Literatura

Memorias de un cazador

No son pocos los crí­ticos que siguen considerando las «Memorias de un cazador» de Turguénev como el mejor volumen individual de cuentos de la historia de la literatura. Siglo y medio después de haber sido publicados, y aunque el tema que late en el fondo (la emancipación de los siervos en Rusia) ha sido dejado ya atrás por la historia, sus 25 relatos cortos conservan í­ntegramente su frescura original y ese halo misterioso y genial con el que Turguénev nos acerca a las verdades más simples con un realismo «ingenuo» tras el que atisbamos una profundidad ilimitada. «Para alcanzar la aparente simplicidad de los bocetos de Turguénev -dice Harold Bloom- se necesita un talento de los más grandes, comparable al genio de Shakespeare para redescubrir lo humano». Editorial Cátedra, en su colección Letras Universales, publicó en 2007 la primera versión crí­tica y completa de esta auténtica joya de la literatura universal.

Iván Serguéievich Turguénev nació en la rovincia rusa de Oriol el 28 de octubre de 1818, hijo de un noble ilustrado venido a menos –y muy aficionado a la caza, interés que el hijo heredó plenamente– y una madre –rica terrateniente– autoritaria hasta la crueldad. Tras aprender las lenguas francesa y alemana con tutores particulares, y la lengua rusa con su propia madre, la familia se trasladó en 1827 a Moscú para que Iván y su hermano recibieran una instrucción adecuada en un colegio para nobles. Sus progresos eran tales que en 1833 ingresó en la Universidad de Moscú, donde estudió filología, historia literaria y filosofía, sobre todo la filosofía del idealismo alemán. Entre 1838 y 1840, Turguénev completó sus estudios en Berlín, donde tiene la oportunidad de entrar en contacto con la intelectualidad rusa en el exilio: Herzen, Bakunin, etc.Forzado por la madre retorna a San Petersburgo en 1840, donde rechaza integrarse en la carrera militar o ingresar en un Ministerio, las dos alternativas que se ofrecían a los jóvenes de la nobleza. Turguénev, que ya ha hecho algunos pinitos literarios y publicado algunos versos de estilo romántico, opta por la literatura.En sus años de formación se manifiesta la influencia decisiva de Gógol y sus relatos, en los que se entrelaza la temática folclórica y su mundo de fábulas (típico del romanticismo alemán) con la emergencia de un nuevo realismo, de corte ruso, muy cercano a lo cotidiano y con evidentes propósitos reformistas.Plenamente incluido ya en los círculos literarios rusos, en 1843 conoce al célebre crítico Belinski (amigo también de Gógol), quien ejercerá una notable influencia sobre el desarrollo literario de Turguénev, estimulando su orientación por la senda del realismo.En enero de 1847, ve la luz en la revista El Contemporáneo “Jor y Kalínych”, el primero de los relatos que acabarían integrando la colección “Zapiski ojótnska” (“Memorias de un cazador”), el libro que cimentaría la extraordinaria fama literaria de Turgénev y que haría exclamar a Tolstoi: “su prosa suena como música, como la profunda musica de Beethoven”.En años sucesivos –hasta 1852–, Turguénev iría escribiendo y publicando uno a uno los 25 relatos que acabarían componiendo el libro, mientras asistía a las nuevas turbulencias revolucionarias del siglo: es testigo en París de la revolución de 1848, que acabaría sacudiendo todo el continente, y cuyo eco alcanzaría a los movimientos campesinos en Rusia, que Turguénev miraba con evidente simpatía.La publicación de los relatos de Turguénev suscitó reacciones notables en la sociedad rusa. Los sectores más conservadores los calificaron de “incendiarios” y su autor fue tildado de “traidor”, de escritor frívolo y ateo, de haber vendido su alma a Occidente. En 1852 es detenido y encerrado en una celda de la jefatura de policía a consecuencia de un artículo necrológico publicado tras la muerte de Gógol, aunque él siempre creyó que la verdadera causa de su prisión fueron sus relatos.En 1855, por fin, Turguénev logra publicar en dos volúmenes sus cuentos bajo el título común “Memorias de un cazador”. Sobre la influencia de esta obra se ha escrito mucho y se han levantado no pocas “leyendas”, incluida la que recoge Javier Marías en sus “Vidas escritas”, y según la cual “el zar Alejandro había decretado la emancipación de los siervos tres días después de leerla”, o que “la zarina ordenó a los censores rusos que no intervinieran los libros de Turguénev”. A pesar de todo ello, Turguénev no se libró del odio y el desprecio de muchos de sus compatriotas, que veían en él a un “ruso anómalo, occidentalizado y distante”, ateo y frívolo, que pasaba demasiado tiempo en Francia, Inglaterra o Alemania, y que era amigo ante todo de “literatos extranjeros”, como Flaubert, Maupassant o Henry James. Poco importaba que también cultivase las relaciones (de amistad/enemistad, eso es cierto, lo que no le impidió ayudarles económicamente cuando uno y otro perdieron hasta el último céntimo en los casinos de Europa) con Dostoievski y con Tolstoi, con quien mantuvo además un duelo “aplazado” durante 17 años.Turguénev murió el 3 de septiembre de 1883 en las afueras de París. Jamás escapó a su condición de “extranjero” allá donde se encontrara: para los europeos era un aristócrata ruso, para los rusos “un occidental”. Sin embargo, fue uno de los autores más decisivos e influyentes de su tiempo y el impulsor de un realismo crítico que cuajó como una de las semillas más poderosas de la prodigiosa historia literaria del siglo XIX:Turguénev profundizó la visión crítica que ya había elaborado Gógol con sus relatos y su obra maestra “Almas muertas”, sarcástico y corrosivo retrato de la Rusia zarista, en el que el escritor dejaba ya la temible sospecha (o la clara certidumbre) de que las verdaderas almas muertas de Rusia no eran tanto los siervos difuntos con los que se pretendía traficar, sino la casta de nobles, militares, terratenientes y funcionarios imperiales ociosos, desalmados y parásitos que se sostenían sobre la “servidumbre” del pueblo, y lo hacía con un tono deliberada y provocativamente sardónico, más sarcástico que irónico.Turguénev da un paso más allá, y recurriendo a un realismo aparentemente ingenuo, pero abiertamente crítico, se acerca hasta el corazón de la aldea rusa, habla –o mejor, deja hablar– a los campesinos, los escucha y, poco a poco, nos va mostrando la diversidad, la inquietud, el empuje del pueblo ruso, pese a llevar sobre sí el pesado fardo de la servidumbre. Los relatos de Turguenev confirman la verdad de Gógol: las verdaderas “almas muertas” de Rusia no son las clases populares, sino los nobles, los terratenientes y los funcionarios. De la enorme vacuidad de esas clases acabaría dando testimonio de defunción 50 años después Chéjov, poco antes de que la Revolución de Octubre las borrara de la faz de la tierra.Pero las “Memorias de un cazador” no es sólo un libro excepcional por su temática, sino por muchas otras razones. En “Cómo leer y por qué”, el gran crítico neoyorqino Harold Bloom elige los cuentos de Turguénev como una de las “mejores respuestas que conozco a la pregunta de por qué leer”. Cuentos como “El prado de Bezhin” o “Kasian, el de las bellas tierras” son obras maestras de una belleza tan misteriosa como inquietante. Una lectura imprescindible.

Deja una respuesta