Los Territorios í‰ticos

Mientras tanto

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Tiempos de recortes. El dinero de los bancos nunca ha servido para financiar el arte. Seguirá en estos tiempos de crisis, ocurriendo lo mismo.

El estado ha financiado una parte de nuestro trabajo. Sin embargo no hemos sido la gente del Teatro los que mejor hemos aprovechado los tiempos de bonanza. Podremos lamentar lo que no hemos hecho y aguardar un renacer dependiente de las responsabilidades asumidas por otros. Los políticos.

Mientras tanto lo que se insinúa de este acontecer, es un largo y laberíntico mientras tanto. ¿Es factible hacer algo de lo que no hicimos cuando si podíamos y no quisimos o no entendimos que había algo que debíamos hacer?

Desde casi el comienzo de la democracia hasta el año pasado, he tenido entrevistas con la mayor parte de los Directores Generales de Teatro y Danza que han asumido ese cargo o uno similar con diferentes gobiernos. En casi todos los casos me preocupé por trasmitir que una política teatral estaba aún por hacerse.

Una política que incentivara a que los componentes humanos que intervienen en el hecho teatral se vivieran a sí mismos como un universo por perfeccionar. Un colectivo posible de ser mejorado en su cualificación técnica y educado en un equilibrio mayor entre lo ético y lo técnico sin que ellos supusiera, como muchas veces me expresaron, un mecanismo de censura. La supuesta búsqueda de una aceptación de imposiciones que hubiera vinculado la recepción del dinero de una subvención a una complicidad perversa de quien lo recibía.

Nunca lo entendí así. Siempre lo entendí como un delicado pero necesario equilibrio entre derechos y deberes. Las gentes de mi profesión debemos seguir teniendo derechos pero creo que no sabemos con certeza cuales son nuestros deberes.

No hemos entendido bien en que consistían. No es difícil explicarlo. Somos culpables de ciertas obediencias que desconocemos. Así es la neurosis tan propia de nuestro tiempo; aunque en el momento de entender comienza la desobediencia.

Ahora que tenemos la catástrofe en la puerta de casa, podríamos darnos cuenta que se parece a la felicidad. Siempre aplazada un día más. No postergar la felicidad es la tarea del que milita en el Arte. ¿Por qué? El ensayo obliga al actor a tratar de ser feliz. Sino no sirve; no es ensayo. Es sumisión a un poder ajeno a las pertenencias del actor.

Un ensayo con libertad para trabajar e imaginar puede ser bueno o malo. Sin libertad ni imaginación ni siquiera es un ensayo. El deber de quien ama lo que hace es hacerlo bien. Perfeccionarlo. Apropiarse de la técnica y conseguir no ser un esclavo de ella.«Somos culpables de ciertas obediencias que desconocemos»

Lo técnico es la pregunta que se aprende a sostener. Si poseemos técnica y talento conseguimos lo artístico. Esa es la recompensa final. No se es más profesional por la cantidad de espectadores que acuden a vernos al teatro o por cuantos son los que permanecen frente al televisor para vernos en una serie televisiva, sino por la calidad de las preguntas que sabemos asumir en cada ensayo y como aquello que vamos descubriendo en los ensayos se proyecta en la poética de la representación.

Ese es nuestro deber. Nuestro derecho incluye que los que gobiernan no se olviden de nuestros derechos. Mientras tanto lo que nos compromete con nuestro presente de individuos para el Arte, es cumplir con seriedad con nuestros deberes.

Reconciliar al actor con la técnica, que tome conciencia de que esta existe, es saber ensayar y como ese saber se constituye en personaje.

Mientras va asomando con fuerza el tiempo de las carencias debemos preservar el lugar de las preguntas. El actor siempre tendrá el ensayo como su sitio para preservar su esencia. Como gran refugio de la subjetividad.

No es un mal sitio para vivir. No me parece nada mal, hacerle caso.

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