Arte

Mariscal mira hacia atrás

Javier Mariscal es una pieza fundamental en la historia del diseño en nuestro paí­s. Admirado y odiado a partes iguales, lo que no se le puede negar es una desbordante capacidad de trabajo, y una humildad y sinceridad insólitas para un autor que lo tení­a todo para convertirse en gurú autocomplaciente y mediático, distanciado de la realidad cotidiana de una profesión como la del diseño. í‰l renunció a ser una estrella, y prefirió seguir trabajando desde su estudio, de la misma manera que, hasta ahora, habí­a renunciado a mirar hacia atrás en su carrera, a homenajearse a si mismo, o a convertir su figura en objeto de culto. Pero le ha llegado el momento del reconocimiento y lo ha afrontado de la única manera que sabe hacer las cosas: Poniéndose manos a la obra para construir una muestra atí­pica, que más que una exhibición es una reflexión, en la se atreve a enfrentar cara a cara trabajos de los que se siente orgulloso, y productos derivados de sus creaciones a los que detesta.

Eran los años 80 y el diseño en Esaña pasaba por múltiples sacudidas, y por la ausencia de un referente en lo conceptual. Mariscal planteó entonces su idea del “diseño semiótico”, es decir, aquel que no sólo embellece productos, sino que se apoya en un discurso conceptual de valor social; el diseño que tiene algo que decir, y ese “algo” es su principal recurso gráfico. Su línea dividió por completo a profesionales y críticos de nuestro país, y cada una de sus creaciones creaba controversia, como lo haría la de cualquier gran artista adelantado a su tiempo.Pero Mariscal nunca fue de aquellos a los que les gusta escuchar el sonido de su voz, aquellos que cuando les llega el éxito cambian los pinceles por los platós de televisión, los flashes de las cámaras, y las fiestas entre la alta sociedad. Siguió trabajando en su estudio que, eso si, fue creciendo en tamaño, cantidad de trabajadores y prestigio. Pero tampoco es de los que se aprovechan del trabajo de los jóvenes diseñadores que tiene en nómina para difundir su nombre; es quizá el único diseñador de prestigio que desde hace años no firma las obras con su nombre propio, sino con el de su estudio.Su trabajo no sólo ha marcado un antes y un después en España, sino que la proyección internacional en su campo es hoy en día comparable a la de Almodóvar en el cine. Desde ahí se le plantea ahora el reto de montar su propia retrospectiva en el templo del diseño londinense. Pero no se engañen, Mariscal plantea una exposición en la que hay mucho más humor e ironía que celebración de sí mismo. No es un viaje en el tiempo, ni una colección de objetos etiquetados, sino una especie de “reconstrucción” del imaginario que le ha caracterizado, observado desde un punto de vista crítico.Titulada Drawing Life, teje un juego de palabras en el que igual se puede leer “dibujando la vida”, “vida dibujada” o “dibujando en vivo”. Una exposición que ocupa una planta y que arranca con un "túnel de lavado" que sumerge al visitante en el abigarrado mundo de Mariscal. Señala que ha volcado para esta exposición toneladas de material que almacena desde hace años en su estudio. Como muestra la enorme pared en la que una montaña de souvenirs creados a partir de sus personajes muestran la cara delirante de su obra. Es el Muro de los personajes, genial ventana al abismo consumista en la que se aglomeran mecheros, platos, mochilas, camisetas, vasos, tarteras, peluches creados a partir de. “Es como entrar en un bazar del Barça. Es enseñar la mierda que has generado”. Porque a diferencia de otros, lo que ha mantenido a Mariscal en la cima durante dos décadas es, precisamente, su espíritu autocrítico.

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