El ejército se prepara para tomar la capital del Swat

Mingora se vací­a antes del asalto

Los habitantes que quedan en Mingora, la principal cuidad del otrora próspero Valle del Swat huyen como pueden antes de que los bombardeos de la aviación y la artillerí­a den paso a los combates calle por calle entre las tropas del gobierno y los talibanes. El ejército paquistaní­ ultima su estrategia antes de calar la bayoneta, y decenas de miles de personas montadas en atestados transportes intentan llegar a los campos de refugiados. Ya son más de un millón de desplazados, en la peor crisis humanitaria de la historia del paí­s desde la partición de India.

Mingora, es una fortaleza y una risión. Los talibanes controlan las principales arterias, cavan trincheras, se fortifican y esperan el asalto de las tropas de Islamabad. Han minado los principales accesos, para impedir el paso al ejército y para encerrar a la población civil, convertida en escudos humanos. Pero no es ese el principal peligro que ha impedido escapar a la mitad de la población de la ciudad, donde 150.000 de sus 360.000 habitantes soportan el asedio, sin electricidad, sin agua y sin alimentos. Los bombardeos del ejército y el toque de queda hacían muy arriesgado a las familias –cargadas de niños, ancianos y enseres- emprender el camino de huida. Por eso cada vez que el ejército ha levantado las barreras, decenas de miles han cogido lo imprescindible y han emprendido un camino incierto para salvar su vida. En otros tiempos, por las carreteras de esta próspera zona de Pakistán transitaban turistas de otras zonas del país, incluso a esquiar en invierno. Ahora están atascadas de autobuses y camiones coronados de gente hasta los topes, que escapan como pueden de los combates. La cifra de refugiados se acerca a un millón, y los campos –a los que sólo ha acudido uno de cada cinco- no dan abasto. Más de 15.000 soldados gubernamentales estrechan el cerco a los aproximadamente 5000 talibanes que se atrincheran principalmente en Mingora, dispuestos a vender cara su vida. Los bombardeos indiscriminados no parecen un método muy eficaz. Pero como no hay manera de confirmar las cifras de muertos, las fuentes militares hablan de 900 islamistas y de 2700 heridos. De bajas civiles ni una palabra, pero los testimonios de los refugiados que llegan a los campos, procedentes del Swat, de Búner o del Bajo Dir son trágicamente coincidentes: viviendas bombardeadas, familias bajo los escombros o columnas de refugiados tiroteadas tras el toque de queda. No es del fundamentalismo islámico de lo que huyen, sino del fuego de Islamabad. De momento, a la espera de los combates cuerpo a cuerpo, donde la guerrilla talibán podrá desplegar su amplia experiencia, el avance del ejército es arrollador, y las bajas se cuentan en relación de 1 a 10. Nadie espera otro resultado que no sea que los islamistas sean aplastados y masacrados en cuanto las tropas tengan el control de la situación. Pero nadie se aventura a predecir lo que pasará luego: la insurgencia talibán tiene raigambre social en esta zona, y para mantener el control sobre el Swat será necesaria una presencia militar fuerte, prolongada y en tensión, y luego un numeroso y bien entrenado cuerpo de policía –que Pakistán no posee-. Eso sin descontar los efectos amotinadores que los bombardeos indiscriminados hayan tenido sobre la población del Swat. Los cadáveres sobre los escombros pueden transformarse en un potente abono para la propaganda de los extremistas. Bien saben eso los insurgentes de Afganistán o de Irak.

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