Cine

Miyazaki el artesano

Kamaji, el extraño ser de seis brazos que trabaja durante todo el dí­a manejando las calderas del hotel en «El viaje de Chihiro» -pelí­cula galardonada con un Oscar y un Oso de Oro-, es en realidad una autoparodia de este japonés, que hoy en dí­a lidera, en calidad y éxitos de crí­tica y público, el mundo de la animación. En la época en la que los grandes estudios americanos se enriquecen realizando faraónicas producciones industriales í­ntegramente creadas con conputadoras, Hayao Miyazaki demuestra el valor del trabajo artesano desde un pequeño estudio llamado Ghibli, siendo el único director que revisa y retoca personalmente cada uno de los dibujos que su equipo de animadores realiza de la forma tradicional para cada una de sus pelí­culas.

Desués del éxito de El viaje de Chihiro, La Princesa Mononoke o El Castillo Ambulante, Miyazaki regresa a nuestras pantallas con Ponyo en el acantilado, un largometraje en el que abandona esta especie de cine de autor fantástico para devolvernos una tierna historia infantil. Mientras estudios como Pixar o DreamWorks sientan las bases de una era basada en lo digital y las sensaciones tridimensionales, Miyazaki ha retornado a las raíces de este oficio. Por eso Ghibli ha creado esta película usando las manos. La ha ilustrado y animado sin ayuda de la tecnología digital, y sus 185.000 dibujos componen una experiencia viva y exuberante.El autor japonés ha abandonado por completo los efectos en tres dimensiones –a los que si que había recurrido puntualmente en algunas de sus producciones anteriores- para conseguir un estilo de dibujo animado más sencillo, pero con muchos más movimientos, y mucho más controlados. De esta manera ha apostado por reivindicar la animación tradicional, algo que alegró sobremanera a un equipo que hasta ahora se dejaba literalmente los dedos ilustrando un árbol o un simple riachuelo.Pero que nadie crea con esto que Miyazaki es simplemente un virtuoso del dibujo que anima personajes sin pararse a elaborar un guión destacable. La influencia de la literatura y la tradición japonesa en su prolífica obra es una constante que ha acabado por impresionar a los más exigentes críticos de los festivales cinematográficos más prestigiosos. En Ponyo, el principal referente es el arte de los pintores prerrafaelitas, concretamente John William Waterhouse, al que llegó en una visita a la Tate Modern inspirada por su admiración hacia el escritor Natsume Soseki. El espíritu renovador de Soseki, principal testigo literario del cambio que vivió el Japón Meiji a principios del siglo XX, se extiende también a la narración, donde Miyazaki fantasea con una revolución que transforme nuestra relación con la naturaleza, tema ya empleado en Nausicaao La princesa Mononoke.Un cóctel de influencias realizado a base de trabajo persistente, dedicación, y sobre todo amor por una profesión en vías de extinción, pero cuya presencia en las carteleras consigue enriquecernos la vista, y de paso, la mente.

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