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¡Mandela, el gigante africano!

El 18 de julio de 1918, en la localidad de Mvezo, una pequeña aldea ubicada en la ribera del río Mbashe, en el distrito de Umtata, capital del Transkei, en Sudáfrica, nacía un niño al que su padre llamó Rolihlahla que en lengua xhosa literalmente significa “arrancar una rama de un árbol” y coloquialmente “revoltoso”. Posiblemente aquel niño estaba predestinado para protagonizar la más grande revuelta jamás ocurrida en su Patria. Ese niño luego fue “bautizado” por su maestra como Nelson Mandela. A los blancos no les gustaba o no podían pronunciar los nombres en africano y por eso le impusieron el Nelson, posiblemente en homenaje al almirante británico lord Nelson, reseña el propio Mandela en su autobiografía El largo camino hacia la libertad.

Hoy Mandela se ha marchado y ha sido sembrado en la tierra roja de su querida Patria y desde allí seguirá siendo un faro luminoso para su pueblo. Noventa y cuatro años duró la vida de este hombre de ébano y marfil, con su piel color de chocolate y sonrisa de niño. Irreductible como nadie, que supo soportar los rigores de la cárcel durante casi treinta años y de ella salió para convertirse en el primer presidente negro de Sudáfrica y dar al traste con el régimen oprobioso del apartheid.

La infancia de aquel niño, transcurrió en el campo, donde, para imitar el pelo de su padre, se pintaba con cenizas un mechón y recibía las enseñanzas necesarias para ser convertido en consejero de su tribu Thembu. Desde pequeño, Mandela aprendió que humillar a otra persona es hacerle sufrir un destino innecesariamente cruel. Cuando boxeaba, procuraba derrotar a sus oponentes sin deshonrarles. Como abogado era tenaz defendiendo los derechos de los negros ante los jueces blancos.

Es difícil precisar en qué fecha se produce la politización de Mandela. En la Sudáfrica del apartheid, prácticamente todo negro nacía politizado. Ser negro suponía asumir una posición política desde el mismo vientre materno. Los niños africanos nacían en hospitales para negros, los llevaban a sus casas en autobuses solo para negros, vivían en barrios exclusivos para negros y si llegaban a tener la suerte de asistir a las escuelas, estas eran exclusivas para negros. Los trabajos a que tenían acceso, eran los más indignos, solo podían viajar en trenes para negros, ser requisado en cualquier momento del día o de la noche, con el solo pretexto de presentar su documentación; si no la tenían, eran detenidos y encarcelados. La vida del negro sudafricano estaba determinada por leyes y restricciones racistas que ahogaban su potencial y destrozaban sus vidas.

El 12 de junio de 1964, Mandela fue sentenciado a cadena perpetua por sus actividades políticas al frente del Consejo Nacional Africano y de su fracción armada. Mandela era consciente de que no hay camino fácil hacia la libertad, como bien lo sentenciara Nheru. Había aprendido que derribar a los opresores es algo que la humanidad aprueba y es la más elevada aspiración de todo hombre libre. Durante casi 30 años, a Mandela lo privaron de su libertad y pretendieron arrebatarle su identidad, pero no pudieron. Al momento de conocer su sentencia, Mandela, en su condición de abogado, había redactado su propia defensa y escribió: “He acariciado el ideal de una sociedad democrática y libre. Es un ideal por el que espero vivir y que aspiro alcanzar. Pero, si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir”.

El once de febrero de 1990, tras diez mil días de prisión, Nelson Mandela recobraba la libertad gracias a las fuerzas indómitas de su pueblo, al apoyo internacional y, particularmente, a su fe inquebrantable, al profundo contenido ético y moral de su planteamiento político y social. Su primer discurso en libertad fue para agradecer a su pueblo a quien dijo: “¡Pongo en vuestras manos los días de vida que puedan quedarme!”.

Mandela se ha despedido por todo lo alto con su dignidad invicta, dejándonos un inmenso legado de enseñanzas. Aprendimos con Madiba que, “…en la vida real no tratamos con dioses, sino con seres humanos de nuestra misma condición, hombres y mujeres llenos de contradicciones que son estables e inconstantes, fuertes y débiles, famosos e infames, gente en cuyo torrente sanguíneo las larvas se enfrentan a diario con potentes pesticidas”.

Mandela fue un hombre con muchas contradicciones ha dicho Richard Stengel, uno de sus colaboradores más cercano. Era duro de carácter, pero fácil de herir. Muy sensible a los demás. Generoso con el dinero, pero meticuloso a la hora de brindar una propina. Comandó el ala militar del Congreso Nacional Africano aunque era incapaz de pisar un grillo. Era un hombre del pueblo llano, pero disfrutaba la compañía de celebridades. Muy dado en complacer a los demás, pero sin miedo a decir que no. Siempre con una visión colectiva, no le gustaba atribuirse los méritos, pero cuando eran suyo, así lo hacía constar con firmeza. Estrechaba la mano de sus cocineros y guardaespaldas, pero no se sabía los nombres de muchos de ellos. Era muy meticuloso y disfrutaba comiendo con las manos. Se molestaba si alguien llegaba tarde a una cita, él nunca lo hacía porque respetaba el tiempo de los demás. Antes de reunirse con alguien, averiguaba los más mínimos detalles del contrario. Su sonrisa era cálida y bondadosa. Tenía un ácido sentido del humor.

Mandela siempre sostuvo que su principal maestra fue la cárcel. Allí aprendió el dominio sobre sí mismo, a tener disciplina y gran poder de concentración. La prisión lo convirtió en un ser humano completo. Mandela decía que si finges ser valiente, no solo te vuelves valiente, eres valiente porque tener coraje no es falto de miedo. Nunca se iba de bruces, era mesurado, pensaba, analizaba y luego actuaba. Como soldado siempre fue el primero en saltar de la trinchera. Sostenía que los líderes no solo debían liderar, es necesario que se les vea hacerlo y evitar que el pueblo quede rezagado. “Un líder, decía, debe ser responsable si tiene que tomar una decisión debe hacerlo, aún sin consultar a nadie y si debe cambiar de rumbo, también debe hacerlo, pero a la vez debe tener clara consciencia de la necesidad de mantener un liderazgo colectivo. Solo los políticos de sofá son inmunes a cometer errores”. Para él la crítica y la autocrítica eran fundamentales, debían ser ejercidas con respeto y moderación, recordando siempre que los seres humanos somos entes creadores, pero falibles.

Sostenía que para tener éxito en la política se debe confiar en el pueblo, transmitirle tus puntos de vista y expresarlos con gran claridad, sin miedo, sin mentiras ni demagogia, con suprema educación y con mucha tranquilidad; nunca huir de tus problemas, por el contrario, enfrentarte a ellos, porque si no les haces frente te acompañarán siempre.

Mandela se ha marchado como el padre único y verdadero de la llamada nación del arco iris. Su inmenso poder radicó siempre en controlar sus odios, en brindar amor, incluso a sus torturadores. Su credo fundamental fue uno: igualdad de derechos para todos, sin distinción de raza, riqueza, religión o sexo. Mandela detestaba el chisme, no gustaba de las personas que se la pasaban hablando mal de los demás; para él, todo el mundo era bueno hasta que se demostraba lo contrario. Nadie es intrínsicamente malo decía. El entorno social, la educación lo convierten en tal. El apartheid hizo malos a los hombres, la maldad no creó el apartheid.

Una de las mejores cosas que enseña Mandela era la forma como manejaba la mano izquierda. Sabía que entre los afrikáners existía un movimiento contrarrevolucionario de derecha y sostenía que antes de tomar medidas drásticas contra ellos, lo mejor era ganárselos o neutralizarlos. Logrado esto, no debes humillarles bajo ningún concepto, déjalos que “laven” la cara y así verás como tu enemigo se convierte en tu amigo. Mandela decía que la lealtad absoluta en la política y en la sociedad no existe, pero la reclamaba de sus colaboradores, al conversar con alguien y este no mirarle a los ojos, se mostraba desconfiado.

Para Mandela, los milagros sí existían, ellos eran obra de los hombres, no de divinidades ni de la suerte. Decía que cada persona es la suma de todo lo que ha hecho y así debe ser juzgada. Para él, el amor era el sentimiento más sublime. Sufrió como nadie el desamor de su segunda esposa, Winnie, sin embargo afirmó que “…cuando amas a una mujer, no ves sus defectos, el amor lo es todo”. Los hombres bien pueden ser cultivados como las plantas, decía; su rectitud va a depender de la savia de que se alimenten, por eso, debes intentar plantar tu propio huerto.

Mandela, recitando una parte del Julio Cesar de Shakespeare a sus compañeros de celda les decía: “Los cobardes mueren muchas veces antes de morir, los valientes prueban la muerte solo una vez”. En una ocasión dijo: “Los hombres vienen y se van. Yo he venido y me iré cuando me llegue el momento”. Adiós querido Madiba. Tu ejemplo es el rosario que rezan las mujeres y hombres que luchan por ser libres. Tu memoria es el escudo protector de quienes amamos la libertad y la democracia revolucionaria en la que nadie sea sometido a la esclavitud o al vasallaje, en la que la pobreza, la necesidad y la inseguridad dejen de existir. Parafraseando a Facundo Cabral, fuiste sencillamente un genio y hay que desconfiar de ellos porque, a veces, les da por hacerse los muertos. Para despedirte, nada mejor que escuchar tu consigna irreductible: ¡Amandla, Amandla, Ngawetbu!

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