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Mentiras españolas y europeas

Andan Gobierno y oposición porfiando acerca de quién es el mérito de que la prima de riesgo haya descendido. El Gobierno, como es lógico, pretende apuntarse el tanto y atribuirlo a su política económica y a las medidas que ha adoptado. La oposición contesta que el mérito es del Banco Central Europeo, que con su sola amenaza logró contener a los mercados. La prueba, según ellos, es que la mejora ha llegado a todos los países y no solo a España.

Lo primero que habría que decirles a unos y a otros es que, si bien es cierto que la prima de riesgo ha descendido sustancialmente, aún se mantiene un diferencial claro con Alemania, lo que es incompatible con el correcto funcionamiento de una unión monetaria. Han pasado, sí, las calenturas extremas, pero permanecen las décimas que indican bien a las claras que subsiste una infección latente.

Desde luego, carece de sentido, como pretenden algunos, prorrumpir en alabanzas a favor de Draghi y su política. El presidente del Banco Central Europeo tan solo ha hecho tarde y tímidamente lo que se le exige a cualquier responsable de un banco central. Entre sus funciones hay que incluir el ser prestamista en última instancia del Estado. Mientras la Reserva Federal de EE.UU. o el Banco de Japón intervenían en el mercado comprando toda la deuda pública necesaria, el BCE se mantenía impasible, aun cuando algunos países miembros se encontraban contra las cuerdas; incluso cuando la situación se hizo insostenible y se vio realmente amenazada la supervivencia del euro, se decidió no actuar, sino a decir que “iba a actuar”, y eso sí, poniendo tales condiciones a los Estados, que incluso los afectados, como España e Italia, prefirieron continuar sin la ayuda del banco emisor, es decir, sin pedir el rescate.

Entonces, ¿por qué relajaron los mercados su presión? Tal vez, sí, por la amenaza del BCE, pero también y sobre todo para no matar la gallina de los huevos de oro y porque ya habían logrado casi todos sus objetivos. Existen muchos intereses creados detrás de la moneda única y parece que las fuerzas económicas están dispuestas a mantenerla por todos los medios, pero es que, además, se había presionado ya a los países todo lo que era posible y se habían tomado tanto en el orden fiscal como en el laboral todas las medidas que exigía el capital.

Carece de sentido la jactancia de los populares acerca de que son sus medidas las que están sacando de la crisis a la economía española. Están vendiendo la piel del oso antes de cazarlo; de hecho, lo único cierto es el coste tan enorme que están pagando por ellas la mayoría de los ciudadanos. Pero es que además el Gobierno se ha limitado a aplicar aquello a lo que Berlín, Frankfurt y Bruselas le obligaron.

Ahora se ve con nitidez, aunque siempre se ha sospechado, hasta qué punto estaba orquestada toda la operación, cuál era su verdadera finalidad y cómo han sido de ingenuos y serviciales los gobiernos de los países del Sur. En las actas confidenciales del FMI relativas a la fatídica noche del 10 de mayo de 2010, conocidas y publicadas ahora por el diario El País, aparece con toda claridad que no se trataba de salvar a Grecia sino a los bancos alemanes, franceses y holandeses, y cómo los gobiernos de estos países incumplieron la promesa de que sus entidades financieras no se deshicieran de la deuda pública griega. El resultado fue que estas se libraron del correspondiente riesgo que acabó recayendo sobre las espaldas de las Haciendas de todos los países miembros, no solo de Alemania. Cuando se produjo la quita de la deuda griega, los bancos de aquellos tres países habían logrado reducir a la mitad su exposición.

Realmente, a los que interesaba el rescate y que el euro no se rompiese eran a los países acreedores, a efectos de tener tiempo para limpiar los balances de sus bancos. Por eso fue tan irracional y pazguata la postura aquella noche del Gobierno español, y más aún lo es que Zapatero pretenda justificarla ahora. Detrás de Grecia y con la misma finalidad llegaron los rescates de Irlanda, Portugal y a la banca española, orientados todos ellos a librar a las entidades financieras de los países acreedores y a que el coste fuese asumido por los ciudadanos de los países deudores.

Draghi y el BCE son incapaces de separarse de la política monetaria que interesa a Alemania. La cantinela de los responsables del banco emisor ha sido siempre que su función primordial era controlar inflación, sin embargo, en los momentos actuales parece que la han abandonado. El índice de precios está situado en la Eurozona en el 0,7%, muy lejos del 2% que se había fijado como objetivo, sin que el BCE actúe con una política mucho más expansiva, que lograría depreciar el tipo de cambio del euro y que serviría para reactivar la economía de la Eurozona, que en estos momentos apenas ha salido de la recesión. La deflación es tanto más grave que una inflación elevada, y países como España están al borde de ella (0,3%). En cualquier caso, una inflación tan baja es muy dañina para los países deudores que ven cómo sus deudas se mantienen intactas y cómo los esfuerzos realizados para deprimir los salarios no sirven para nada, cuando los precios de sus competidores tampoco se incrementan.

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