El Observatorio

¿Milagro en Cannes?

Por primera vez desde tiempos inmemoriales, el cine español va a estar representado en Cannes de la forma que objetivamente se merece: con tres pelí­culas importantes y tres directores grandes: Almodóvar, Amenábar y Coixet. De que esto no se produjera habitualmente en años anteriores se ocupada directamente el Quai D´Orsay (es decir, el Ministerio de Asuntos Exteriores), verdadero poder en la sombra del festival, un festival que ha vivido casi siempre bajo las directrices del poder polí­tico y al servicio de la polí­tica cultural francesa.

¿Significa esto que Cannes se ha emanciado al fin de las directrices del poder político y que vuela por fin libre de hipotecas? En absoluto. Lo único que indica es que las directrices del Quai D´Orsay han cambiado: ya no se trata de ningunear a España, sino de “seducirla”, ya no se trata de “maltratarla”, sino de engatusarla. Es el cambio que ha introducido la política exterior de Francia tras la llegada de Sarkozy al Elíseo. Una nueva política que se ha hecho visible en muchos otros aspectos (como una mayor colaboración en la lucha contra ETA, por poner el ejemplo más conocido) y que rompe una tendencia que habían seguido rigurosamente en las últimas décadas los anteriores presidentes galos, infectados por una misma “hispanofobia”: Giscard, Mitterand y Chirac. En Francia, como es sabido, la “cultura” no es sino un brazo más del poder del Estado. Y en especial el cine, donde una ingente política de subvenciones y un aclamado deber patriótico, insuflado constantemente a la población, ha logrado que mantenga un cierto control de las taquillas, pese a que la calidad de la producción no ha dejado de caer, década tras década, prácticamente desde los años 40 del siglo pasado. Un “mandarinato” cultural, en íntimo concubinato con el poder político y económico, domina todo el espectro cultural del país, controla minuciosamente la oferta cultural, y por supuesto los grandes escaparates culturales del país, de los cuales, Cannes es, sin duda, el más importante. Y el más sintomático de esa realidad: desde hace más de 30 años es el mismo “mandarín”, Gilles Jacob, el que maneja y controla todos los hilos de Cannes, el que decide qué películas acuden al festival, que cinematografías se promueven allí y cuáles se marginan, y también, por supuesto, a quién se premia y a quien no, de acuerdo con los intereses del Quai D´Orsay. Quien piense que exagero, puede remitirse a las palabras expresadas estos días por la actriz francesa Isabel Huppert, que, en su calidad de musa de Chabrol (uno de los pocos cineastas franceses que escapa al control), es una persona relativamente libre y puede atreverse a decir que en su calidad de presidenta del festival de este año no piensa atenerse a “diplomacia” alguna: “La palabra diplomacia no me inspira mucho, si le soy sincera, esto es un jurado, no el Ministerio de Asuntos Exteriores”, ha dicho. Veremos si, amén de abrir la espita al cine español, tras cincuenta años de ostracismo, la “nueva política” francesa implica realmente un verdadero reconocimiento de nuestro cine y una nueva actitud de independencia. Pero para esto habrá que esperar al terrible momento de los premios, cuando las presiones del Quai D´Orsay convierten la sala del jurado (en palabras del propio Jacob) en una antesala del infierno.

Deja una respuesta