vive en el campo y forma parte de este grupo social, fuertemente afectado por el “paquetazo” 883.
Estos campesinos -indígenas y mestizos- son, naturalmente, la punta de lanza de un vasto movimiento popular forjado durante décadas en la lucha contra diferentes gobiernos entreguistas y vendepatrias. Diferentes presidentes serviles ante Washington, como Lucio Gutiérrez, Gustavo Noboa o Jamil Mahuad, no han podido concluir sus mandatos, y han sido obligados a dimitir por las protestas populares, como las intensas luchas que se sucedieron hace una década (2003) tras la dolarización de la economía, y que acabó haciendo ganar las elecciones a la Revolución Ciudadana de Rafael Correa.
Precisamente Correa -que durante una década llevó adelante ambiciosas políticas redistributivas de la riqueza, de defensa de la soberanía nacional frente al FMI y Washington, y que alineó al Ecuador con el resto de gobiernos antihegemonistas del continente- ha sido el único presidente ecuatoriano de las últimas décadas que ha podido acabar su mandato de forma «natural»… y con un 60% de aprobación.
Lenín Moreno fue durante seis años el vicepresidente de Correa, que hizo campaña por él en las elecciones de 2017. Pero al poco de llegar al poder, Moreno dio un giro de 180º a la dirección política del país, volviendo a anclar a Ecuador en la órbita norteamericana. Incluido el retorno de la presencia militar de EEUU en la base militar de Manta o en las islas Galápagos. No por nada Rafael Correa hace tiempo que viene denunciando su carácter de ‘Judas’ para la Revolución Ciudadana. «Por su traición, le quedó inmenso el traje de presidente», dijo recientemente.
El movimiento popular ecuatoriano tiene plena conciencia de a quién se ha vendido Lenín ‘Judas’ Moreno por 30 monedas de plata. A Washington y al FMI.
En medio de las últimas movilizaciones, un campesino puruhá de Chimborazo denunciaba: «¡Moreno le ha entregado todo al FMI! ¡Esos son nuestros ladrones! ¡Quieren llevarse la riqueza, se quieren llevar el petróleo para dárselo a banqueros extranjeros! Nosotros somos productores de petróleo, y el subsidio [a los carburantes] nos lo merecemos, porque somos ecuatorianos».
Conciencia antihegemonista y fuerza organizada. Estas son las claves de la victoria del pueblo ecuatoriano contra el FMI y sus sicarios cipayos.