Literatura

Mimoun

Editorial Anagrama ha puesto a la venta una nueva edición de «Mimoun», la «ópera prima» de Rafael Chirbes, con una solapa que indica los «veinte años» desde su primera edición (que, en realidad, son ya veintiuno, porque la obra se publicó en 1988, tras ser finalista del premio Herralde de novela). Con ella, Chirbes inició un brillante y singular itinerario narrativo, jalonado por ocho novelas en veinte años, la última de las cuales, «Crematorio», obtuvo en 2007 el Premio Nacional de la Crí­tica. Un itinerario que recorre con mirada incisiva la intrahistoria de la realidad española, desde la posguerra hasta nuestros dí­as.

Nacido en Tabernes de Valldigna (Valencia) en 1949, Rafael Chirbes fue a la escuela de los huérfanos de ferroviarios. A los 16 años marchó a Madrid, donde estudió Historia moderna y contemoránea. Vivió un tiempo en Marruecos (donde fue profesor de español, como el protagonista de “Mimoun”) y a su regresó deambuló por París, Barcelona, La Coruña y Extremadura, antes de volver a recalar en Valencia. En los años ochenta se dedicó a la crítica literaria y a otras actividades periodísticas, antes de lanzarse de lleno a la literatura con “Mimoun” (1988), novela que tuvo una buena recepción de la crítica y que, como ya se ha dicho, quedó finalista del premio Herralde ese año. Su desgarradora reconstrucción de los años de posguerra y de la dura vida de los vencidos en la guerra civil en “La buena letra” (1992) le permitió cruzar fronteras: desde esa pequeña obra maestra (que junto a “Los girasoles ciegos”, es lo mejor que se ha escrito en España sobre el tema) Chirbes es un escritor más reconido en Alemania que en España. Con la “trilogía” compuesta por “La larga marcha” (1996), “La caída de Madrid” (2000) y “Los viejos amigos”, Chirbes intentó llevar a caso una ambiciosa reconstrucción narrativa y una descarnada radiografía del curso de la historia y de la sociedad española, desde la posguerra hasta la transición. Chirbes es un implacable retratista de su generación, una generación que, como ha dicho, “perdió la memoria en el mismo instante en el que ganó el poder”, una generación de “revolucionarios” que querían cambiar la historia y acabaron cambiando la buhardilla por el chalet, el seiscientos por el BMW y descubriendo “el placer de la buena vida”. Si no perdieron el alma, es porque no tenían. En 2007, con “Crematorio”, Chirbes obtuvo el Premio Nacional de la Crítica con una novela que tiene como trasfondo un Levante devorado por la fiebre constructora de la última década. En “Mimoun”, un profesor de español llega a Marruecos con el vago propósito de encontar el ambiente y las condiciones propicias para acabar una novela que está escribiendo. Allí se instala en Mimoun, un pequeño pueblo del Atlas, donde, de forma accidental y casi aleatoria se va a ir tejiendo una trama de relaciones, en la que los personajes se mueven, chocan y desaparecen como si se tratara de bolas de billar americano. El Marruecos de “Mimoun” no es, visto a ras de suelo, un marco exótico, uno de esos decorados narrativos que se utilizan para ambientar y dar color de forma costumbrista a relatos normalmente inertes, sino un espacio mórbido, palpitante, hostil, en el que los personajes buscan sin cesar la fuerza necesaria para mantenerse vivos y evitar su destrucción. Escrita con estilo sobrio, contenido, más sugerente que indicativo, “Mimoun” es, pese a ello, una narración tensa y pasional, que no oculta en ningún momento su pretensión catártica. En todo caso, un notable comienzo, que merece la pena leer o releer.

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