Si yo fuera líder de alguno de los triunfantes partidos de la “nueva política”, encargaría que me pintasen un bodegón con los despojos de UPyD, y lo colgaría en mi despacho. Un bodegón tétrico, a la manera de aquellos cuadros moralistas que servían para recordar la fugacidad de la vida y lo efímero de los placeres del mundo, el cruel tempus fugit, el melancólico sic transit gloria mundi.
Conocidas como Vanitas (“Vanidad de vanidades…”), aquellas pinturas mostraban símbolos de la muerte y la brevedad de la vida, bajo la implacable advertencia del Memento mori: recuerda que morirás, no olvides que eres mortal.
En lugar de los clásicos relojes de arena, fruta podrida, flores marchitas y cráneos mondados, el lúgubre bodegón político incluiría actas de diputados, concejales y europarlamentarios de UPyD; ejemplares amarillentos de sus programas electorales; recortes de prensa augurando larga vida al partido; editoriales y cartas de director pidiendo el voto para ellos; llaveros y mecheros con el logo magenta; y por supuesto la calavera política que ya es Rosa Díez.
Ya sé que no son comparables, pues UPyD nunca tuvo las expectativas que hoy atesoran Ciudadanos o Podemos. Pero si lo medimos con las coordenadas del tiempo previo al estallido del mapa político, su éxito fue también impresionante, y su caída en picado nos asombra. Imagino a una abatida Díez repasando estos días las hemerotecas, evocando los días felices tan recientes: hablamos de un partido nacido en 2007, que tocó el cielo en 2011, al que las encuestas daban hasta un 17% hace menos de dos años, y que hoy está a dos telediarios de desaparecer.
Eran otros tiempos, el bipartidismo no parecía agotado, y cualquier intento de nueva fuerza estatal se estrellaba contra un sistema electoral blindado. Y allí apareció UPyD, que en solo cuatro años ya tenía grupo propio en el Congreso, más de un millón de votos, 150 concejales, presencia en varios parlamentos autonómicos, y hace menos de un año lograba en las Europeas un millón de votos (más del doble que el hoy imparable Ciudadanos).
Durante una temporada UPyD fue el partido de moda, la niña bonita de cierta prensa, mimada por televisiones y arropada por muchos intelectuales, periodistas y artistas que hoy eligen corbata para el próximo funeral de una formación que ya ha entrado en la típica espiral autodestructiva de las horas finales.
Ocho años ha durado el partido creado (y controlado férreamente) por Rosa Díez, que será la última en salir y apagará la luz. Ocho años son una eternidad con los relojes políticos de hoy, pero en los calendarios que usábamos hasta ayer, son un suspiro. Sic transit gloria Díez.
Ya sé que Podemos no tiene nada que ver con UPyD. Ni siquiera Ciudadanos es tan parecido. Pero la forma en que el partido de Díez ha sido arrasado por el vendaval, hace que tiemble el suelo bajo los pies de todos los partidos. Incluidos los partidos tradicionales, que llevan meses pisando arenas movedizas. Y por supuesto IU, que aunque tiene una historia y una militancia mucho más sólidas que las de UPyD, y ha sobrevivido a tiempos incluso peores, ahí está, agarrada con las uñas al marco de la puerta para no salir volando también.
Al ritmo que van los acontecimientos, a mí ya no me extrañaría que de aquí a las generales apareciese otro partido fulgurante. Y a saber dónde estarán algunos a la vuelta de ocho años. Memento mori: construye cimientos fuertes si no quieres ser la próxima calavera del bodegón.