Después de una semana de duras tensiones, el gobierno de coalición que preside la canciller Ángela Merkel decidía el pasado 17 de septiembre el cese del jefe de los servicios secretos alemanes, Hans-Georg Maassen, acusado de complicidad con la extrema derecha alemana.
El escándalo estalló semanas atrás, cuando Maassen realizó unas polémicas declaraciones en las que ponía en duda un vídeo de persecuciones de neonazis contra inmigrantes. Maassen se alineó sin ningún tapujo con las tesis de la nueva extrema derecha alemana, aun a costa de enfrentarse al gobierno y a la canciller alemana, a la que definitivamente echó un pulso descarado.
Los sucesos ocurrieron a finales de agosto en la ciudad de Chemnitz, tras la muerte de una persona presuntamente acuchillada por un inmigrante. Entonces se produjeron escenas que el gobierno alemán no dudó en calificar como de “cacería al hombre” contra inmigrantes. Los hechos quedaron grabados en un vídeo casero que se hizo viral en Alemania. Fue entonces cuando salió a la palestra Maassen, para poner en duda la veracidad del vídeo. Llovía sobre mojado, porque Maassen ya había sido acusado de complicidad con la ultraderecha, y recientemente se dio a conocer el hecho de que en las últimas semanas se había reunido con altos cargos del partido Alternativa por Alemania para asesorarlos de forma que pudieran evitar la vigilancia a la que podrían estar sometidos por su propio servicio.
Tras la arrogante negativa del superespía a retractarse, el gobierno alemán se dividió. La socialdemocracia exigió el cese inmediato de Maassen, y consideró ese cese como una condición sine que non para seguir en el gobierno. O Masseen se iba, o el SPD abandonaba la coalición gubernamental, colocando así a la canciller ante la espada y la pared. Por el contrario, la CSU, los aliados bávaros del partido de la canciller, y que cuentan en el gobierno con el poderoso y polémico Ministro del Interior, Horst Seehofer, se opusieron al cese de Maassen. A la CSU no le interesaba un gesto así, en unos momentos en que se aproximan las elecciones en Baviera, y por primera vez en más de 50 años peligra la mayoría absoluta de la CSU, debido al auge del nuevo partido de ultraderecha, Alternativa por Alemania.
Al final, Merkel logró una solución de compromiso, que salvó por los pelos la coalición de gobierno. Maassen fue cesado y abandonó la jefatura de los servicios secretos alemanes, pero al tiempo fue “ascendido” a una secretaría de Estado del Ministerio del Interior, bajo el mando de Seehofer.
Este escándalo ha puesto a la luz de nuevo la fragilidad del actual gobierno de Merkel y el terreno minado que pisa hoy en día la canciller. Hace solo tres meses, el tema de la inmigración ya provocó un cisma así, que se salvó con un compromiso por los pelos. Ahora el compromiso aún ha sido más difícil, y obligado a mayores concesiones a una extrema derecha que cada vez actúa con menos tapujos en Alemania… y cuenta además con el viento a favor que le inducen el auge de la extrema derecha en toda Europa y el apoyo que llega del otro lado del Atlántico, donde un Trump crecido empuja a Europa a un cisma mortal.
Merkel trata de empujar el europeísmo a un compromiso mayor, pero sus problemas ya no están tanto fuera, como dentro de Alemania, donde sus enemigos actúan desde dentro de su propio gobierno, alentados por un Trump que no ha dudado en los últimos meses de llamar a Alemania, a Merkel y a toda la UE como un “auténtico enemigo”. ¿Superará su gobierno un tercer desafío?