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Ministros-bomba, la vicepresidenta y el «puto amo»

La intención de Rajoy de mantener su Gabinete sin cambios hasta el final de la legislatura (“si puedo”) depende no sólo de él, sino de la capacidad de perpetrar errores de sus ministros, algunos de los cuales son, políticamente hablando, hombres-bomba. Ya lo sabíamos de José Ignacio Wert, que ha sido y es todavía el político más estigmatizado por la izquierda y los nacionalistas con su entusiástico concurso personal gracias a su ensoberbecida dialéctica y a esa manía peligrosísima que tiene de utilizar la metáfora, la ironía y, a veces, hasta el ingenio. Se cree que el Congreso es la Cámara de los Comunes. Y no, no lo es. De Wert sólo puede decirse que ha obtenido una victoria pírrica con la LOMCE y que para conseguirla se ha inmolado. En el terreno cultural, la soga para que se ahorcase se la ha proporcionado el inefable Cristóbal Montoro. El destrozo cultural de estos dos años pasará a la peor historia del PP.

Era de prever que pudiera ocurrir, pero el riesgo se ha convertido en desastre: está a punto de explosionar Jorge Fernández Díaz. Ha emulado a José Luis Corcuera, propósito que seguramente no entraba en sus cálculos. El desastroso –técnicamente desastroso, políticamente desastroso– proyecto de ley de Seguridad Ciudadana va a provocar una marea como la verde o la blanca sin que hubiera la más mínima necesidad de que sucediera. La Ley Fernández, como se conoce ya al proyecto, es el mejor y más despilfarrador de los regalos que un Gobierno de derechas con mayoría absoluta podía hacer a una indigente oposición que necesita filones argumentales de los que ha estado ayuna desde que Zapatero dejo in puribus a la izquierda española. O sea, que a la ley Wert, se añade la ley Fernández, nacidas ambas con vocación de vigencia provisional por concitar animadversiones varias y, en algunos casos, demasiado justificadas.

Otro ministro que parece acarrear un saco de bombas político es el de Industria, José Manuel Soria, que, después de pergeñar a cuatro manos con Alberto Nadal una mala reforma energética, ha permitido de manera dócil y hasta lanar que se la boicotee su compañero –¿y amigo?– Cristóbal Montoro. La retirada de los Presupuestos Generales del Estado de 3.600 millones, contribución del Gobierno a la reducción del déficit de la tarifa eléctrica, centrifuga déficit público y penaliza a las empresas del sector y a los consumidores.

Cuando aquí se cuente todo lo que ha ocurrido y ocurre en el sector, van a saltar chispas. Y nunca mejor dicho. Alguien en algún momento deberá explicar por qué el Gobierno de Zapatero –él no lo hace en su libro– y luego este, resolvieron y mantuvieron las primas a las renovables solares (fotovoltaicas y termosolares, las más abultadas y caras, una hipoteca para el país) y convirtieron la tarifa en un cajón de sastre en la que el consumidor paga hasta un 50% de costes que no se corresponden con la generación y distribución de la electricidad. O sea, abona peajes políticos, arbitrarios y caprichosos, además de impuestos, tasas y exacciones varias del Estado, de las autonomías y de los municipios. Una locura: el precio más caro de Europa.

Bueno será recordar que el Gobierno ha devaluado rentas del trabajo, del capital, de los activos de toda clase e impuesto un sistema fiscal leonino, pero no ha hecho lo propio con la electricidad, que es una de las variables de coste más importante para la industria española, alguno de cuyos sectores es intensivo en consumo energético y que está ya pensando en la deslocalización; y un gasto para los hogares cada vez más oneroso. De otra parte, se está fragilizando a las compañías eléctricas cuyos resultados en España comienzan a mermar, como merman las inversiones que pueden acometer y la retribución a sus accionistas.

De todo lo cual se deduce que –dejando a Ana Mato como una excentricidad de un siempre recortado y sobrio Rajoy, cuyo amigo del alma es el responsable de Exteriores–, el “puto amo” (Guardiola dixit) de las decisiones gubernamentales es Cristóbal Montoro, que se ha puesto el mundo por montera y proclama la buena nueva de la recuperación a machetazos presupuestarios y fiscales, con una ineficacia recaudatoria clamorosa. Lo que este hombre pueda hacer con la reforma fiscal que se anuncia es un arcano, pero los precedentes no son nada esperanzadores.

¿Y la vicepresidenta que debería coordinar a todos estos ministros-bomba para que no estallasen? ¿Qué dice la también ministra de Presidencia y Portavoz del Gobierno? Nada. Va de incógnito. No se moja ni debajo de la ducha; recurre a las frases-puente; a los lugares comunes; sus opiniones son inanes y siempre previsibles y comienza a mostrar una cierta crueldad en su impostada sonrisa: parece disfrutar con las fechorías de sus ministros, de las que ella nunca es culpable, sino reparadora; con los resbalones dialécticos de María Dolores de Cospedal y con la adolescencia periodística de las redacciones de los medios de comunicación tras la razzia que han perpetrado los editores que le reclaman la declaración del sector como “zona catastrófica”.

Puede Rajoy, si se empeña, llegar a la playa del final de la legislatura con este ramillete de ministros. Poder puede. Pero será tanto como nadar para morir en la orilla. Allá él con sus emperramientos. La máxima de Rajoy es la del funcionario: durar, durar y durar. Hay que comprenderle: destituir a un ministro debe resultarle muy duro. La hipótesis alternativa es que Rajoy sea un sádico político y prefiera dejar que sus peones se abrasen hasta que no quede de ellos sino un rescoldo. Camino llevan algunos.

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