Hacia 1985, nuestro activismo empezó como un movimiento muy minoritario, trans sin más recurso que la prostitución, cuatro gatas, reducido a reividicaciones sociales y a los derechos básicos, no tener que hormonarse de boca a oído o ponerse silicona por cuenta propia.
Quienes trabajaban en otra cosa, por ejemplo, en una peluquería, pudieron pensar en otra cosa; medicarse con control médico y si era posible, en la sanidad pública, porque los costes de la privada no eran fácilmente asequibles.
He usado muchas veces palabras relacionadas con la medicina. No se trata de “patologización”, de considerar que la transexualidad sea una enfermedad, necesitada de curación, incluso contra la voluntad de la persona transexual.
Se trata de una “medicalización” espontánea, pedida por ella misma, y deseada como una intervención plástica como cuando existen por ejemplo una nariz y unas orejas, muy sanas, pero muy feas, o más aún, porque no es cuestión sólo de fealdad, sino de identidad. Por eso, se dice a veces que, cuando vamos a empezar nuestro tratamiento, sea hormonal o quirúrgico, es como si fuéramos a nuestra boda.
En estos años, hemos conseguido las leyes básicas que defienden nuestros derechos. La de 2007, tenía como base que no requiriera operación pero que el tratamiento dependiera de que un profesional nos diera su visto bueno. Pero pronto comprendimos que eso convertía al profesional en juez sobre nuestras vidas. Es difícil imaginar la desolación de una persona trans cuando se le dice “tú no”, y no tiene medios para irse a la sanidad privada.
Pensé que sería mejor una fase de comunicación, que llegara a una decisión informada, en la que solicitante y profesional dialogarían, se contaran lo que supieran, discutirían incluso y al final la decisión sería de la persona solicitante, que acreditaría haber sido informada por la profesional.
Todo ello con vistas a la medicalización. Pero, mientras tanto, han surgido muchas personas que desean expresar su identidad cruzada, de forma masculina, femenina o ambigua, sin medicalizarse.
Y quieren asegurarse una dimensión legal que les permita vivir su identidad, y les dé reglas prácticas para avanzar o retroceder y explorar su realidad.
Y es preciso plantear algunos puntos críticos, como hospitales, cárceles, pasaportes, violencia de género…
Me adelantaré considerando que el Comité Olímpico Internacional, sabiendo que
estamos en un continuo, en el que la mayoría de las mujeres tienen de 3 a 9’5 nanogramos de testosterona por mililitro de sangre, la mayoría de los hombres, de 30 a 120, pero hay minorías intermedias, ha puesto la división entre las categorías deportivas no en mujeres u hombres, sino en una medición de 10.
Así hemos llegado a vernos en una tremenda turbulencia, casi de todos contra todos.
Su causa está en que medicalización y desmedicalización son dos formas distintas del mismo hecho trans.
Si hablamos de medicalización estamos hablando de conducta de sexo, pero no del sexo binario, dividido en dos realidades tajantes, sino del sexo continuo, como lo ha expresado el Comité Olímpico Internacional, con mayorías y minorías, realidades biológicas y bastanre estables, desde lo prenatal a lo actual.
Si hablamos de desmedicalización, estamos hablando de identidad de género, que es un hecho de pensamiento, nuestra comprensión de nuestro ser, a la vez cultural, personal, y variable.
Además, entra en la ecuación, lo reversible y lo irreversible, Con todo esto debemos enfrentarnos en estos momentos, racionalmente.