SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Mas se erige en caudillo provisional

Artur Mas ha ganado la batalla del 9-N. Frente a Rajoy, porque se celebró la seudoconsulta. Ante la sociedad catalana, porque 2,3 millones de catalanes, un 36% del electorado potencial, fueron a votar ordenadamente y con ilusión. Y ante ERC, porque el 9-N demostró que Mas es un jugador de fondo y que no se arruga. Junqueras no tiene tan claro ya el dominio del independentismo. Además, Mas se ha salido porque ha tenido una alianza (al menos provisional) con la ANC y Ómnium Cultural, las dos organizaciones que han montado las grandes manifestaciones de los tres últimos años.

Mas tiene pues más capital que hace un mes. Pero Rajoy sigue gobernando en Madrid. Y los datos reales del 11-N indican que el independentismo es fuerte y está cada día más movilizado, pero no ha progresado desde el 2012 (tampoco descendido). Los 1,8 millones de Sí/Sí del 9-N son los mismos que votaron a CiU, ERC y las CUP en las últimas elecciones. Y las últimas encuestas (La Razón, El Periódico de Catalunya y El Mundo) indican que CiU y ERC podrían no sumar, ni en lista única ni por separado, la mayoría absoluta que si conseguirían –no obstante– sumando a las CUP.

Tras el 9-N las encuestas dicen que ahora Mas puede ganar las elecciones, pero con menos de los 50 diputados que tiene actualmente. Y que la alianza CiU-ERC (con lista única o por separado) se arriesga a quedar por debajo no sólo de los 71 diputados actuales sino de los 68 que hacen la mayoría absoluta.

Y es que respecto a la independencia –según la mayoría de las encuestas, desde la del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat a la de El Periódico de Cataluña de después del 9-N– Cataluña está partida en dos mitades.

Pero Artur Mas, un voluntarista que cree que la virtud principal es la fuerza de carácter, parece no prestar atención a estos datos. Para él, la Cataluña que cuenta es la que se moviliza por la independencia. O la que, sin ser independentista, se siente agraviada por la sentencia del Estatut, por la cerrazón del gobierno de Rajoy y por las recientes querellas. Y que recrimina al PSOE –ayer Artur Mas lo volvió a recordar– su pasividad en los momentos finales del trámite del Estatut en el Constitucional. Hay una Cataluña que cree que el PP ataca al autogobierno, que ha perdido confianza en el PSOE y que está irritada con el sistema político español (cosa que el ascenso de Podemos demuestra que también ocurre en la sociedad española). Y Mas intenta arrastrar a esta Cataluña (el 70% que según las encuestas apoya la consulta) a votar por la independencia.

Artur Mas ha ganado la batalla del 9-N. Frente a Rajoy, porque se celebró la seudoconsulta. Ante la sociedad catalana, porque 2,3 millones de catalanes, un 36% del electorado potencial, fueron a votar ordenadamente y con ilusión. Y ante ERC, porque el 9-N demostró que Mas es un jugador de fondo y que no se arruga. Junqueras no tiene tan claro ya el dominio del independentismo. Además, Mas se ha salido porque ha tenido una alianza (al menos provisional) con la ANC y Ómnium Cultural, las dos organizaciones que han montado las grandes manifestaciones de los tres últimos años.

Mas tiene pues más capital que hace un mes. Pero Rajoy sigue gobernando en Madrid. Y los datos reales del 11-N indican que el independentismo es fuerte y está cada día más movilizado, pero no ha progresado desde el 2012 (tampoco descendido). Los 1,8 millones de Sí/Sí del 9-N son los mismos que votaron a CiU, ERC y las CUP en las últimas elecciones. Y las últimas encuestas (La Razón, El Periódico de Catalunya y El Mundo) indican que CiU y ERC podrían no sumar, ni en lista única ni por separado, la mayoría absoluta que si conseguirían –no obstante– sumando a las CUP.

Tras el 9-N las encuestas dicen que ahora Mas puede ganar las elecciones, pero con menos de los 50 diputados que tiene actualmente. Y que la alianza CiU-ERC (con lista única o por separado) se arriesga a quedar por debajo no sólo de los 71 diputados actuales sino de los 68 que hacen la mayoría absoluta.

Y es que respecto a la independencia –según la mayoría de las encuestas, desde la del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat a la de El Periódico de Cataluña de después del 9-N– Cataluña está partida en dos mitades.

Pero Artur Mas, un voluntarista que cree que la virtud principal es la fuerza de carácter, parece no prestar atención a estos datos. Para él, la Cataluña que cuenta es la que se moviliza por la independencia. O la que, sin ser independentista, se siente agraviada por la sentencia del Estatut, por la cerrazón del gobierno de Rajoy y por las recientes querellas. Y que recrimina al PSOE –ayer Artur Mas lo volvió a recordar– su pasividad en los momentos finales del trámite del Estatut en el Constitucional. Hay una Cataluña que cree que el PP ataca al autogobierno, que ha perdido confianza en el PSOE y que está irritada con el sistema político español (cosa que el ascenso de Podemos demuestra que también ocurre en la sociedad española). Y Mas intenta arrastrar a esta Cataluña (el 70% que según las encuestas apoya la consulta) a votar por la independencia.

Ayer, en un acto de acentos caudillistas ante 3.000 personas –entre los que había algunos representantes de la sociedad civil y muchos incondicionales–, y en el que se acabó coreando repetidamente el grito de independencia, Mas explicó con detalle su hoja de ruta. Empezó con un largo recorrido histórico en el que el Estado español salía siempre como culpable, prosiguió con la conversión de buena parte del catalanismo al independentismo tras el 2012 (rechazo del Estatut en el 2010 y del pacto fiscal ese mismo año) y acabó calificando al 9-N de “jornada espléndida y esplendorosa” en la que Cataluña había cambiado de estatus al alcanzar la mayoría de edad. Y luego propuso su receta para seguir hacia la independencia salvo que –hipótesis sobre la que se declaró muy escéptico– el Estado español cambiara realmente de actitud, ahora o tras las elecciones del 2015.

Como el Estado no ha dejado hacer la consulta legal y democrática, ha llegado el momento de ir a unas elecciones anticipadas que sustituyan a la consulta y dejen claro internamente, ante el Estado español y ante el mundo, la voluntad de Catalunya. Y aseguró que convocará estas elecciones normales si luego los partidos las convierten en unas elecciones plebiscitarias a través de una lista independentista que pueda obtener por ella sola (aunque haya más listas soberanistas) la mayoría absoluta. Ello implica un pacto con ERC para esa lista patriótica (no uso esta palabra) y uno de los objetivos del acto de ayer –aparte del impacto publicitario, pues fue retransmitido íntegramente en directo por el canal informativo de TV3– fue lanzar una gran presión (a la que se espera que se sumen otras entidades independentistas) para que la reticente ERC acepte una lista única.

En esta línea, Mas dijo que hay momentos excepcionales en la vida de un país en los que hay que priorizar los ideales por encima de las ideologías y los intereses de partido, ya que el exceso de ideología puede poner de relieve (patada a la espinilla de ERC) la ausencia de ideales. Hay veces en que los partidos deben pensar que no trabajan para el presente sino que recogen la herencia de generaciones pasadas y la pasan a las generaciones del futuro. Para que Cataluña puede tener los instrumentos (que hoy no tiene y que la restricción autonómica del PP indica que dentro de España no tendrá) que le permitan ser un país como Dinamarca y Austria. Y contribuya así modestamente al progreso de la humanidad.

Y en medio de esta épica de subido tono nacionalista –el interés de la nación, definido por un caudillo provisional, está por encima de los intereses de los partidos– desgranó la lista a la que aspiraba y que –gesto de modestia– dijo que podía abrir pero también cerrar. La lista ganadora que Mas desea y exige estaría formada al 50% por representantes de los partidos que la apoyaran y al 50% por personalidades de la sociedad civil pactados por esos partidos.

Además, el compromiso sería que el mandato fuera sólo para 18 meses y que después los elegidos no se pudieran volver a presentar. Y estos 18 meses sólo deberían servir para negociar la independencia, si fuera preciso con mediación internacional, para reforzar las estructuras de Estado, redactar mediante un proceso participativo la nueva Constitución y celebrar después en un solo día las elecciones constituyentes y el referéndum definitivo de independencia.

Exigía lista única, sacrificios a los partidos y muchas cosas, pero él tampoco se volvería a presentar. Sería pues sólo un caudillo provisional que pide sólo 18 meses más, pero sólo para negociar y alcanzar la independencia.

¿Proyecto épico y ambicioso o cuento chino? Es la hoja de ruta que vende un Mas crecido tras el 9-N y que cree que las querellas de la fiscalía le refuerzan. A la independencia a través de unas elecciones normales convertidas en plebiscitarias por unos partidos que se ponen entre paréntesis durante 18 meses para bajo la dirección de un líder o caudillo –que está dispuesto a ser el último de la lista pero que monta un gran acto publicitario a la americana con gotas de fervor patriótico resistente y que casi dicta excatedra lo que conviene al país– alcanzar la plenitud nacional y ser la Austria o la Dinamarca del Mediterráneo.

Pero, ¿cuándo estas elecciones? No se sabe, porque el propio Mas confesó que no sabía la fecha con exactitud, aunque mencionó dos escenarios contradictorios. En un momento dijo que el Estado independiente tendría que estar proclamado a finales del 2016, o sea que las elecciones deberían ser ahora, pero en otros aseguró que no convocaría las elecciones si los partidos (CDC y ERC, aunque obvió sus nombres) no están por la labor. O sea que la legislatura también se podía alargar hasta el 2016.

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