Literatura

Millenium 2

Si en «Los hombres que no amaban a las mujeres», Larsson lleva a cabo una extraordinaria disección de lo que es la clase dominante sueca (y, por extensión, de lo que son las clases dominantes de los paí­ses occidentales), en «La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina» el ajuste de cuentas alcanza directamente al Estado, al «modélico» Estado sueco, ese supuesto «paraí­so» del bienestar y la tolerancia, que aquí­ revela sus más tortuosos y siniestros métodos de dominación y de aniquilación. El tercer y último libro de la saga («La reina en el palacio de las corrientes de aire») aparece hoy en España, en medio de una expectación popular reservado hasta ahora sólo a ciertos best-sellers.

Y sin embargo, lo digo y lo reito, para los incrédulos y los escépticos, la "saga" del escritor sueco no es un "best seller", no es mera literatura de consumo, intriga y entretenimiento, un crucigrama hecho con un molde prefabricado para satisfacer la demanda de un público adocenado y que no busca quebraderos de cabeza. Aunque sí es cierto que –conscientemente, y buscando un masivo y deliberado impacto de sus libros–, Larsson utiliza el formato popular de la novela negra y las técnicas narrativas de los best sellers para lograr un "enganche" adictivo del lector con el relato, lo cierto y verdad es que "Millenium" es literatura política de alto voltaje.Por otra parte, tampoco Stieg Larsson es en absoluto un escritor prototípico de best sellers, ese escritor "divo" que vive en una apartada mansión de las afueras de Londres o de Los Ángeles, entregado exclusivamente a la producción de libros prefabricados que ya se sabe antes de esbribirlos los millones de dólares que van a producir. Larsson era un periodista independiente, dedicado a investigar y denunciar los chanchullos económicos de los poderosos, y un experto notable en las actividades y los grupos de la extrema derecha sueca y europea, por lo que estaba amenazado de muerte. Vivía en un piso de 60 metros cuadrados y escribía por las noches, robándole horas al sueño. Probablemente el cansancio y el estrés fueron el detonante del infarto que lo mató pocos meses antes de que aparecieran sus libros. Murió sin conocer el éxito, en el que siempre había confiado.Con todo, ese éxito no cabe cifrarlo ni medirlo sólo por los 7 u 8 millones de ejemplares de sus libros que ya se han vendido. Ese "éxito" es sólo una parte de lo que Larsson pretendía. La otra parte, la crucial, está en el explosivo contenido de sus libros, envuelto en el celofán de una intriga absorbente, pero lo suficientemente explícito para que cualquier lector, con cualquier formación, se pueda adueñar de él.Larsson procede a desmontar pieza a pieza el puzzle del universo socialdemócrata sueco y nos muestra qué es, para qué sirve, cómo se emplea cada una de las piezas, cada uno de los sistemas, cada uno de sus mecanismos, y como todos ellos acaban constituyendo un verdadero sistema de opresión criminal encubierto bajo una capa, bajo un barniz de normalidad, respetabilidad, buen sentido y honda preocupación social.Para dinamitar esa costra de falsedades y hacer emerger la verdad, Larsson pone en juego a dos personajes que son el hilo conductor de la acción. El periodista Mikael Blomkvist (en cierta forma, un alter ego del propio Larsson) y, sobre todo, Lisbeth Salander, el personaje que, por su radicalidad, por su nula voluntad de compromiso con el sistema, coloca a éste en el brete de tener que mostrar su verdadera naturaleza. De la mano de estos sorprendentes Quijote y Sancho, Larsson nos conduce a indagar en los entresijos más recónditos y escóndidos, que a la vez son los más determinantes, de la realidad sueca.Y si en el primer volumen, alcanza a destripar de arriba abajo a la clase dominante (desde la burguesía industrial a la financiera, desde los socialdemócratas a los nazis), en esta segunda entrega ("La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina") Larsson se lanza a degüello contra el Estado, un Estado -como todos los estados burgueses- que para imponer su "razón" -la "razón de estado"- no vacila en aniquilar y destruir, con muy buena conciencia, y muy buenas razones, y los medios que hagan falta, a quien pueda representar un problema: ya se llame Olof Palme, ya se llame Lisbeth Salander.En el libro Stieg Larsson desarrolla lo que él mismo formula, en un momento determinado, como "el caso de Lisbeth Salander contra Suecia".No el caso de "Lisbeth Salander contra el Estado", sino el de "Lisbeth Salander contra Suecia", Y no es un desliz, ni un error. Stieg Larsson sabe muy bien que –después de 60 años de socialdemocracia– el Estado y la sociedad forman en Suecia un "todo" prácticamente sin fisuras. A cambio de que le garantice la seguridad y la prosperidad a la que aspira, la sociedad está dispuesta a respaldar al Estado hasta donde sea necesario. Y a creerse todo lo que el Estado le diga, a pies juntillas y sin rechistar.Por eso, cuando el Estado (la policía y los medios de comunicación) deciden que Lisbeth Salander es "culpable" de unos crímenes –de los que, por otra parte, sólo tiene unas pruebas "circunstanciales–, nadie cuestiona esa culpabilidad. Máxime cuando la acusación se ve respaldada por unos "informes psiquiátricos" que desde los 12 años la presentan como una persona desequilibrada, antisocial, agresiva, como una "sociópata" en suma, según el dictamen del psiquiatra oficial. Y aún más, cuando , hurgando en su vida, la prensa hace aparecer rasgos de "prostitución", "lesbianismo" o incluso "satanismo". Stieg Larsson reconstruye con mano maestra como el Estado "fabrica e instruye" un proceso contra alguien a quien quiere destruir, manipulando pruebas y, sobre todo, manipulando a la opinión pública, para que sea ésta quien –democráticamente– le otorgue el poder de castigar, el poder de destruir, el poder de aniquilar al "enemigo".En el desarrollo de este "proceso", Larsson llega hasta el final, hasta donde realmente hay que llegar para que las cosas se comprendan, hasta allí donde se cocinan esos secretos y crímenes de Estado, innominados y nunca aclarados, que luego se achacan a "desequilibrados" o "fanáticos" o "locos", y cuyo simple desvelamiento es siempre desacreditado bajo el estigma de la "teoría de la conspiración". Casos reales, como el de Olof Palme (sobre el que Larsson hace una simple referencia, como de paso, un guiño al lector), o casos imaginarios, como el de esta Pipi Calzaslargas que Larsson levantó y creó para remover y dinamitar el inmenso y sólido muro de la "moralidad" y la "respetabilidad" del estado y de la burguesía sueca.Una "moralidad" y una "respetabilidad" que se hacen añicos frente a la determinación y sagacidad, frente a la radicalidad sin concesiones del personaje de Lisbeth Salander, "la chica que odia a los hombres que no aman a las mujeres", la "chica que sueña con una cerilla y un bidón de gasolina", la temible hacker capaz de planear venganzas escalofriantes para imponer justicia allí donde el Estado y la sociedad amparan abiertamente el delito. Un personaje que acapara ya intensos debates en todo Europa, como azote de las concepciones socialdemócrtas, y del que no tardaremos en ocuparnos aquí, porque el debate también está llamando a nuestras puertas.

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