El debate ocultado en la campaña

Mejor no hablemos de la OTAN

Dicen que hemos asistido a un nuevo esti­lo de campaña electoral. Campaña nueva im­puesta por la nueva polí­tica frente a las vie­jas campañas de la vieja polí­tica bipartidista. En ella, los debates televisivos entre candi­datos han sustituido a los grandes mitines. Y sin embargo, pese a toda la «modernidad» de esta nueva polí­tica, en todas las horas de debates televisados nadie ha sido capaz de oí­r ni una sola palabra sobre la OTAN y la cada vez mayor implicación de España en los mandatos militares del imperio.

Paro, corrupción, transparencia, reforma constitucional, blindaje de derechos sociales,… La lista de temas tratados en los debates televisados entre los principales líderes políticos es exhaustiva y parece completa sobre los asun­tos que interesan y afectan a la mayoría de los españoles.

Pero no es así.

Al iniciarse la campaña elec­toral hacia escasamente un mes que habían tenido lugar en suelo español las mayores y más com­pletas maniobras militares real­izadas por la OTAN desde el fin de la Guerra Fría. Algunos dicen incluso que desde el desembar­co de Normandía en 1944. Sin embargo, este tema, que puede llegar a afectar de forma decisiva no sólo al futuro, sino incluso a la vida de muchos españoles no tuvo cabida en la agenda de la clase política. Ni de la vieja del bipartidismo ni de la nueva de los partidos emergentes. No se habló de ello. Ningún debate. Ni­nguna reflexión. Tan siquiera una mención. ¿Por qué este silencio? ¿Acaso les parece un tema poco relevante, sin interés, “desfasa­do” tal vez como una vez insinuó Pablo Iglesias? «También nuestra democracia, sujeta a la órbita de dependencia de EEUU, tiene su propia ley de bronce: la OTAN y las bases son “ineludibles”»

El asunto adquiere más grave­dad si echamos la vista atrás, y no hace falta ir más allá de los últimos cuatro años, para com­probar el grado de implicación y encuadramiento en los planes de guerra del Pentágono al que esta­mos siendo sometidos.

El último decreto firmado en octubre de 2011 por el gobierno de Zapatero, el mismo que en 2004 había retirado las tropas españolas de Irak, fue aprobar la instalación en la base de Rota de la división naval del escudo antimisiles norteamericano en Europa. De un golpe, España quedaba situada al nivel de Polo­nia o Rumanía: territorios donde el Pentágono hace y deshace a voluntad de acuerdo a los intere­ses y objetivos de su monstruosa maquinaria militar.

Para no ser menos que su ante­cesor, el gobierno Rajoy aproba­ba este mismo año la modifi­cación del Tratado con EEUU para permitir la instalación per­manente de 3.000 marines en la base de Morón, auténtico cuerpo de sangrientos mercenarios en­cargados de controlar y sofocar cualquier lucha o rebelión contra los intereses norteamericanos en el Norte de África y el Sahel.

Pero el Pentágono no se confor­ma sólo con utilizar a España como gran base o plataforma militar desde la que lanzar sus agresiones contra otros pueblos y países. Necesita y exige tam­bién que España tome parte en sus aventuras militares dirigidas a tratar de sostener por la fuerza su hegemonía mundial.

Con este objetivo, casi 3.000 efectivos del Ejército de Tier­ra, la Armada, la Fuerza Aérea, Policía Nacional y Guardia Civil están desplegados en tres conti­nentes, Europa, Asia y África, en 12 misiones militares bajo man­do de la UE, la ONU y la OTAN.

Así, recientemente hemos visto cómo 135 soldados españoles eran desplegados a mediados de enero de este año en la frontera turco-siria con una dotación de 6 lanzadores de misiles Patriot para hacer frente a las consecuencias de los desmanes cometidos por la superpotencia en Oriente Medio en las últimas décadas. O cómo con el nombre de “Policía Aérea del Báltico” nuestro país ha teni­do que desplegar 120 militares, 8 de ellos pilotos de cuatro cazas Eurofigther. Bajo mandato de la OTAN, es decir, de EEUU, su misión es amenazar y amedrentar a Rusia, uno de los dos grandes desafíos a la hegemonía nor­teamericana.

Más reciente todavía, y ocurrido en plena campaña electoral, la muerte de dos policías españoles en un atentado contra la Embaja­da de España en Kabul cuya au­toría y objetivos todavía son una incógnita. Policías que formaban parte del contingente de 30.000 soldados españoles que han pas­ado a lo largo de los 13 años por la guerra de Afganistán, con un coste económico total calculado en 3.500 millones de euros, y un coste, mucho más trágico de 102 muertos. Pero ni una palabra sobre ello. Con la excusa de “no utilizar la tragedia en el debate partidista”, nadie, ni de la vieja ni de la nueva política osó cues­tionar, o siquiera preguntarse en voz alta, por la presencia de sol­dados españoles en Afganistán y su verdadero papel allí.

¿Por qué este ocultamiento? ¿Por qué este pacto de silencio? Ante una situación que supone un cre­ciente peligro al situarnos en el blanco de la diana, incrementar nuestro grado de dependencia hacia Washington y forzarnos a ser cómplices de sus agresiones a otros pueblos y países del mun­do bajo la mentira de que com­batimos por “la defensa de los valores de Occidente”, ¿cómo es posible que nadie levante la voz, que nadie haga la más mínima mención en medio de una cam­paña electoral que algunos han definido como las del “cambio”?

La ley de bronce

Como es sabido, cuando los man­datarios de la Antigüedad quería dejar constancia de la importan­cia y la perennidad de determina­das leyes, las escribían no en pie­dra o pergamino, sino en tablas de bronce. Son las llamadas leyes de bronce.

También nuestra democracia, sujeta a la órbita de dependencia de EEUU, tiene su propia ley de bronce. Una regla del juego mar­cada a fuego a las que cualquier fuerza política o dirigente debe someterse si quiere participar en el modelo político. El encuadra­miento de España en la OTAN y la permanencia de las bases mil­itares yanquis en nuestro suelo, con su plena disposición para los planes militares norteamerica­nos, es el primer pilar incuestion­able, “ineludible”, de esta regla del juego.

Quien se pliegue a ella puede participar en el nuevo juego político que se está abriendo tras el derrumbe del modelo bipar­tidista. En él va a estar permitido cuestionarlo todo: se puede jugar a revisar la Constitución, a modi­ficar el modelo político, a cambi­ar el sistema de partidos, a refor­mar la fiscalidad, a convertirse en el azote de la corrupción, hasta defender el derecho a decidir,… Con todo se puede jugar, todo es cuestionable menos la “ley de bronce” de la OTAN y las bases que asegura de forma estructural la dependencia de nuestro país a Washington y el sometimiento de nuestro pueblo a sus planes e intereses.

Se puede hablar y hablar durante horas y horas del cambio nece­sario en la política y la economía española, pero dejar al margen esta la ley de bronce convierte todos estos discursos en puro humo. Porque es precisamente esta regla inamovible la que asegura el dominio hegemonis­ta sobre nuestro país, haciendo imposible cualquier cambio que satisfaga las demandas funda­mentales de nuestro pueblo. En este terreno no caben medias tintas. Si de verdad queremos un cambio político en España hay que optar por uno u otro cami­no: o se avanza en la defensa de la soberanía y la conquista de la independencia nacional o se participa del aumento de la de­pendencia y la sumisión a Wash­ington.

Por eso no es un asunto baladí, intrascendente o “desfasado”. Si hay un punto clave donde se juega la posibilidad de cualqui­er cambio político de verdad en nuestro país, éste es sin duda en todo lo relacionado con la defen­sa de la soberanía nacional. Y más específicamente, en el ámbi­to de las relaciones con EEUU, el gran jefe hegemonista del mundo y Europa.

Los propios dirigentes de Podem­os reconocen que han variado sus propuestas y posiciones desde el programa con el que concurri­eron a las europeas de 2014 para situarse en “la centralidad del tablero político”. Pero más bien el camino que han recorrido es el que exige como condición previa la aceptación de las reglas del juego impuestas y exigidas por Washington.

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